Cuando vio a Terry Hewitt de pie junto a la puerta del edificio del Daily News con las manos en los bolsillos, con una pierna doblada y apoyada en la pared de detrás, de alguna manera percibió que quería parecerse a James Dean; pero se parecía más a un chico regordete apoyado en la pared. Ella estaba todavía lejos y, tras abandonar su pose, miró carretera abajo para buscarla, ya que sabía que venía de la estación. Cuando advirtió su silueta a lo lejos, el abrigo acolchado y los botines, que correteaba hacia él, reaccionó torpemente y, avergonzado, recuperó su postura. No volvió a levantar la vista hasta que ella no estuvo a muy pocos metros. Parecía enojado.
– Te reclaman en el despacho de la Bestia Jefe, de inmediato.
Paddy consultó el reloj.
– Pero si está a punto de empezar la reunión de la sección editorial.
– De inmediato.
Se volvió, dispuesto a guiarla hasta arriba, pero ella lo cogió por detrás de la chaqueta.
– Mierda, Terry, ¿qué ha pasado?
Él no se detuvo, ni siquiera se volvió. Le hizo un gesto con la mano para que lo siguiera, y la condujo por el vestíbulo de mármol negro. Los zapatos de suela metálica de Terry repiqueteaban y hacían eco por el frío techo y paredes. Las dos Alisons giraron la cabeza simultáneamente y los observaron cruzar la estancia. Paddy entendió que era un asunto grave. No sólo habían mandado a Terry a buscarla para que la llevara directamente al despacho de Farquarson, sino que él la llevaba por la entrada formal, la entrada de los forasteros que no formaban parte del periódico.
Terry saltó escaleras arriba frente a ella, y Paddy le dio un golpecito a la pierna.
– Para -le rogó, pero él no lo hizo. Siguió avanzando, y ella no tuvo otra opción que seguirle-. Terry, por favor… -Y él aceleraba, como si intentara huir de ella.
Cuando alcanzaron la planta de la redacción, ella ya no podía con su alma. Estaba a punto de iniciar una nueva súplica, pero él cruzó el descansillo con dos zancadas y abrió las puertas de la redacción de par en par. Nadie levantó la vista para mirarlos; ni una cabeza se levantó, ni una mirada extraviada se posó sobre ellos mientras Terry la guiaba por los treinta metros de moqueta hasta el despacho de Farquarson. Hasta Keck mantuvo la vista agachada cuando ella pasó frente al banquillo, fingiendo no haberla oído murmurar un ansioso «hola» al pasar por delante de él. Sólo Dub la miró, con cierta tristeza, y ella tuvo la sensación decidida de que le estaba diciendo adiós.
Los estores venecianos negros estaban corridos, la puerta cerrada. Terry llamó un par de veces, haciendo vibrar el cristal mal fijado, y abrió la puerta. Dio un paso atrás para dejarla entrar delante de él, y Paddy cruzó el umbral.
Farquarson estaba solo, inclinado sobre su mesa, moviendo alternativamente dos párrafos de entradilla cortados sobre una prueba de página. Se reclinó y miró distraídamente a Hewitt, ignorando por completo a Paddy. Ella llevaba todavía el abrigo puesto y de pronto sintió mucho calor.
– ¿Jefe?
Se secó la frente con la manga. Sintió todos los ojos de la redacción posados sobre su espalda, que le miraban las gotas de sudor en la nuca, y se fijaban en lo gorda que estaba.
– Thomas Dempsie. -Farquarson lo dejó colgando en el aire, como si se tratara de una orden.
Ella casi temía moverse.
– ¿Qué quiere decir?
– Tenías razón. Al final, resulta que está relacionado con Brian Wilcox.
Paddy miró a Terry, que sonreía detrás de ella. Un editor de Sucesos que se sentaba detrás de una máquina de escribir la miró directamente a los ojos. Keck permanecía sentado en el banquillo, de espaldas a ellos, y los escuchaba, y ella pudo percibir por la postura de su cabeza que estaba deprimido.
– Bueno, éste es el plan -prosiguió Farquarson-. Redactaréis un artículo para contar el caso Dempsie de manera directa; no debería ser demasiado duro. Si no es una basura absoluta, lo utilizaremos como encarte la semana que viene.
– ¿La semana que viene? ¿No deberíamos esperar al juicio?
Terry sonrió triunfante y le dio una patadita al tobillo.
