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– Debe de ser una familia.

– Debe de serlo. -Siguió los dedos con los ojos hasta la esquina inferior del listín y luego giró la página-. Aquí: H. Naismith.

Paddy se acercó rápidamente a él.

– ¿Hay uno ahí?

– Sí, H. Naismith, en Dykemuir Street.

Recordó la dirección de la tarjeta del funeral que habían mandado después de la muerte del padre de Callum Ogilvy.

– Es la calle de Callum Ogilvy -dijo Paddy-. Naismith vive en el maldito Barnhill.

V

De todas las casas de la calle, era la menos visible. La casa de Naismith era modesta y pulcra, con las cortinas limpias y bien colgadas. El breve jardín frontal se había pavimentado con losas rojas que se habían asentado de manera irregular sobre la arena de debajo, y los cantos asomaban por arriba o por abajo. Un cesto vacío de colgar plantas se mecía junto a la puerta principal con la suave regularidad de un metrónomo al viento del anochecer. El furgón de víveres estaba orgullosamente aparcado delante.

A veinte metros al otro lado de la carretera, en la pendiente de la colina, estaba la casa de los Ogilvy. Paddy, al mirar por la ventanilla de su lado cuando pasaron por delante, pudo ver que los hierbajos y el paso del tiempo estaban carcomiendo los ladrillos del murete del jardín, y el peso de la tierra los forzaba a combarse hacia el pavimento.

Barnhill no era el lugar de residencia predilecto de la gente motorizada. Terry había aparcado cerca de casa de los Ogilvy, pero su Volkswagen blanco seguía siendo el único coche de la calle aparte del furgón de víveres de Naismith. Llamaban muchísimo la atención.

– Mierda. Casi podríamos haberle anunciado por teléfono que veníamos.

– Ya -dijo Terry mientras miraba por el parabrisas a la calle desierta. Volvió a poner el motor en marcha y sacó el coche a la carretera, saliendo rápidamente como si se dirigieran a algún sitio concreto.

– ¿Qué te parece aquí? -dijo Paddy, al pasar frente al aparcamiento vacío de un pub que estaba dos calles más abajo.

Terry sacudió la cabeza.

– No es mucho mejor; aquí hay más testigos.

Pasaron por delante del local, y Paddy vio en la ventana a un hombre y a una mujer de espaldas, sentados muy juntos bajo la cálida luz ámbar, con las cabezas apoyadas la una contra la otra. Siguieron avanzando por una amplia carretera que salía en dirección a la circunvalación de Springburn. Junto a la carretera, había una franja de terreno baldío a oscuras, y cerca no había más que un edificio abandonado de apartamentos con las ventanas tapiadas y el pavimento que salía de él. Terry redujo la velocidad del coche y la miró inquisitivamente.

– No, se nos ve demasiado.

El aceleró, y volvió a alejarse.

– Pero, Terry, cuanto más nos alejemos del furgón, más tendremos que andar para volver hasta él. Correremos más riesgos de ser vistos.

– Sí, tienes razón. -Se acercó lentamente al lateral de la carretera y dibujó un círculo cerrado con el coche-. Vamos allá.

Bajó por la calle de Callum Ogilvy, aparcó el coche siete metros por detrás del furgón y apagó el motor. Se subió la cremallera de la cazadora de cuero y comprobó el botón de arriba dos veces para asegurarse de que estaba bien abrochado. Paddy lo observaba. Terry sudaba de nervios. Habían acordado previamente que aquella sería su misión, conscientes de que, si Naismith veía a Paddy, la atacaría; pero Terry estaba muy inquieto. Paddy no sabía si sería capaz de hacerlo.

– ¿Estamos seguros de lo que vamos a hacer? -dijo él con rapidez, como si tuviera miedo de dejar escapar el aire.

– Yo sí, ¿y tú?

Asintió con la cabeza mientras miraba por la ventana ansiosamente.

– Pero estaba encarcelado cuando Thomas Dempsie desapareció.

– Pudo habérselo llevado y haberlo escondido antes. Tracy Dempsie no sería la persona más fiable para confirmar los horarios. Dr. Pete dijo que, cuando la interrogaron, cambió las horas varias veces.

