Ocupó toda la mesa de trabajo, colocando el bolso a un lado y la bandeja roja en el otro, dejó el abrigo en una silla y se sentó en la otra. Uno de los dos chicos heavy metal le gritó que un tipo la había estado llamando toda la mañana.
– ¿Era alguien del Daily News? -preguntó esperanzada.
El chico se encogió de hombros.
– No dijo de dónde llamaba.
Pensándolo bien, Heather dedujo que la llamada no podía ser del News. Si la hubieran querido recuperar, alguien la habría llamado a casa la noche anterior. Y de todos modos, seguro que no revocarían la decisión. Nadie iba contra el sindicato. Se volvió a hundir en su mal humor y empezó a sacar las propuestas de los sobres y las carpetas y a apilarlas.
Estaba a mitad de la lectura de un relato de viajes de un estudiante de segundo, un interrail por Italia, cuando sonó el teléfono.
– ¿Heather Allen?
– Sí.
– Te conocí anoche, ¿te acuerdas?
No se acordaba.
– Me presentan a mucha gente.
– Sé que puedo confiar en ti. -El tipo que llamaba hizo una pausa, como si esperara una reacción.
– ¿De veras? -Todavía lo escuchaba a medias, con el teléfono equilibrado en el hombro mientras revisaba las propuestas, buscando si había algún otro artículo de viaje que la obligara a escoger entre los dos.
– ¿Quieres saber más sobre el pequeño Brian?
Heather dejó el artículo y cogió el teléfono con la mano. El tipo debió de haber oído que ella era la autora del artículo publicado. Se tapó la boca con la mano para evitar que su voz llegara hasta los heavies del rincón.
– ¿Puedes decirme algo al respecto?
– No por teléfono. ¿Nos podemos ver?
– Dime el lugar y allí estaré.
El hombre le explicó que estaba muy nervioso y le hizo prometer que iría sola al Pancake Place a la una de la madrugada. Le pidió que no le contara a nadie el lugar de la cita y le dijo que ni siquiera lo anotara, para evitar que la pudieran seguir sin que ella se enterara.
Heather arrancó la dirección que había anotado en una esquina del bloc de notas y lo tiró a la papelera.
– Nos vemos esta noche -dijo, y esperó a que el tipo se lo confirmara antes de colgar el teléfono.
Los chicos la vigilaban sin mirarla; lo notaba. Dejó sus cosas encima de la mesa y salió al vestíbulo a tomar un café áspero de la máquina. Echó las monedas y miró por la ventana, por encima de los tejados de los edificios bajos, a los edificios de oficinas del centro, sonriendo para sus adentros mientras la máquina resoplaba y soltaba el café dentro del vasito de plástico. Pasaría por encima del Daily News y llevaría la historia directamente a un periódico de ámbito nacional. Con una buena noticia sobre el pequeño Brian y el artículo ya publicado sobre la familia en su curriculum, podía aspirar a cualquier trabajo después de graduarse. Incluso podría irse directamente a Londres.
III
Paddy merodeó por la redacción y la cantina para matar el tiempo hasta que llegara McVie. El turno de noche fue llegando poco a poco a la redacción, lo que aplacó el ritmo frenético de la mañana. Los miembros del personal de base tomaron sus puestos frente a sus mesas, se acomodaron para pasar la noche, con sus revistas y sus libros para leer, y un tipo del departamento de Especiales sintonizó en un pequeño aparato un programa de Radio Four que hablaba sobre la etapa muda del cine.
McVie la vio cuando entraba a comprobar si tenía mensajes en el tablón. La saludó con la cabeza, pero cuando ella se le acercó para hablarle puso cara de pocos amigos.
– Otra vez no -dijo-, la última vez ya tuve bastantes problemas. El pequeño cabrón llamó y se quejó de nuestra visita. Yo no sabía que no eras periodista.
– Soy chica de los recados.
– Da igual, no te acerques más a mí -dijo.
– Sólo quería preguntarte algo sobre el pequeño Brian.
