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Ahora ella lloraba abiertamente, tenía la cara mojada, y no sólo lloraba por perder a Sean, sino por el susto que le habían dado y por Dr. Pete y Thomas Dempsie, lloraba por perder la certeza. Sean le buscó la mano, hurgando en la manga del abrigo, y se la tomó entre las suyas. Tenía los dedos fríos y, mientras se los frotaba para calentárselos, notó la piel suave en el lugar donde debía haber estado el anillo y se echó a llorar también él.

– No he hecho nada malo -dijo.

– No es lo que yo quiero.

– En el trabajo me dieron un puñetazo por tu culpa.

– No es lo que yo quiero.

– Pero yo te amo.

Se tomaron de las manos y sollozaron, neófitos ante la emoción intensa, mirando cada uno en direcciones distintas en la oscuridad.

Cuando pararon las lágrimas, ella tenía la mano enrojecida de tantas caricias. Sean volvió a sacar sus cigarrillos y se encendió uno, y luego volvió a dejar caer el paquete en el bolsillo de su cazadora.

– ¿Por qué aceptaste casarte conmigo si no querías? -le dijo con amargura.

Paddy se inclinó hacia delante, tomó el paquete de cigarrillos y cogió uno, lo cual hizo sonreír a Sean. Se lo puso entre los labios y señaló con un dedo al chico.

– Danos fuego.

Sean se acercó y se lo encendió con la punta incandescente del suyo. Ella inhaló, sorbiéndose las mejillas, sacando fuego de él.

– Quiero que me lleves a ver a Callum Ogilvy. -Soltó el humo y esperó a que él le gritara.

– No puedo llevarte -le respondió en tono amable.

– Sí puedes. Eres su familia. Podrías ir a visitarlo, ahora que está en el hospital.

Sean se abrazó las rodillas, se las acercó al pecho y se tocó una rodilla con la frente.

– No puedo creer que me pidas ayuda en tu vida profesional.

– Eso ayudaría a mi carrera -dijo ella asintiendo, asumiendo la culpa-, lo haría, no puedo negarlo. Por otro lado, representaría una gran diferencia para Callum. Acabará siendo entrevistado, y, si lo hace cualquier otro, lo sacarán como un diablo y tendrá que apechugar con eso el resto de su vida. Al menos, así podremos controlar cómo se lo retrata.

– ¿Y tú obtienes una importante exclusiva?

– Podemos luchar contra ello -dijo a la vez que se sacaba el cigarrillo de la boca y soplaba en la punta para animarlo-, o podemos aceptar que las cosas han ido así y seguir siendo amigos.

– ¿Eliges tu carrera frente a mí?

– Sean, yo no soy lo que tú quieres. -De pronto, se sintió llena de energía, ilusionada por haberse librado del yugo de su compromiso-. Habría sido una esposa horrible. Te haría muy desgraciado. Sería la peor esposa católica de toda la historia.

Él la tocó cariñosamente con el codo.

– Serías una buena madre.

– No una buena madre católica.

Le tocó el tobillo y, con el revés de los dedos, le acarició los muslos, probando si estaba autorizado a tocarla.

– Sí, sí lo serías.

Ella se le acercó al oído.

– Ni siquiera creo en Jesucristo.

Sean puso una expresión incrédula.

– Vamos, vete al cuerno.

– Lo digo de veras.

– Pero si estuviste un año entero en el grupo de plegaria del Sagrado Corazón.

– Sólo asistía porque estabas tú.

Le dio un golpecito al brazo y exageró su sorpresa tan sólo para tener una excusa para tocarla.

– Y siempre te santiguas cuando entras o sales de una casa.

– A mi madre le gusta que lo haga; pero nunca he tenido ni un ápice de fe. Cuando hacía la primera comunión, sabía que estaba mintiendo. -Sonrió, aliviada de que alguien, al fin, lo supiera-. Nunca se lo he contado a nadie; eres el único que lo sabe. Ahora sabes por qué estoy siempre tratando de huir de mi familia.

– No es posible.

– Lo sé. -Levantó sus manos al cielo-. Me he pasado media vida de rodillas, pensando que aquello eran tonterías.

