– ¿Todo bien, jovencito?
Callum levantó la vista y se quedó boquiabierto. Sean se sentó al lado de su cama.
– ¿Te acuerdas de mí?
El chico asintió con la cabeza, lentamente.
– Eres mi primo mayor.
– ¿Qué es esto? -Sean le señaló la muñeca-. ¿Has tenido algunos problemas?
Paddy no advirtió las lágrimas de inmediato por la luz tan fuerte que tenía detrás de él, pero oyó a Callum ahogar un sollozo con la cara todavía inmóvil. Una lágrima enorme le rodó por las mejillas y cayó sobre la cama. Sean se acercó más a él, lo rodeó con los brazos y lo abrazó con fuerza. El chico se quedó rígido como un muñeco, mientras seguía llorando; era la viva imagen de la indefensión.
Estuvo llorando durante veinte minutos. El policía salió al cabo de cinco. Paddy se acercó a la ventana y se volvió de espaldas; de lo contrario, sus ojos se posaban de forma natural sobre el muchacho, y eso le resultaba demasiado duro. Desde allí, percibía los pabellones oscuros que había al otro lado. A medida que la noche caía tras la ventana, el reflejo de la mancha de luz en la cama de Callum se hacía cada vez más claro, y eso le permitía distinguir sus ojos casi cerrados por la hinchazón.
– ¿Hijo? -susurró Sean-. ¿Estás mejor?
Callum asintió con la cabeza. Sean le dio unos golpecitos en la espalda, como para poner fin al abrazo, y se volvió un poco para colocarse de cara a él.
– ¿Te acuerdas de Paddy, mi novia?
Callum la miró. Hasta en el reflejo borroso, ella pudo ver que no le caía bien.
– El Celtic -dijo agotado, y volviendo a centrar otra vez su atención en Sean-, tú eres seguidor del Celtic.
– ¿Y tú no eres seguidor del Celtic?
Callum volvió a mirar a Paddy.
– Pues si no lo eres es una pena -dijo Sean-, porque te he traído un póster para que te lo cuelgues en la pared. -Cogió la bolsa de deporte y le abrió la cremallera; sacó el pequeño póster y lo desenrolló. Tenía las esquinas arrugadas, pero a Callum le gustó. El chico le puso la mano encima y miró a Sean, como afirmando que ahora era su propietario. Su vista se posó rápidamente sobre la bolsa, y Sean se rio-. Desde luego, estás hecho todo un Ogilvy. ¿Miramos qué más hay ahí?
Callum sonrió, arrugando su rostro hinchado. Sean sacó un rompecabezas del primer equipo, un cómic de Beano y uno de Dandy, y un estuche de lápices de plástico que imitaba el tejido vaquero. Lo puso todo encima del póster de manera que formaran una montaña de regalos. Callum sonrió.
– ¿Te gusta?
Dijo que sí con la cabeza.
– Quería traerte un montón de chucherías, como Crunchies o Starbars, pero no me han dejado por culpa de esto. -Sean tocó el vendaje de la muñeca de Callum-. Si no lo vuelves a hacer, me dejarán.
– No voy a hacerlo. -La vocecita de Callum era ronca-. Eres mi primo mayor.
– Así es, jovencito. -Sean se reclinó en la cama a su lado, de modo que ambos estaban ahora de cara a la habitación-. Lo soy, jovencito. Paddy, enciende las luces, ¿quieres?
Cuando se acercó a la puerta y tocó el interruptor, toda la habitación cambió de aspecto. Callum era tan sólo un chico pequeño y flaco metido en una cama. Hasta se parecía un poco a Sean. Podían ser hermanos.
– ¿Te gusta Dandy?
Callum asintió, así que Sean lo sacó de la pila y empezó a pasar el dedo por una de las aventuras y a imitar las voces, como Paddy le había visto hacer con sus sobrinos y sobrinas. Callum se le apoyó en el pecho, y escuchaba sólo a medias lo que le leía. Paddy los observaba por el reflejo de la ventana. Sean iba a ser un padrazo, y ahora lamentaba un poco que no fuera a serlo con ella.
Los chicos leyeron juntos una aventura de Dan el Desesperado, y Callum soltó una carcajada simbólica al terminar. Entonces, Sean colocó la mano plana sobre la página.
