Cuando volvió a sentarse en el banquillo, se sintió un poco tonta. Dub le dijo que estaba contento pero se separó de ella y respondió a todas las llamadas y encargos que llegaban, al tiempo que le evitaba la mirada. Keck le sonrió, pero ambos percibían que aquél ya no era el puesto de Paddy. Siguió los surcos de la madera con el dedo gordo y le costó creerse que aquello tan bueno le estaba ocurriendo, después de todas las pequeñas traiciones cometidas durante las últimas semanas.
II
Paddy lo notaba: ya tenía un pie fuera del banquillo. Los editores la miraban directamente cuando le pedían tazas de té; los periodistas hablaban con ella, le hacían comentarios, reconocían su existencia. Keck le hacía la pelota. Era como un déja vu de cuando iba al colegio y dio una conferencia sobre el caso Paddy Meehan a su clase de inglés en la que dio a entender que Meehan había caído en desgracia por el hecho de ser católico. Su insinuación tuvo un éxito especial entre los estudiantes del Trinity, y su trabajo le permitió cambiar de estatus, de gorda insignificante pasó a ser considerada una pensadora profunda y la defensora de las libertades futuras de todos ellos. A medida que se hacía mayor, fue deduciendo que el motivo por el que le tendieron una trampa fue su condición de socialista comprometido, pero, más tarde todavía, se dio cuenta de que lo habían elegido porque tenía antecedentes y ninguna coartada. Por muy falsa que fuera la premisa de su éxito social en el colegio, ella lo había disfrutado a fondo, y ahora le ocurría lo mismo. Ni el recuerdo de Heather Allen ni la nueva libertad de Sean podían empañar el cálido estremecimiento de la ambición. Ahora podía verse a sí misma andar de noche frente al banquillo, mirar los surcos hechos con sus uñas mientras se disponía a salir hacia algún lugar sorprendente. Se veía por la mañana, advirtiéndolos cuando llegaba al trabajo desde su propio apartamento, o recién levantada de la cama de su amante, o volviendo de cubrir una noticia importante.
A la hora del almuerzo, en vez de merodear por la ciudad, se fue directa a la cafetería y vio a Terry Hewitt sentado en una mesa llena junto a la ventana. Él le hizo un gesto para que se acercara.
– Te he guardado un sitio -le dijo ilusionado por verla.
– ¿Cómo sabías que iba a almorzar a esta hora?
– Keck me dijo que saldrías hacia la una.
Preguntarle a Keck cuándo iba a almorzar Paddy parecía un poco pegajoso y servil, pero Paddy trató de no poner mala cara ni de decir nada malicioso. Era norma de la casa aprovechar cualquier oportunidad para tirarse los trastos a la cabeza, pero ella se había prometido no ser así.
– ¿Te traigo una taza de té? -dijo.
Terry agachó la cabeza, y aguzó el oído.
– Vale.
Ella se puso a la cola como todo el mundo y enfrió las manos sobre el tubo de acero de la barandilla de delante de los mostradores. Un periodista a quien había llevado té cientos de veces se volvió al verla esperar detrás de él.
– Ah, eres tú.
Paddy asintió con modestia.
– Siempre pensé que eras una poco tonta.
Ella supo que lo decía irónicamente, a modo de cumplido. Miró a su alrededor para ver quién más la estaba admirando y vio a Dub de pie detrás de ella.
– Hola -dijo Paddy-. No te había visto.
Dub levantó el mentón a modo de saludo.
– ¿Qué ocurre contigo hoy? -añadió ella con la esperanza de que él le preguntara lo mismo.
– Nada -dijo Dub al tiempo que desviaba la vista hacia los rollitos que se secaban en su bandeja.
– Terry y yo estamos en una mesa de la ventana, ¿por qué no vienes a sentarte con nosotros?
Era una invitación a la mesa importante, y los dos lo sabían.
– No, estoy bien. Tengo cosas que hacer por el centro.
