Выбрать главу

– Estamos los dos muy alterados -le dije con suavidad, al tiempo que ponía mi mano en su hombro-. Será mejor que dejemos esta conversación.

Se dio la vuelta, me sujetó la mano y me miró intensamente.

– Sé lo mal que lo estás pasando -añadió, sujetándome la otra mano-. Quiero ayudarte.

– No quiero tu ayuda -respondí nerviosa mientras intentaba que me soltara las manos-. No puedes ayudarme.

– Los dos estamos muy desamparados.

Dicho esto, se arrodilló ante mí, me rodeó la cadera con los brazos, sin soltarme las manos, y hundió su cara en mi vientre mientras susurraba entre lágrimas:

– Eres maravillosa. ¡Déjame quererte, te lo suplico, déjame quererte…!

Me dio un asco infinito y, loca de furia, le escupí en la cara después de gritarle.

– ¡Déjame en paz, hijo de puta! ¡Suéltame!

Afortunadamente, me soltó.

– ¡Perdóname, te lo ruego! -repitió por tercera vez-. Estoy muy alterado. Te juro que ya me voy. Perdón, perdón…

Se alejó de mí y desde la puerta me dijo solemnemente:

– No volveré a molestarte. Si me necesitas, ya sabes dónde estoy.

Me quedé mirándole unos instantes. Continuaba enfurecida. No entendía lo que me estaba sucediendo, por qué había irrumpido este hombre en mi vida de un modo tan atormentado. Me juré a mí misma no volver a verle jamás. Esta vez sí: quería perderle de vista definitivamente.

9

Mi primer reproche fue para Francesca: «¿No decías que era un enviado del cielo? -escribí rabiosa-. Pues ha resultado ser un canalla y un vulgar acosador». No eran horas de despertarla, así que me limité a volcar mi furia en la pantalla del ordenador.

Antes de continuar, también como caído del cielo, llegó un correo electrónico suyo que decía lo siguiente:

Mi desafecta Paula:

Hace días que no sé nada de ti (esta frase la empleabas siempre tú). Dime dónde y cómo estás en estos momentos. ¿Te apetece hablar conmigo o prefieres perderme de vista durante un tiempo? Mientras llega tu respuesta te contaré que estoy leyendo un bellísimo libro sobre Nehru. Nunca había pensado leer nada de él, pero después del viaje a la India sentí curiosidad. He traducido, apresuradamente, un párrafo de gran belleza, porque al leerlo me viniste tú al pensamiento y supongo que, de algún modo, te afecta.

«Hay en el pasado algo quieto y perdurable, no cambiante, un no sé qué de eternidad, como una pintura o una estatua de bronce o de mármol. No le afectan las tempestades y sobresaltos del presente. Mantiene su dignidad y su reposo. El espíritu turbado y atormentado siente la tentación de refugiarse en sus abovedadas catacumbas. Hay en ellas paz y seguridad y hasta cabe percibir algo espiritual en su interior. Pero no se trata de vida, a menos que encontremos los lazos vitales que ligan al pasado con el presente y todos sus conflictos y problemas. Es una especie de arte por el arte, sin la pasión y el afán de actuar, que son la misma esencia de la vida. Sin esta pasión y este afán hay una gradual exudación de la esperanza y la vitalidad, un posarse en los niveles inferiores de la existencia, un lento desvanecimiento de lo inexistente. El pasado nos hace sus prisioneros y nos infunde algo de su inmovilidad. Sin embargo, el pasado está siempre con nosotros y todo lo que somos y tenemos viene del pasado. Somos sus productos y vivimos sumergidos en él. No comprenderlo equivale a no comprender el presente».

Me parece de lo más oportuno. Estoy convencida de que tu presente está a la vuelta de la esquina.

Te quiero y estoy impaciente por saber cómo van tus relaciones con el enviado celestial,

Francesca.

