I
Terry la esperaba en el coche, con un brazo apoyado en al respaldo de su asiento con fingida despreocupación, y vigilaba la puerta de la estación para verla. Ella llegó con veinte minutos de retraso y él tenía aspecto de haberla estado esperando un buen rato. Se había lavado el pelo y afeitado, y sin la sombra en el mentón tenía un aire más aniñado e impaciente. Al verlo, Paddy se sintió sin aliento e ilusionada. Mientras cruzaba la calle, desvió la vista y respiró profundamente. Él se inclinó sobre el asiento del copiloto y le abrió la puerta, y ella se deslizó a su lado.
– Hola.
– Hola.
Se miraron un momento tenso, con los ojos atrapados.
– ¿Cómo tienes la rodilla?
– Bien.
Se quedaron en silencio. Terry avanzó la mano, invisible bajo el salpicadero, y le cubrió la suya.
– Anoche me lo pasé increíblemente bien.
– Yo también.
Le apretó la mano.
– De hecho, hubo cuatro momentos increíbles anoche.
– No es necesario que te vanaglories de nada, Terry; yo también estaba.
– Ya lo sé. -Mostró los dientes-. Pero es que es un récord personal y no se lo puedo contar a nadie más. ¿Nos vamos?
Paddy asintió, temiendo que separara la mano de ella, mientras saboreaba el calor del centro de su palma. Él se volvió a mirar la carretera, puso ambas manos en el volante y suspiró satisfecho.
Ninguno de los dos sabía a qué comisaría ir, y tampoco se acordaban de qué departamento había hecho el interrogatorio. Condujeron hasta el Press Bar, que abría los domingos, algo que a Paddy no se le había ocurrido nunca. Terry le explicó que era para el personal que se encargaba de la edición de los lunes, y estaba seguro de que alguien allí sabría qué comisaría se había encargado del asunto. Descendió lentamente por Albion Street, con Paddy con el asiento reclinado a su lado, tratando de localizar el furgón de víveres.
Había unos cuantos coches aparcados cerca del aparcamiento, y los furgones de distribución del News estaban estacionados a lo largo de Albion Street, cerrados y a la espera de la nueva edición. Preocupado todavía por su seguridad, Terry se detuvo frente a la puerta del bar y la dejó bajar por su puerta y entrar en el local mientras él se iba a aparcar. Ella cruzó la puerta con la respiración entrecortada de nervios, un rostro agitado en una sala llena de hombres ablandados por la bebida.
Richards se sentaba a solas en la barra, y aburría a McGrade con chistes de segunda mano y comentarios de perogrullo. Tres impresores se sentaban alrededor de una mesa, relajados, hablando lo justo para acompañar a la cerveza. Dr. Pete estaba solo en una mesa cerca del fondo. En los tres días transcurridos desde la última vez que se vieron, su piel parecía haber envejecido una década. Al beber, se sorbía las mejillas hacia adentro y la piel marchita alrededor de los labios se arrugaba irradiando mil líneas. Aunque en el bar se estaba calentito, el llevaba el abrigo bien abrochado.
Paddy se encaminó hacia él. Tenía la intención inicial de preguntarle sutilmente por su salud, pero era un disparate tan obvio que un hombre en su estado estuviera sentado en un pub, que le soltó:
– Tiene un aspecto muy jodido.
Él levantó la vista, le sonrió y parpadeó lentamente.
– ¿Jodido? ¿De veras? -dijo arrastrando las palabras al tiempo que se recogía los extremos del abrigo encima de los muslos-. Te diré lo que es jodido. Thomas Dempsie, asesinado en 1973, hallado en Barnhill junto a la estación de tren. El padre, Alfred Dempsie, declarado culpable, se colgó, un caso triste y bla, bla, bla. -Le volvió a sonreír y le dedicó un pequeño saludo garboso-. ¿Lo ves, no? Me acuerdo de ti, recuerdo sobre qué me hacías preguntas. Lo recuerdo todo.
– ¿No se ha movido de aquí desde el jueves?
– ¿Fue el jueves? -Pareció bastante sorprendido y se encendió un cigarrillo para marcar el momento.
– Si sigue así, se morirá en un mes.
– Que se vayan todos al cuerno -dijo en voz baja.
– Oiga, ¿se mencionó alguna vez que se hubiera visto un furgón de venta ambulante de víveres, cuando desapareció Thomas Dempsie?