– Ya -le señaló la nariz de manera acusatoria-. Y ésta es otra: estás emparentada con ese chaval de mierda y nunca me lo dijiste.
Paddy levantó un dedo y contestó:
– Entonces todavía no lo sabía, ¿no es cierto, gilipollas?
El uso de una palabrota pareció aplacar de alguna forma a McVie, como si de pronto captara del todo el grado de su vehemencia.
– Está bien -dijo-. ¿Tienes algo que puedas contarme sobre el caso?
– Nada. No sé nada de él.
– ¿Cómo puedes no saber nada? Sois parientes.
– ¿Tú tienes mucha relación con tu familia? -dijo sin saber la respuesta-. Y de todos modos, ¿sabes qué? -añadio-, ese tipo, J.T., intentó interrogarme sobre este tema y su técnica no se puede ni comparar con las tuyas.
McVie asintió:
– Sí, pero él se dejaría cortar los huevos por un artículo. Le pone cachondo. Me contaron que una vez fue a buscar la foto de una víctima de violación y asesinato a su madre. Cuando salía por la puerta, le dijo que su hija se lo había buscado. -Asintió solidariamente al ver el escándalo reflejado en el rostro de Paddy-. De esta manera, se aseguraba de que la mujer no volviera a hablar con nadie más de la prensa. Lo convertía en una exclusiva. Es un hijo de puta. ¿Y tú qué quieres, en todo caso?
– Te quería preguntar una cosa sobre el pequeño Brian. ¿A qué hora cogieron los chicos el tren en dirección a Steps?
– Dicen que fue entre las nueve y las nueve y media de la noche. ¿Por qué?
– ¿Dónde estuvieron desde la hora del almuerzo hasta entonces? -Bajó el tono de voz-. J.T. dice que no hay nadie que los viera en el tren. No creo que unos chicos tan pequeños cogieran un tren de cercanías hasta Steps.
McVie no parecía convencido.
– Llevaban los billetes encima.
– Pero Barnhill está lleno de solares y de fábricas abandonadas, y estamos hablando de chavales pobres. ¿Por qué iban a gastar el dinero en el tren? ¿Es posible que la policía se equivoque tanto?
Aquella imagen sobresaltó a Paddy y no sabía exactamente por qué; tenía la piel alrededor de los ojos y la boca doblada hacia arriba, y un ruido muy raro surgía de su garganta: McVie se estaba riendo, pero su cara no estaba acostumbrada a hacerlo.
– ¿Es posible que la policía se equivoque? -repitió él, volviendo a hacer aquel ruido-. ¡Te llamas Paddy Meehan, por el amor de Dios!
– Ya sé que pasó entonces, pero ¿podría seguir pasando ahora?
McVie dejó de poner aquella expresión terrorífica y dejó que ahora pareciera la mueca de un suicida.
– La mayor parte no serían capaces de hacer aparecer a los chicos como culpables. Aunque… -Bajó la vista hacia un lado y adoptó un aire escéptico-. La mayor parte no lo haría. Tal vez, si estuvieran convencidos de que son realmente culpables pero les costara demostrarlo, entonces puede que colocaran pruebas. Ven librarse a muchos cabrones, eso es comprensible.
Un editor del turno de noche se acercó a su mesa con un café y un cigarrillo y se sentó en una silla cerca de ellos.
McVie se inclinó hacia ella.
– Por cierto, conozco a Paddy Meehan. Es un gilipollas.
Paddy se encogió de hombros incómoda.
– Bueno, eso lo dices tú. ¿Sabes algo de un tipo llamado Alfred Dempsie?
– No.
– Mató a su hijo.
– Bien hecho. Me he enterado de que los chicos de la mañana han perseguido a Heather Allen por lo que te hizo; pero no lo confundas con ser popular.
– No lo confundo.
– De la misma manera serían capaces de darte caza para divertirse.
– ¿Darme caza para divertirse? ¿De qué coño hablas? Voy a chivarme al padre Richards de que utilizas ese lenguaje tan creativo.
McVie se esforzó por no reírse. Miró la hora.