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El Press Bar olía a resaca. El sonido de McGrade limpiando vasos después del almuerzo resonaba tristemente por la estancia vacía. Dr. Pete estaba sentado a solas, en la mesa del fondo que siempre ocupaban los chicos de la mañana, con un whisky recién servido y dos cuartos de cerveza alineados frente a él. En el asiento contiguo había un periódico leído, manoseado y hecho un asco. En la mesa, el salvamanteles de papel teñido de cerveza había sido desmenuzado en tiras fibrosas y recompuesto como un rudimentario rompecabezas. Por la cantidad de colillas que había en el cenicero, Paddy supo que llevaba allí un buen rato.

Vio a Paddy acercarse a la mesa y se incorporó, al tiempo que dirigía la mirada al rompecabezas, esperando que ella le fuera a dar un recado, como que estaba advertido o, incluso, que no volviera a poner los pies en la redacción.

Paddy se detuvo al lado de la mesa, protegida tras una silla.

– Hola.

Pete levantó la vista y frunció el ceño; luego, bajó las espesas cejas para ensombrecerse los ojos.

– ¿Qué quieres?

– Hum, quería preguntarle sobre un tema.

– Pues suéltalo y lárgate.

Era consciente de que no le esperaba nada parecido a un momento amoroso.

– Quería preguntarle sobre el asesinato de Thomas Dempsie. He leído algunos recortes de los artículos que usted escribió.

Pete levantó los ojos y algo, posiblemente algo agradable, brilló al fondo de sus ojos teñidos de miseria. Dio una vuelta al vaso de whisky frente a él con la mano lenta y lo levantó, se echó el contenido al fondo de la garganta y se lo tragó. Ni siquiera hizo el acostumbrado jadeo de después; tal vez estuviera bebiendo té. Se pasó la lengua gris por encima de los dientes y dejó el vaso sobre la mesa.

– Pues siéntate.

Paddy obedeció pero mantuvo su silla apartada de la mesa, que estaba muy sucia, y se recogió las puntas de la trenca por encima del regazo. Revolviendo todavía el vaso vacío, Pete se sonrió, con los ojos sorprendentemente cálidos.

– Disimula tu disgusto, mujer. Tendrás que sentarte en muchas mesas sucias con viejos borrachos si quieres trabajar en esto.

– Tengo miedo.

– ¿Por qué?

No sabía muy bien cómo decirlo:

– A veces es usted un poco bruto.

– Sólo cuando tengo público. -La miró un instante y, después, siguió revolviendo el vaso-. Soy un chuleta, y mi público no se fía de la amabilidad.

– Ya, ése es el problema de trabajar aquí: todo el mundo es cínico.

Sus ojos se enternecieron.

– Somos todos unos idealistas frustrados; eso es lo que nadie percibe de los periodistas: sólo los románticos de verdad acaban hartos. ¿Qué quieres saber de Dempsie?

Ella se inclinó sobre las rodillas hacia él.

– ¿Recuerda bien el caso?

Pete asintió lentamente con la cabeza.

– El secuestro del pequeño Brian coincide con el aniversario de la muerte de Thomas Dempsie. Quien mató a Brian debía de estar pensando en él. -Dejó la idea en el aire un momento.

– Lo sé -dijo Pete en voz baja.

No era la reacción que ella esperaba.

– Los chicos tenían más o menos la misma edad. Y, además, Thomas fue hallado en Barnhill, a unos ochocientos metros de donde viven los chicos arrestados: todo está relacionado.

Pete suspiró profundamente y se apoyó en su silla.

– Mira -le dijo muy serio-, no voy a sentarme a un metro de ti sin que, ni siquiera, tengas una bebida en la mano. ¿Qué vas a tomar?

– En realidad, no bebo.

Pete puso una expresión escéptica. Avisó a McGrade con un dedo levantado, con cuya punta señaló, después, a Paddy. McGrade se acercó con una cañita de Heineken dulce, un posavasos y un trapo seco para limpiar la mesa. Ella tuvo que mover la silla para no oler el tufo, lo cual, casualmente, la acercó más a Pete. Este hizo un gesto de aprobación con la cabeza y le señaló su bebida. Paddy tomó un trago y vio que sabía mejor de lo que esperaba, como la zarzaparrilla pero más refrescante. Pete miró lo mucho que había bebido y asintió satisfecho cuando vio que se había tomado un cuarto del vaso.