Dr. Pete reflexionó un momento, pestañeó ante su vaso de cerveza y luego se lo llevó a la boca y lo apuró.
– No.
– ¿Está seguro?
La puerta del bar se abrió detrás de ella y sintió una brisa helada en el cuello. Los pies avanzaron hacia ella y supo que se trataba de Terry.
– Seguro.
– ¿Ha oído hablar alguna vez de un tipo llamado Henry Naismith?
Terry llegó al canto de la mesa, y Pete levantó la vista hacia él.
– ¿Cómo está, Pete? ¿Todo bien?
Pete asintió con la cabeza, sonriendo vagamente a la pared.
– ¿Puedo ofrecerle una copa?
Pete asintió de nuevo y Terry señaló interrogativamente a Paddy. Ella pidió una limonada y se mantuvo firme cuando le insistieron que tomara otra cosa. Dijo que su estómago no lo aguantaba; una vez a la semana le resultaba más que suficiente.
Terry se acercó a la barra, y Pete hizo una sonrisita de suficiencia y se mordió la mejilla por dentro un momento.
– Has de tener cuidado. En este negocio, una mujer no puede permitirse una mala reputación.
– ¿No se me permite tener amigos de mi edad?
– Se nota. La manera en que un hombre le mantiene la mirada a una mujer así, directamente, como si el mundo entero fuera un secreto entre ellos dos. -Era así como acostumbraba a escribir, Paddy pudo distinguir su tono único, pero, en vez de proseguir durante diez párrafos, se detuvo de golpe y miró su vaso.
Terry llegó de vuelta a la mesa con un paquete de diez de Embassy Regal y las copas: limonada para Paddy, media pinta para él, y media y media para Dr. Pete. Dejó el paquete de cigarrillos delante de Paddy.
– Esto es por anoche -dijo, ante lo cual ella aguantó sin rechistar frente a Dr. Pete-. ¿De qué hablabais?
– De si hay alguna relación entre Naismith y Tracy Dempsie -dijo Paddy, cambiando de tema cautelosamente.
El Dr. Pete tenía los ojos abiertos y húmedos. Tomó su vaso de whisky y se echó el contenido al fondo de la garganta mientras el labio se le encorvaba, de asco o de dolor, Paddy no supo adivinarlo. Luego recogió la media pinta de cerveza para ver si un sorbo de aquello podía aliviarlo. No fue así.
– ¿Sabes lo que me apetece ahora? -Pete miró a Paddy y sólo a Paddy-. Me apetece un buen plato de cordero. -Dejó caer la cabeza y se sumergió en la cerveza.
Terry tuvo que darle unos golpecitos al codo y decir su nombre un par de veces para que le hiciera caso, y, entonces, le preguntó el nombre de la comisaría que llevaba el caso del asesinato de Heather. Pete les dijo que era la comisaría de Anderston y que se aseguraran de preguntar por David Patterson: Pete conoció a su padre. Paddy le sonrió agradecida, pero sin ninguna intención de preguntar por el policía de rostro rechoncho. No era posible que fuera el único que formaba parte del equipo de investigadores.
Cuando levantó la vista, advirtió que Pete la estaba mirando otra vez.
– Henry Naismith -le dijo- fue el primer marido de Tracy Dempsie.
– ¿Su marido? ¿Al que dejó por Alfred Dempsie?
Él se dejó caer en la silla y asintió, mirando su vaso de cerveza con ojos tristes:
– Eso mismo.
II
Las paredes del vestíbulo estaban revestidas con paneles de chapa barata y oscura, que contrastaba de manera estridente con el turquesa amarillento del falso mármol del suelo. La comisaría de Anderston tenía el doble de sillas que la que había visitado con McVie, con tres filas de cinco atornilladas al suelo.
La mesa del sargento estaba colocada en un podio tan alto que Paddy se asomaba hacia arriba como un niño en una tienda de chucherías. Un joven agente cansado y vestido de uniforme se sentaba en una silla de madera que crujía ruidosamente cada vez que el tipo se movía más de tres centímetros hacia cualquier lado. Era domingo, les informó, y no había nadie. Podrían hablar con alguien si estaban dispuestos a esperar, pero no sabía cuándo habría alguien disponible. Les sugirió que llamaran al día siguiente.