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Estaba cansada pero llena de adrenalina cuando regresó a la redacción y vio a Heather sentada en el borde de una mesa, vestida para la ocasión con blusa blanca y falda roja.

Paddy se detuvo en la entrada, alucinada por su desfachatez. Había esperado que, al menos hoy, tuviera la decencia de no aparecer por la oficina. Miró cómo sonreía a algunos de los chicos de Sucesos, mientras jugueteaba coqueta con una goma elástica entre los dedos, y se dio cuenta de que Heather estaba allí para capitalizar los resultados de su golpe. Le importaba una mierda lo que Paddy pensara de ella.

Heather, consciente de que un cuerpo pequeño y cuadrado permanecía a la entrada, zarandeado por la gente que entraba y salía, levantó la vista y se ruborizó al darse cuenta de quién era. Levantó una mano a modo de saludo hasta que vio la expresión de Paddy. Intentó sonreír, pero Paddy no se inmutó. Heather musitó una excusa y se bajó de la mesa, se puso de pie y se marchó en dirección a las escaleras traseras.

De pronto, Paddy sintió que su voz chillona llenaba toda la redacción:

– Tú -Heather se quedó helada. Paddy la señalaba por encima del hombro-, fuera.

Heather se quedó un momento quieta. Los hombres, fascinados, se quedaron en silencio. Paseaban la mirada de Heather a Paddy y viceversa. Heather tuvo el presentimiento de que el público la apoyaba; se cruzó de brazos y balanceó el peso de su cuerpo sobre una pierna.

– ¿Quieres que hablemos aquí? -Le gritó Paddy-. ¿Les cuento lo que has hecho?

Heather trasladó el peso del cuerpo nerviosamente sobre la otra pierna. En el News, había algunos crímenes que no se perdonaban: robar la cartera de la chaqueta de un colega estaba mal; acostarse con su esposa tampoco era nada bueno; pero utilizar la noticia de otro resultaba del todo imperdonable. Todos calibraban la amenaza de perder una buena noticia.

Heather descruzó los brazos y, en un gesto incómodo, los dejó caer a los lados, donde temblaron y se quedaron paralizados. Se volvió y avanzó a regañadientes hacia Paddy, quien sostenía la puerta abierta y la siguió hasta el descansillo. Paddy le señaló el vestíbulo del ascensor, donde estaba el lavabo de señoras. En la redacción, sonó una estridente ovación burleta, seguida de una ola de carcajadas.

Heather inició su defensa antes de que la puerta del lavabo llegara a cerrarse:

– Sabía que no ibas a utilizar la noticia. Me dijiste que no podías. No vi en qué podía perjudicarte, si tú no lo ibas a hacer. -Se encendió un cigarrillo y le ofreció el paquete a Paddy.

Paddy no cogió ninguno. Miró el paquete y sintió que le temblaba el labio.

– Toda mi familia cree que he sido yo.

Fue el único momento de debilidad, que Heather habría podido aprovechar para solidarizarse y arreglar las cosas, pero estaba asustada y avergonzada y lo dejó escapar:

– Mira, las cosas no pueden ser siempre de color rosa. Yo no estoy en este trabajo para ser simpática. Lo siento, pero éstas son las reglas del juego al que jugamos. -Volvió a cruzar los brazos sobre el pecho, esta vez no a la defensiva, sino en un gesto elegante, con la mano que sostenía el cigarrillo apoyada en el antebrazo. Un limpio hilo de humo se levantaba por encima de las puertas del cubículo, y la hacía parecer más alta.

Había tantos motivos por los que lo que había hecho estaba mal que las palabras se agolpaban en la cabeza de Paddy. Abrió la boca para hablar, pero tartamudeó fuertemente y se detuvo, asombrada de sí misma. A Heather se le abrieron los ojos con expresión triunfante.

– No te molestes -le dijo, poniéndose el cigarrillo entre los labios.

Paddy le dio un bofetón tan fuerte a Heather que el cigarrillo se partió en dos, y la punta rebotó por el suelo de cerámica y rodó hasta detenerse. Seguía echando humo. Se quedaron quietas unos instantes, mirándolo, ambas asombradas, mientras un rubor granate florecía en la mejilla de Heather. Paddy estaba excitada. No debía haberlo hecho. Era una matona. Estaba mal hecho.

