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Esta noche el firmamento está iluminado y me permite ver las estrellas. Le hubiera gustado contemplar el cielo. Pienso, sin embargo, que estará cerca de Casiopea, frente a la Osa Mayor, y no echará de menos ni un ápice de este planeta, ni siquiera a mí… ¡Cuanto menos la luna llena!

Agradecimientos

El mundo sigue existiendo porque en cada generación hay unas cuantas personas justas, humildes y desconocidas, que hacen el bien sin pedir nada a cambio. Sin ellas, la Tierra ya hubiera desaparecido. Tengo la suerte de haber conocido a algunas de esas personas justas y el deber moral de recordarlas.

En primer lugar, a mis padres, que me entregaron la memoria de mis abuelos. A mi hermano, que siempre está cerca de mí para ayudarme. A mi tía Sara y a sus hijas.

A mis pocos amigos del alma, que no me han dejado totalmente sola en esta travesía nocturna. No necesito citar sus nombres. Son amigos generosos, que me han hecho reír y llorar. Mientras escribía, algunos me llevaron al puerto casi todas las noches del verano, otros a conciertos de jazz; me ofrecieron su hospitalidad; me regalaron consejos y orquídeas; me llevaron de copas en los capítulos más tristes. Más que amigos, son un talismán.

Tampoco olvido a mis hijos y a sus amigos, que llenan la casa de alegría y me dejan mensajes inolvidables: «Gracias por acogerme. El mundo es mucho más bonito desde tu ventana…».

Nativel Preciado

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