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Helen levantó la vista por tercera vez y se mordió una mejilla antes de empujar la silla hacia atrás con violencia y acercarse al mostrador. Sacó uno de los pequeños formularios grises y lo puso encima del mostrador, mirando a Paddy mientras buscaba algo para escribir. Paddy no quería ningún formulario que más tarde pudiera esgrimirse en su contra si se metía en problemas.

– La palabra clave es Townhead -dijo rápidamente-, todas las fechas.

Helen escondió los dientes frontales, suspiró y guardó el formulario a regañadientes, como si, en realidad, hubiera sido Paddy quien hubiera pedido que lo sacara. Se volvió, se dirigió a la pared de metal gris y tecleó unas letras en el teclado. El pesado tambor se puso recto y empezó a girar. Se detuvo y Helen miró a Paddy para hacer un último examen antes de proceder a abrir la tapa de la casilla, remover una serie de carpetas y sacar un sobre marrón. Mientras volvía tranquilamente al mostrador, Paddy pudo ver que el sobre estaba bien lleno.

Helen se acercó al rostro de Paddy.

– Quiero que me lo devuelvas de inmediato -dijo a la vez que dejaba el sobre en el mostrador con un golpe.

Paddy lo cogió y se marchó. Se detuvo en las escaleras para escondérselo dentro de la goma de la falda, de camino a los lavabos de mujeres, con la esperanza de que Heather se escondiera en un lavabo distinto.

V

Sacó el puñado de recortes y fue desdoblándolos sobre su regazo. Había un montón. Guardó la mitad y equilibró el sobre encima del soporte del papel higiénico. Los recortes de su regazo estaban inmaculados y crujientes, doblados el uno sobre el otro como hojas secas. Paddy se tomó el tiempo de separarlos delicadamente, aplanando con cuidado todos los extremos.

Los fue hojeando arbitrariamente y vio noticias sobre muertes accidentales, sobre la biblioteca que derribaron para hacer espacio para la autopista, sobre un robo callejero y un grupo de escoltas que había ganado un premio por recoger fondos. Había proclamaciones optimistas de concejales del distrito sobre el nuevo barrio e información sobre ciertos enfrentamientos entre bandas durante la década de los sesenta.

Volvió a doblar los recortes y los cambió por la segunda mitad de dentro del sobre.

Un edificio del Rotten Row se había hundido con sus ocupantes dentro, desmoronándose colina abajo como una cucharada de mantequilla en una sartén caliente. Hubo dos heridos y ningún muerto.

Durante la huelga de basureros se evitó la acumulación de basuras gracias a que el hospital maternal tenía una incineradora.

Un niño de tres años, Thomas Dempsie, de Kennedy Road, fue secuestrado delante de su casa y fue encontrado asesinado. El padre del niño, Alfred Dempsie, fue acusado del crimen pero en el juicio se declaró no culpable. En un recorte de cinco años más tarde, se informaba de que Alfred se había suicidado en su celda de la cárcel de Barlinnie. El periódico volvía a publicar una foto de su esposa durante el funeral del pequeño Thomas. Tracy Dempsie tenía el pelo oscuro recogido en una coleta, y tenía el mismo aspecto perdido y aturdido que Gina Wilcox.

Paddy tomó algunas notas al dorso de un recibo y devolvió los recortes al sobre todo lo bien doblados que pudo, siguiendo los pliegues originales. Comprobó la fecha. El día de la desaparición de Brian se cumplía el octavo aniversario de la desaparición de Thomas. Éste tenía la misma edad que el pequeño Brian y era del mismo barrio y, sin embargo, nadie parecía haber advertido el paralelismo. Los casos habrían sido totalmente distintos por varias razones, pero le parecía raro no haber oído hablar nunca de Thomas Dempsie.

Abajo, en el archivo, Helen seguía en el mostrador, revisando una última edición. Paddy esperó un minuto entero y, aunque Helen tensó la frente, se negó a mirarla. Al final, Paddy puso el sobre en el mostrador y lo empujó hacia delante, de modo que colgara sobre el extremo opuesto.

– No los dejes ahí. -Helen se levantó con gesto despreocupado y se le acercó con toda la lentitud de la que fue capaz-. Si se perdieran, tendrías que pagarlos. Y dudo que ganes lo bastante en tres meses como para pagar por esto.