Agarró toscamente a Heather por la cabeza y tiró de su densa cabellera rubia por la nuca. Las raíces se desprendían del cuero cabelludo de Heather mientras ella le tiraba de la melena; entonces, la arrastró hacia delante hasta meterla en uno de los cubículos con inodoro, le metió la cabeza dentro y tiró de la cadena. Paddy miró el agua formando un remolino alrededor de la cabeza, atrapando el pelo grueso, absorbiendo la cola hacia el interior de las tuberías. Heather resoplaba e intentaba levantarse, usando toda la fuerza de su espalda. Era muy fuerte, pero Paddy utilizaba su peso, se le apoyaba en el cuello y la mantenía boca abajo. El agua había empapado la blusa de Heather, y Paddy podía ver ahora los ajustes de las tiras del sujetador. Farquarson sería capaz de despedirla por haber atacado a otro miembro del personal. Eso calmaría a Sean, si llegaba a suceder. Incluso podría ayudar a convencer a su familia de que no había sido ella la que había escrito el artículo; y la recesión no podía durar mucho: ya encontraría otro trabajo en algún sitio.

Levantó la mano y dio un paso atrás; contempló cómo Heather se levantaba de un bote, respirando con dificultad, echando la cabeza hacia atrás. Se volvió hacia Paddy, estupefacta, boquiabierta, resoplando para recuperar el aire. Paddy vio el terror en sus ojos y no fue capaz de seguir mirándola. Se volvió y salió del lavabo.

Fuera, en el vestíbulo, Paddy sintió la cabeza a punto de estallarle de rubor. Estaba avergonzada y un poco asombrada de lo que acababa de hacer. Había sido algo innoble, indigno y chulesco, y jamás se habría creído capaz de hacerlo. Deambuló por el descansillo, desde donde escuchaba las voces de la redacción; intentaba desenredar los pelos largos y rubios que le habían quedado pegados a los dedos de la mano derecha, y esperó a que remitiera su rubor.

III

Se estaban riendo de ella. Paddy reparó en sus risitas y miraditas mientras se contaban la historia, y se pasaban las manos por el pelo hasta los hombros para describir el pelo mojado de Heather. Algunos de los chicos en el departamento de Especiales la llamaron y le pidieron que fuera al armario de material y les llevara un par de Lady Wrestlers. [3]

Todos los que volvían de comer en el Press Bar al mediodía parecían estar al tanto de lo ocurrido. Paddy supuso que estarían de su lado, porque Heather era atractiva pero no se liaba con ellos; aunque eso, entonces, le importaba un comino. Sólo era capaz de pensar en lo avergonzados que estarían su madre y su padre. Intentarían creerla cuando les jurara que la noticia no había sido culpa suya, pero se equivocarían. Sabía que los periodistas profesionales debían tomar decisiones difíciles, sonsacar información a la gente y saltarse la confidencialidad de las noticias. Ella había estado dispuesta a robarle una carta al señor Taylor. Un buen periodista tenía que estar dispuesto a meterse por caminos fuera del sendero legal y convertirlos en noticia. Debía haberlo sabido; era una tonta ingenua.

Estaba en el comedor haciendo cola para la comida y practicando mentalmente su disculpa con Sean, cuando Keck se le acercó con una expresión seria y enojada, que reflejaba el malestar de dirección, y le dijo que él iba a llevarles la comida a los chicos de redacción porque Farquarson quería verla.

– Está en su despacho -le dijo mientras se colaba por delante de ella y le daba la espalda como si ya la hubieran despedido.

Paddy bajó las escaleras lentamente y se detuvo en el último descansillo para recuperar el aliento. Estaba decidida a no llorar si la despedían. En el despacho, estaban encendidas las luces laterales y la puerta estaba cerrada, una combinación que solía denotar algún tipo de drama. Llamó a la puerta, y él contestó de inmediato. Entró.

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[3] Literalmente, «Damas luchadoras», una marca de barritas de caramelos. (N. tic ln 'I'.)