Se sonrieron. El viento despeinaba a Sean, y un tren pasó por el valle. Paddy levantó los hombros y se acomodó dentro del abrigo. Con Terry se sentía distinta: se sentía cerca de Sean, pero no había chispa.

– Pero una cosa, y ya sé que no tengo ningún derecho a pedirte favores ahora mismo, pero, sobre el compromiso: ¿podrías no decírselo a mi madre?

Él la miró un momento y su mirada se suavizó.

– Eso no será un problema, amiguita.

Ella le tocó la mejilla con sus dedos helados.

– Mírate. Eres tan guapo, Sean. Ni siquiera soy lo bastante guapa para salir contigo.

Sean dio una calada al cigarrillo.

– ¿Sabes, Paddy? Siempre dejo que digas cosas así porque me gusta que seas modesta. Pero eres muy hermosa. Tienes la cintura estrecha y los labios carnosos. La gente lo comenta a menudo.

Fue como una burbuja cálida que le estalló en al cabeza. Intentó buscar en su memoria algo que le demostrara que era atractiva, pero no encontró nada. En el colegio, ningún chico se volvió loco por ella. Por la calle, no se le acercaban nunca los hombres. Ni siquiera recordaba haber recibido un cumplido antes de aquél.

Se rio incómoda y le dio un golpe al brazo.

– Vete al carajo.

– Lo eres. -Retiró la vista, temiendo que ella lo considerara un calculador-. Para mí lo eres.

– ¿Pero sólo para ti?

– ¿Eh?

– ¿Sólo soy hermosa para ti?

Sean le hizo un arrumaco.

– No. Eres hermosa, Paddy, sencillamente hermosa.

Permanecieron juntos en silencio, fumando y mirando hacia el valle. Cada vez que pensaba en lo que le había dicho, Paddy sentía vértigo. Que aquello fuera cierto podía cambiarlo todo. Siempre había odiado su cara; odiaba tanto su aspecto que algunas mañanas le daba vergüenza salir de casa. Se quedaron sentados, y durante un par de pausas silenciosas ella sintió un ataque de agradecimiento tan fuerte que estuvo a punto de pedirle que se casara con ella.

Capítulo 32

No me gustan los lunes

I

Se despertó más consciente del día que tenía por delante que del fin de semana que acababa de pasar. Terry iba a entrar pronto para sacar todos los recortes del caso Dempsie y evitar que alguien más los pudiera usar. Llamaría a las comisarías y luego intentaría hablar con McVie y con Billy, quien probablemente fuera una fuente de información menos interesada, para averiguar si aquella noche le había ocurrido algo a Naismith. Luego tantearía a Farquarson y le preguntaría si podían escribir el artículo ellos mismos. Esperaba que Terry fuera un buen señuelo; desde luego, ella sola no lo era.

A la hora del desayuno, su familia no advirtió ningún cambio en ella. Trisha le preparó tres huevos duros como gesto de reconciliación, y Gerald le pasó la leche para el café antes de que ella la pidiera. Se sentó y comió entre ellos, observando cómo se pasaban el cestito de las tostadas del uno al otro, y cómo Trisha servía el puré de avena. Paddy actuaba con normalidad, con la cabeza perdida en el fin de semana y sus pensamientos saltando entre el furgón de Naismith, la manifestación y la cama de Terry Hewitt.

La escarcha le daba a todo un aspecto cortante, y el débil sol no era capaz de levantar el hielo de la tierra. Hasta el aliento de Paddy formaba una nube de cristales afilados mientras se apresuraba cautelosamente por los resbaladizos andenes de la estación.

Encontró sitio en el tren y se dejó caer pesadamente en el asiento, haciendo una mueca al sentir cierta irritación en la entrepierna, y eso le provocó un estremecimiento mayor del que le había provocado el propio sexo. Se vio a sí misma sentada en el coche de Terry, mirándolo volver del furgón de Naismith, pensó en la roca fría e húmeda de la colina ventosa. Ahora Sean podría salir con otras chicas si quería. Podía hacer manitas con ellas y besuquearlas y prometerles un futuro acogedor. Con el tiempo, ella no sería más que alguien que conoció en el pasado.