– Cierto. -Le hizo otro gesto hacia la ventana-. ¿Estás segura?

– Terry, mira dónde vive: conoce a Callum Ogilvy, Thomas Dempsie era el crío que su ex esposa había tenido con su nueva pareja, y su zona de reparto está en Townhead. Debía de ver al pequeño Brian cada día. Encaja todo a la perfección.

– Sí -dijo mientras seguía mirando a la calle con el ceño fruncido.

– Sólo intentamos que registren su furgón. Si no encuentran ninguna otra prueba, se librará.

– Se librará -asintió Terry-. Se librará.

– Pero encontrarán pruebas. Estoy segura de que lo harán. Encontrarán pruebas del asesinato del pequeño Wilcox y también del de Heather, estoy segura.

– Estás segura. -Asentía con la cabeza cada vez más rápido, y empezó a balancearse ligeramente sobre su asiento-. Estás segura.

Abrió la puerta de un manotazo y salió a la calle; caminó a grandes zancadas hacia el furgón con la cabeza agachada. Se quedó de pie en la carretera, con el furgón entre él y la puerta principal de la casa de Naismith, se subió al peldaño de borde cromado que daba acceso al lado del conductor y se equilibró con la barriga contra la puerta, apoyado sobre la cabina.

Paddy miraba fijamente al furgón, pero si no hubiera sabido que Terry estaba, no lo hubiera visto. El chico levantó un codo, y ella vio un destello de su destornillador cuando se lo sacaba del bolsillo. Terry bajó la ventana con la manivela, vació el contenido de la toalla de mano verde dentro de la cabina y se apartó de la cabina. Entonces volvió andando hacia ella, con los hombros todavía encogidos hasta las orejas y la vista fija en el suelo. Paddy le miró la cara y vio que sonreía.

VI

Se apretaba el auricular con fuerza al oído dubitativa. Terry la miraba desde el coche. Cuando estaba con él, estaba convencida de que hacían lo correcto, pero ahora que se encontraba sola en la cabina y marcando el número de la comisaría de Anderson, se preguntaba si la idea era sensata, porque quería presumir ante él, y fingir seguridad ante los hechos de la misma forma que había fingido en el encuentro sexual de la noche anterior en su cama. Sentía que el pulso le latía con fuerza en la garganta mientras le soltaba la historia al agente al otro lado del teléfono: había visto a Heather Allen aquel viernes noche subiendo a un furgón de víveres frente al Pancake Place de Union Street; no sabía de quién era el furgón pero era lila y viejo, y lo había visto repartiendo por Townhead. Cuando el agente le preguntó el nombre y la dirección, colgó el teléfono.

Mientras volvía al coche con aire resuelto, tenía la esperanza de parecer tan segura como Terry parecía cuando volvió del furgón de Naismith.

– ¿Ya está?

– Hecho -dijo mientras recuperaba el aliento-, punto y final.

Terry la acompañó hasta la primera franja de la estrella, y a ella no le importó si la veían con él. En los alrededores de la estrella, las luces de los salones se veían encendidos mientras las familias se acomodaban alrededor de los televisores después de Songs of Praise [8]. Terry sonrió ante la visión de las casitas y dijo que le gustaba.

– Pero todas las casas se miran las unas a las otras. ¿No se vigilan los vecinos entre ellos?

– Claro -dijo Paddy-. Todo el mundo lo sabe todo. Hasta los Prod saben quién ha faltado a misa. Gracias por acercarme a casa.

Se miraron el uno al otro, con una mirada directa y sincera, y a ella le decepcionó percibir un pequeño rictus de duda en su mentón.

– Lo que hemos hecho hoy está bien, Terry.

– Eso espero.

Estarían unidos para siempre por lo que habían hecho, y los dos lo sabían.

Paddy se bajó del coche, pesarosa de que su gordo culo fuera lo último en abandonar el campo de visión de él, y luego se inclinó para volver a mirarlo. Lo vio sentado en el asiento hundido, con su barriguita embutida en la camiseta, ella misma se mostraba reticente a abandonar su compañía. Si Pete pudiera ver lo que había entre ellos, otros lo podían también ver. A Sean le dolería hasta en los huesos.

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[8] Programa religioso de la BBC. (N. de la T.)