Paddy se inclinó sobre la mesa.

– ¿No le parece extraño que haya tantas semejanzas entre el pequeño Brian y Dempsie?

Él se encogió de hombros, despreocupado.

– Si estás en este negocio el tiempo suficiente, verás que las cosas se repiten al menos dos veces. Todo vuelve. Eso no significa que los casos estén relacionados los unos con los otros.

– Es demasiada casualidad.

Pete se recogió un hilillo de tabaco que se le había pegado a los labios.

– Cada año, normalmente antes de Navidad, una mujer de Glasgow es apuñalada por su pareja.

– Eso no es tan raro -dijo Paddy.

– Con un trozo de cristal roto. Se pelean, se rompe una ventana y él la asesina con un pedazo del cristal. Un año tras otro, sucede de la misma manera. No tiene ningún sentido que pase por esas fechas, pero pasa cada año: es un ciclo inevitable. Si trabajas bastante tiempo, ves pautas. Al final, nada es nuevo.

– Me gustaría saber qué ocurrió entonces.

Pete apartó el vaso de whisky vacío a un lado y se acercó el primer vaso de cerveza.

– Dempsie fue un caso muy sonado. Tuvo una repercusión enorme. Los asesinatos de los Moors estaban relativamente frescos en la mente de la gente y el niño era tan pequeño y tierno… Hubo fotos muy buenas, ¿sabes?

– ¿Cómo obtuvo todas aquellas entrevistas con Tracy Dempsie? ¿Se las asignaron?

– No. La esperaba frente a la puerta de su casa. Averigüé su dirección y la esperaba fuera, bajo la lluvia, tres horas hasta que ella accedía a recibirme. -Levantó una ceja-. En aquellos tiempos, le ponía mucho interés. Eso te sorprende, ¿no?

En realidad, no la sorprendía, pero Paddy asintió por cortesía:

– ¿Estaba Alfred cuando la entrevistó?

– Sí, estaba allí. Lo vi con su otro chico, el mayor.

– ¿Su hijastro?

– Eso. No le tenía cariño, era evidente, pero amaba a su hijo, el pequeñito. Estaba destrozado.

– ¿Hay alguna posibilidad de que lo hiciera?

– Bah, Dempsie era inocente.

A Pete se le endureció un poco el mentón. Levantó el vaso de cerveza y, después, los ojos cuando alguien entró en el bar. Se volvió para ver al padre Richards plantado en la puerta, mirándolo, furioso. Dr. Pete le devolvió la mirada, retando a Richards a acercarse y hacerlo hablar, pero Richards pidió una copa y se sentó al otro extremo del local.

– En realidad, nadie creía que Dempsie fuera el responsable, pero llevaban cuatro meses y no había condena. Necesitaban a alguien. No tenía coartada y estas cosas tienen vida propia. La única persona que se creyó a medias que fuera el asesino fue Tracy. Intentó cambiar su historia después de que lo condenaran, pero nadie se la creía. Eso fue entonces, claro; hoy se la comprarían.

– He oído que a la mujer del destripador de Yorkshire le pagaron diez de los grandes.

– Yo he oído veinte. -Se bebió la media pinta de cerveza de un trago, dejó el vaso vacío sobre la mesa y, de pronto, pareció más joven. Se lamió los labios e hizo un gesto juguetón con los ojos-. Eran otros tiempos. Entonces había unos tres periodistas especializados en criminología rondando por la ciudad. Podíamos ir a tomar cerveza juntos y simplemente acordar que dejábamos de lado un caso, si queríamos. Ahora el juego ha cambiado: todo son guerras de rumores y dinero. Venderían a su madre a cambio de firmar una noticia. Cuando yo empezaba, lo importante era la verdad y que todo cuadrara.

– ¿Woodwar y Bernstein y Ludovic Kennedy?

Él le hizo una mueca.

– Exacto, pollita, exacto. Entonces éramos gente orgullosa, no como ahora. -Hizo un gesto incluyendo a todos en el local-. Son un atajo de putillas.