– ¿Kevin? -Recogió las dos fotos y las sostuvo delante de su cara-. Kevin, ¿de qué son estas fotos?
Kevin las miró.
– Ni, ni, Bri.
– ¿El niño Brian?
Él asintió y cerró los ojos por el esfuerzo.
Paddy dejó caer de nuevo las fotos al suelo y salió de la sala.
III
Paddy, ignorando las llamadas de varios periodistas, cruzó la redacción y salió por la doble puerta; luego subió de dos en dos los peldaños de la escalera que llevaba a la cantina, sin hacer caso de las punzadas que sentía en los pulmones o del dolor en las rodillas. Se sorprendió de encontrarse sin aliento cuando empujó la doble puerta.
Terry Hewitt estaba sentado a solas, a punto de pegarle un mordisco a un bocadillo. El fuerte olor a huevos se desplazó por la sala. Por la ventana de detrás de él, vio nieve que caía perezosamente de los negros nubarrones.
– ¿Has visto a Heather Alien? -Era la primera vez que hablaba directamente con él.
Terry dejó su bocadillo, con una expresión de sorpresa en el rostro, y sacudió la cabeza, para tratar de esbozar una sonrisa de suficiencia antes de contestar. Paddy no esperó, sino que volvió a empujar las puertas y se marchó.
El lavabo de chicas de la redacción era como el despacho privado de Heather. Era un baño especialmente agradable, y como no había ninguna mujer que llegara nunca a tener un cargo en la redacción, se utilizaba tan poco que sólo tenían que lavarlo una vez cada quince días. Paddy abrió la puerta para encontrarse con su característico olor a humo y a Anais Anai's.
– ¿Heather? -dijo susurrando por miedo a que la oyera algún editor.
La voz susurrada de Heather surgió de dentro de uno de los pequeños cubículos del fondo:
– ¿Paddy?
– Heather, soy Paddy.
Después de cierto rumor de tela y de la cadena del WC, se abrió la puerta y Heather asomó la cabeza.
– ¿Qué ocurre?
Paddy respiró profundamente y contuvo la respiración. Se sentó en una de las papeleras de las toallitas de mano y respiró profundamente unas cuantas veces para calmarse.
– ¿Qué pasa?
Paddy sacudió la cabeza, consciente de que estaba medio disfrutando del drama.
Heather le dio unos golpecitos en el brazo.
– Venga, vamos a fumarnos un pitillo; te calmará un poco.
Cogió uno para ella y le dio uno a Paddy; se inclinó para darle fuego con unas cerillas de Maestro's, una discoteca intimidantemente moderna a la que Paddy nunca había ido. Fue la primera vez en su vida en que Paddy inhaló humo.
– Dios mío -hizo una mueca y se pasó la lengua por toda la boca-, Dios, es… ¡qué mareo! -Levantó la mano hacia la pica.
– ¡No! -Heather le quitó el cigarrillo de los dedos, tiró el capullo caliente a la pica y retiró los hilillos de tabaco suelto de la punta, la cerró con el papel sobrante y volvió a meter el cigarrillo amputado en el paquete.
– ¿Es una historia larga?
Paddy asintió con la cabeza.
– Pues entonces espera… -Sosteniendo el cigarrillo por encima de su cabeza, Heather corrió hasta uno de los cubículos y sacó una de las papeleras azules de las compresas, y paseó el olor de flores podridas en amoníaco por el suelo. Se sentó encima de ella, y provocó que se hinchara por los lados-. Vale, ya estoy.
Paddy le sonrió y se sentó en la papelera apestosa, sólo para estar a su altura.
– Tienes que prometerme que no se lo contarás a nadie.
Heather se hizo una señal de la cruz encima del corazón y frunció el ceño.
– Eso va en serio.
– He estado en el despacho de Kevin Hatcher y he visto algunas fotos de los chicos del pequeño Brian; a uno de ellos lo conozco.
Heather dio un grito ahogado de asombro:
– ¡Qué maldita afortunada!
– Es el primo pequeño de Sean.
Heather se reclinó.
– Maldita cabrona afortunada.
Tomó a Paddy de la manga.