– La buena noticia es ésta: no va a haber ningún juicio. Naismith ha confesado.
– ¿Qué?
– Todo. Ha confesado haber matado a Thomas Dempsie, haber secuestrado a Brian Wilcox y haber obligado a los muchachos a matarlo; y también, el secuestro y asesinato de Heather Allen…, todo.
Ella frunció el ceño.
– ¿Qué motivos puede tener para confesarlo todo?
– Bueno -dijo Farquarson-, encontraron pruebas en su furgón que lo relacionan con la muerte de Heather, y sangre que coincide con la de Brian Wilcox.
Paddy volvió la cabeza hacia Terry, que seguía sonriendo junto a la puerta.
– Pero ¿por qué confesar ahora, de pronto? ¿Y por qué reconocer lo de Thomas Dempsie ahora, después de tantos años? Así está limpiando el nombre del tipo que le robó a la esposa.
Farquarson se encogió de hombros.
– Tal vez se sintiera mal.
Terry asintió animosamente.
– Tenía adhesivos de Jesucristo por todo el furgón. Tal vez quisiera lavar sus pecados.
– Los adhesivos de Jesucristo deberían haberle hecho dejar de matar, no confesar después de que lo pillaran. -Quería creerlo, pero, simplemente, no podía-. ¿El otro día estuvo a punto de matarme por lo que yo sabía, pero ahora quiere abrir el pecho?
Farquarson no tenía mucho tiempo para sumergirse en las oscuras profundidades de las almas humanas.
– A la mierda con esto. Los cargos contra los chicos se han reducido a complicidad en asesinato. Les irá mucho mejor. Es una buena noticia.
Ella asintió, tratando de convencerse de que Farquarson tenía razón: era una buena noticia.
– Hemos quedado con los parientes cuando finalmente podamos acceder a ellos, después de que Naismith haya sido acusado.
– ¿De qué conocía a los chicos?
– No lo dijeron. -Farquarson miró a Terry-. Creo que viven en el mismo barrio que él.
Terry asintió:
– Solían merodear por donde estaba el furgón; los vecinos se lo dijeron a la policía. James O'Connor, el otro chico, tiene al padre y a la madre ausentes. Vive con sus abuelos.
– ¿Ausentes?
– Son alcohólicos.
– Ya, estupendo -dijo Farquarson para cortar la conversación-. De modo que J.T. entrevistará a los chicos. Meehan, tú puedes ponerte en contacto con él, contarle los detalles sobre su historial, cosas así.
– Yo quiero a Callum -dijo ella en voz alta-. Quiero entrevistar a Ogilvy yo misma.
Farquarson se quedó atónito.
– Ni en broma. Es demasiado importante.
– Si J.T. lo entrevista, lo hará de manera brutal. Hará aparecer a Callum como un cretinillo malvado, y no lo es. Yo puedo conseguir entrevistarme con el chico antes que nadie, y Terry puede ayudarme a redactarlo.
Estuvieron veinte minutos discutiendo las ventajas y los inconvenientes. Farquarson no iba a poder estar corrigiendo todo el tiempo, Paddy debería entregar un texto ya digno de publicación. El auténtico problema era obtener la entrevista mientras hubiera gente que todavía se interesara por el tema. Paddy mintió y dijo que ya había hecho los pasos para obtenerla y verlo aquella misma semana. Si Sean se ponía borde, la habría cagado.
Al final, Farquarson le pidió que entregara un texto de ochocientas palabras sobre Dempsie antes del viernes y que le diera el material de la entrevista a medida que lo fuera teniendo.
– Entre nosotros -añadió mientras se reclinaba en su silla-, dejadme que os diga que odio a los pequeños capullos precoces como vosotros dos y que sólo espero que cuando tengáis veinte años ya os hayáis quemado. Y, ahora, fuera.
Cuando la puerta se hubo cerrado detrás de ellos, Terry le dio un golpecito al brazo y la felicitó delante de toda la redacción. Apurada pero agradecida, Paddy miró a su alrededor y se cruzó con la mirada de un subeditor de Especiales que le dedicaba una pequeña sonrisa de reconocimiento con la comisura de los labios, como si no la hubiera visto nunca y ahora se interesara por lo que tenía que decir. Kat Beesley levantó las cejas hacia ella a modo de felicitación. Paddy buscó a Dr. Pete con la esperanza de que ya se hubiera enterado de su trabajo, pero no lo vio.