Paddy sonrió con aire inocente.

– Siguientes palabras: Dempsie, Thomas y asesinato.

Helen la miró por encima de los lentes y suspiró ruidosamente. Paddy deseó realmente que siguiera ahí cuando ella obtuviera una promoción. Se acordaría de cómo era y la reñiría por ello.

Llevaba diez minutos sentada en el banco antes de que se le ocurriera que ya nunca nadie se reía de ella. Alguien en la sección de Especiales la llamó por su nombre. Alguien más la eligió a ella, por delante de Keck, en el banco, algo que no había ocurrido nunca porque Keck era capaz de encontrar cualquier cosa o persona en todo momento. Un periodista de Deportes, incluso, la miró a los ojos y le preguntó si ella, Meehan, quería traerle un café. Resultaba preocupante.

Paddy empezaba a preguntarse si estaban a punto de despedirla y todos menos ella estaban al corriente cuando Keck dejó de hurgarse las uñas con un clip desplegado y se le acercó.

– ¿Has visto a tu colega Heather, esta tarde?

Paddy sacudió la cabeza reticente a hablar del tema.

– Ya, ni tampoco la verás mañana. -Señaló al centro de la redacción-. Farquarson se lo comunicó a los del turno de mañana y llamaron al padre Richards para que bajara; le dijeron que su pase ya no era válido y que Heather debía marcharse y no volver más. Ella lloraba y todo eso. -El chico se apoyó en el banco.

Paddy miró por toda la sala, a los hombres serios del departamento de Sucesos, al lío de recortes amontonados en Secciones Especiales y en Deportes, donde estaban todos congregados, fumando Capstans y comiéndose una caja de galletas de mantequilla. Se preguntaba cómo habían llegado esos tipos tan toscos y hechos polvo a convertirse en sus mejores aliados.

Capítulo 16

Safari de microbios

I

Los bloques de apartamentos Drygate parecían turistas americanos extraviados. Pintados de un rosa Miami desconchado, estaban acabados con desenfadados sombreritos al estilo Frank Lloyd Wright y envueltos de balconadas. Su arquitecto había pasado por alto el entorno, una ladera muy típica de Glasgow, brutalmente ventosa, que daba al hotel Great Eastern, un refugio de borrachos teñido de hollín.

La madre de Thomas Dempsie había sido trasladada por el distrito poco después de que su marido fuera declarado culpable del asesinato de Thomas. Estaba a menos de un kilómetro de su antiguo hogar, justo debajo de Townhead. Paddy supuso que el distrito la debía trasladar por su propia seguridad. El News publicó su nueva dirección cuando Alfred se mató en la cárcel.

Paddy esperó cinco minutos en el vestíbulo, observando el panel de luces encima de las puertas metálicas que le indicaba que el ascensor se movía solamente entre las plantas cuarta y séptima, antes de aceptar que tendría que subir andando. No le gustaba ni correr, ni trepar pendientes, ni subir escaleras. No le gustaba la sensación de tener michelines rebotando en su barriga y en sus caderas. Creía que los delgados no sudaban nunca, y que no se quedaban sin aliento, y, cuando ella lo hacía, tenía la sensación de llamar la atención sobre su peso.

Todo lo que podía estar roto en aquellas escaleras que apestaban a orines estaba roto: la goma había sido arrancada de la barandilla y ahora quedaba una asquerosa sustancia negra que se pegaba a las manos; las losetas del suelo habían sido despegadas y ahora quedaban unos cuadrados con manchas cutres de adhesivo. Varios de los descansillos estaban atiborrados de bolsas de plástico llenas de pegamento, con latas vacías tiradas, algunas de las cuales desprendían todavía un penetrante olor. Paddy tuvo que parar un par de veces para recobrar el aliento de camino a la octava planta y, cada vez que se detenía, oía el vivo traqueteo y las conversaciones susurradas de la gente a través de las paredes que la rodeaban, olía las cenas que se preparaban y la basura mohosa que bloqueaba las trampillas de los desperdicios. Llegó a la planta octava e hizo una pausa ante la puerta de incendios gris, respiró hondo de nuevo y recordó por qué había ido y el asunto por el que quería preguntar. Tenía una misión que cumplir, iba a convertirse en reportera. Ilusionada con el juego, abrió la puerta de un tirón y salió a la ventosa balconada.