– Callum, escucha, Paddy quiere preguntarte algo.
Callum levantó la vista hacia ella, molesto tanto por su presencia como por su relación con Sean.
Paddy sintió de pronto la boca seca. Se sentaba en el extremo más alejado de la cama, con el armazón del catre clavándosele en la grasa de la cadera.
– ¿Qué hay, Callum? ¿Te acuerdas de mí?
El chico señaló el cómic con un gesto de la cabeza y levantó la mano de Sean, volvió la página y volvió a posar la mano.
– ¿De qué conoces a James O'Connor? ¿Es de tu cole?
Callum miró interrogativamente a Sean, quien asintió con la cabeza.
– Sí -respondió, escueto.
– ¿Sois amigos?
Callum mantuvo la vista en el libro.
– Ahora ya no.
– ¿Por qué ya no?
Era la pregunta indicada. Callum se animó:
– Les dijo que yo lo había hecho, pero yo no lo hice. Fue él, él lo hizo.
Sean frunció el ceño.
– Dime una cosa de cuando murió el bebé, Callum: ¿fuisteis hasta allí en tren?
El chico se puso muy tenso y fue levantando lentamente los hombros hasta tenerlos a la altura de las orejas.
– ¿Fuisteis en tren? -preguntó Sean. El chico mantuvo la vista en el cómic.
– La policía dijo eso.
– ¿Pero tú que dices?
Callum miró a los labios de Sean y dejó la boca abierta unos segundos. La volvió a cerrar y negó con la cabeza.
– Pues, entonces, ¿cómo fuisteis hasta allí?
Empezó a manosear ansiosamente el ángulo de la página, clavando la uña en el papel. Sean repitió de nuevo la pregunta de Paddy. Callum sacudió la cabeza con violencia y se detuvo abruptamente, con los ojos abiertos de par en par, brillantes y húmedos de miedo. Sean le acarició el pelo ruidosamente.
– ¿Nos lo vas a decir?
– Fuimos en un vehículo.
Sean miró a Paddy, sabiendo lo que quería preguntarle.
– ¿Qué tipo de vehículo, Callum?
Su rostro estaba apretado como un puño lleno de amargor.
– Un furgón. El furgón de víveres.
Paddy se permitió una sonrisa sardónica. Al fin y al cabo, había estado en lo cierto todo el tiempo.
– Nunca subimos al tren. Él nos dio los billetes para que pareciera que fuimos en tren. -Volvió a mirar el cómic, deseando que todavía lo estuvieran leyendo.
– ¿Eso se lo has contado a los policías?
– Nunca me lo preguntaron -dijo convencido-. Las mujeres son unas putas guarras.
Atónito, Sean miró a Paddy.
– Apestan. He visto fotos de ellas donde se las follaban.
Paddy le devolvió la mirada de estupefacción y de manera tácita decidieron ignorarlo.
– ¿Quién conducía el furgón? -preguntó Sean.
– El colega de James.
– ¿El señor Naismith? -preguntó Paddy. Callum se olvidó de ignorarla.
– Sí, el señor Naismith. El del pendiente.
– No lleva pendiente, ¿verdad?
– Sí.
– Yo lo he visto y no lleva pendiente.
Callum se encogió de hombros.
– Bueno, pues puede que no lo lleve. Es el colega de James.
El giro que había dado la conversación intrigó a Paddy.
– Me reventará el culo con su polla si lo cuento, pero él no es un maricón de mierda, ¿no?
Tanto Sean como Paddy se estremecieron. Sean arrastró los ojos por la página del cómic; Paddy se vio reflejada en la ventana. Ocultaba su disgusto con una sonrisa grotescamente alegre que no lograba reflejar en sus ojos. Pudo ver por la imagen que se reflejaba en la ventana que el pequeño la miraba.
– De todos modos, se limpiaría el coño contigo -susurró el chico.
Ella se volvió y alargó la mano para darle unos golpecitos a la rodilla por debajo de la manta, pero Callum apartó la pierna con repulsión. Paddy posó la mano sobre la cama, junto a él, y sus golpecitos cayeron encima de la sábana.
– Gracias, hijo. No debe de ser agradable que te pregunten sobre esto.