Sería mejor no compartir con ella mi cólera. Decidí no responderle de momento. Me habría gustado contarle a Charly lo que me estaba sucediendo, pero no me encontraba con ánimos para ponerle en antecedentes. Sentí un deseo fugaz de llamar a mi tía Olvido para confirmarle lo canalla y sinvergüenza que, en efecto, era el tal Rodrigo y toda su maldita familia. No podía contarselo a nadie más, así que me reprimí y logré calmar mis nervios.

El violento final de mi impetuoso y fugaz tropiezo con Rodrigo me trajo a la memoria muchos actos desagradables que había vivido, sobre todo cuando era joven y conocí a tantos tipos deshonestos, traidores, obsesos, tramposos y embusteros.

Tampoco podía dejar de pensar en las carboneras y en los sótanos de San Marcos. Tal vez debajo de mi habitación estuviera la mazmorra donde torturaron a mi abuelo. Podía imaginarme el lugar tal y como él lo había descrito en la penosa carta que guardo provisionalmente en el cajón de un escritorio que ni siquiera me pertenece.

Tal vez las cosas funcionasen mejor si supiéramos a qué atenernos. Saber, por ejemplo, que el mal se paga aquí, no en otras presuntas vidas, a corto o largo plazo, pero se paga. Del mismo modo el bien tenía que estar recompensado de una manera evidente, porque eso nos incitaría a practicarlo. Quizá sea así pero no nos demos cuenta de que existen sutiles compensaciones y castigos. En todo caso, ¿quién soy yo para ordenar el mundo? ¿Qué tengo que aprender? ¿Hasta cuándo voy a seguir aquí metida? ¿Cuánto tiempo más durará mi incertidumbre?

Allí estaba yo, en la habitación recargada de un hotel de lujo, repasando mis relaciones con los hombres. Sólo recordaba con agrado dos o tres de todas las que había mantenido a lo largo de mi vida. Las demás había intentado quitármelas de la cabeza. Los pocos elegidos tenían algo en común: misteriosos, intuitivos, soñadores, sensibles, exquisitamente educados y hedonistas, que no buscaban sólo placeres carnales, sino el gozo de la inteligencia y de los sentidos. La ternura también es un rasgo de sensibilidad viril. Los amores que merecieron la pena fueron delicados sin dejar por ello de ser fuertes, enérgicos y vigorosos cuando se requería. Sin embargo, a ninguno se le hubiera ocurrido agarrarse de pronto a mi vientre para suplicar mi amor. No se trata de una connotación moral. No es un asunto de pudor, sino de incompetencia para seducir. Me ha sido más fácil desnudarme por fuera que por dentro, pero no soporto que me lo pidan contra mi voluntad. Tenía que notar mi falta de deseo sin necesidad de explicárselo.

Me gusta que me seduzcan y siempre he necesitado admirar a un hombre para amarlo, pero hay que dejar pasar el tiempo hasta alcanzar la confianza indispensable para tener intimidad. Se necesita mucho tiempo para pasar del amor físico a la plenitud amorosa. Sólo con Lucas he llegado a comportarme con absoluta naturalidad, como si nadie me viera. Amar a estas alturas significa amarle sólo a él. El verdadero amor se revela cuando te das cuenta de que estás dispuesta a morir por la otra persona, algo que no sucede en todas las vidas. Me siento afortunada en ese sentido, porque yo me muero de amor por Lucas.

Capítulo 6. Camino y Olvido

Aparece el mensajero, al fin, en un momento dichoso en el que todo parece renacer. Nos encontramos en la penúltima parada del camino, la sexta de las siete etapas en las que Shakespeare dividió la vida de las personas, con la peculiaridad de que no siempre son correlativas. A veces se fusionan en el ámbito de la energía; en un mismo espacio donde el tiempo es tan impreciso como los siete colores del arco iris. Pero el arco iris es sólo un fenómeno óptico, en realidad no existe. Hace tres siglos, Newton hizo pasar un rayo de luz blanca a través de un prisma transparente y comprobó que el rayo, al otro lado, aparecía convertido en siete colores: rojo, anaranjado, amarillo, verde, azul, añil y violeta.