– Oh. -Paddy se quedó decepcionada.
– De todos modos, buen trabajo. Ya me lo han contado.
– Gracias, Dub. Lo voy a celebrar, por eso quería que te sentaras con nosotros.
Dub se encogió de hombros, todavía un poco reticente. Ella no quería que dejaran de ser amigos sólo porque había tenido un poco de suerte. Señaló el recipiente de los flanes.
– Hoy tomaré sólo un postre.
Dub hizo una sonrisita burlona.
– ¿Y a mí qué me cuentas? ¿Acaso soy tu biógrafo? Deja ya de hablar de ti misma.
Los dos se rieron ante su desfachatez, y Mary la Terrorífica chocó con el cucharón contra la bandeja porque era el turno de Paddy y no estaba atenta. Mientras pedía dos tazas de té y un bizcocho con flan, Dub la adelantó en la cola. Cuando ella se volvió a hablar con él, ya se había marchado.
Terry se sentaba junto a la ventana, en la parte interior de una mesa larga, y guardaba celosamente el asiento de delante de él. Ella le dio el té y le dedicó una mirada de advertencia cuando lo pilló mirándole el cuerpo.
– Perdona -dijo Terry con la ilusión clavada en la garganta-. Bueno, y ¿qué planes tienes ahora?
– Bueno, tenemos que volver a ver a Tracy Dempsie y obtener una foto de Naismith.
– Podríamos ir hoy, después del trabajo.
– No puedo. Prometí hacer una cosa.
Él la miró con los ojos tristes y muy abiertos.
– Pero tenemos que planificar la entrevista, elaborar una lista de preguntas.
– No puedo, lo siento. Prometí ir a un sitio. Mañana entro tarde, podríamos ir por la mañana.
– ¿Por qué no puedes hacerlo hoy?
– No puedo y punto.
– Tiene que ver con ese hooligan memo tuyo, ¿no?
Paddy se dio cuenta de que lo lamentaba tan pronto como acabó de hacer el comentario.
– No conoces a Sean -dijo cortante-. No es ningún hooligan. Es un tío encantador.
Terry levantó una mano a modo de disculpa.
– Está bien.
– Es un buen tío -insistió ella.
Él asintió:
– Vale.
Pero sus ojos sonreían y ella supo que había traicionado a Sean. Era como si el sexo fuera un asunto entre él y Terry, y ella fuera tan sólo una gordinflona secundaria.
Los redactores de la mesa les sonrieron al verlos marchar, y ocuparon las sillas que habían dejado libres.
– Por cierto -dijo Terry cuando bajaban-, ¿te has enterado de lo de Pete?
No había pensado en Pete desde primera hora de la mañana y, de pronto, sintió una punzada de culpa al darse cuenta de que todo se lo debía a él.
– ¿Qué le ocurre?
– Está en el Royal. -Terry frunció el ceño-. Anoche, una ambulancia se lo tuvo que llevar del Press Bar después de cerrar.
Capítulo 33
I
Paddy sintió el viento que soplaba sobre el andén como una pequeña ráfaga de aire emocionante. El sentimiento se acrecentaba mientras subía las escaleras y el resto de pasajeros se ajustaban los abrigos, anticipando el aire que venía. Dobló la esquina y se enfrentó al ataque. A dos metros más allá de la esquina, volvía a estar en calma y el viento se convertía de pronto en un síntoma imaginado.
La salida del metro era un sucio callejón entre dos edificios de pisos en el que los comerciantes vaciaban sus basuras apestosas y donde los hombres aliviaban sus necesidades cuando volvían a casa del pub. Al fondo del callejón, divisó a Sean, que la esperaba bajo un rayo de luz, con aspecto muy lejano. Al verla acercarse, una sonrisita esperanzada se le dibujó en los labios. Había desafiado a su madre al ponerse en contacto con Callum, y Paddy sabía lo difícil que eso le habría resultado.