– Mira, podrías hacer un artículo sobre la familia, sobre su historial. Dios, apuesto a que hasta podrías conseguir venderlo en distintos medios.
– No, no puedo. -Paddy sacudió la cabeza-. Sean no me volvería a hablar jamás y mi familia me repudiaría. No aceptan que se hable de asuntos familiares con extraños.
– Pero, Paddy, si sacas un artículo en distintos medios, puede que acabes publicada por todo el país. Podría ser tu tarjeta de presentación; podrías conseguir contactos muy importantes en otros periódicos.
– No puedo utilizar esta historia.
Heather inclinó la cabeza a un lado, a la vez que apretaba los ojos, y fingió que era para prevenir que le entrara humo, pero Paddy adivinó que sentía envidia de ella. Y disfrutó de aquella novedosa sensación.
– No puedo, Heather. Sean se quedará destrozado cuando se entere. Dejaron a esos chicos allí con su madre loca. Quiero decir, se sentirán fatal. A ti te pasaría lo mismo, ¿no? Cualquiera se sentiría fatal con una cosa así. Y tiene cinco hermanos, a cual más loco. Yo estuve en el funeral de su padre: se había caído dentro de una máquina en las obras de Saint Rollos, en Springburn, borracho. Estaba triturado.
– Has de utilizar esta historia, Paddy. No hacerlo sería poco profesional.
– Pues no puedo.
Heather puso una cara ligeramente asqueada, pero Paddy sabía que no podía hacerlo. Los Ogilvy eran buena gente, hacían trabajos de voluntariado, se preocupaban por sus vecinos y eran estrictos con lo religioso. Deseó no haber visto la fotografía y no tener que ser quien se lo dijera a Sean. De pronto, se sintió mareada y se acordó de la cantidad de pastel glaseado que se había tomado en el velatorio de la abuela Annie.
– El otro día Sean me empezó a hablar de nuestra fiesta de pedida.
Heather sacó lentamente el humo, y acomodó el peso sobre la papelera. Una esquina de la papelera cedió ligeramente debajo de ella, y Paddy se dio cuenta de que la alusión a su pedida de mano había sido llevar demasiado lejos sus triunfos involuntarios. Heather evitó su mirada y le dio otra calada al cigarrillo, a la vez que echaba la cabeza hacia atrás. El pelo rubio le resbaló por el rostro.
– Rompí mi dieta de manera salvaje, eso es lo que me ha hecho pensar en la pedida. ¡Soy incapaz de ser rigurosa! -se sonrió burlonamente-. Creo que, de hecho, estoy engordando.
Heather volvió a mirar su cigarrillo.
– La dieta del huevo duro -dijo Paddy-, ¿la conoces? Llevo toda una semana sin cagar.
Heather miró al suelo con una media sonrisa, de modo que Paddy le puso más ganas, y le contó que Terry Hewitt la había llamado gorda en el Press Bar.
– Terry Hewitt es un plasta -dijo Heather despreciativa-, un plasta de mierda. Está demasiado encantado de haberse conocido. ¿No lo has visto antes en Sucesos, cuando se probaba el abrigo de Farquarson mientras él estaba en la redacción?
– No.
– Se ha subido a una silla para que todos lo vieran. Ha sido patético.
A Paddy le llegó un escupitajo de Heather al labio superior, y tuvo que refrenarse las ganas de secárselo.
– Venga, dame ese cigarrillo -le dijo-, lo volveré a probar.
Paddy intentó fumárselo y, con muecas tontas, se hacía la graciosa con Heather, intentando volver a ponerse al mismo nivel. Heather le sonrió educadamente y dejó que hiciera el ridículo, hasta que no pudo más y se levantó.
– Deberías utilizar la noticia.
– No puedo -dijo Paddy, avergonzada de ser tan blanda.
– Está bien.
Heather se levantó y pasó su cigarrillo por debajo del grifo. Tiró la apestosa colilla a la papelera, se retocó el pelo y el pintalabios frente al espejo, y dijo «hasta luego» como si esperara no volver a verla nunca más.
Paddy contempló la puerta cerrarse detrás de ella. Ahora no tenía a nadie.
Capítulo 10