Выбрать главу

La policía. Aquel pensamiento le devolvió la vida, pero la policía no estaba allí. La policía había estado ahí y no iba a volver. Ya tenían a su hombre. El caso estaba cerrado.

El abrió la portezuela y la empujó rápidamente por el suelo desigual. Las losas rojas se habían posado irregularmente, y había que sortear un bordillo a cada paso. La levantó por las axilas hasta la puerta principal, sacó la llave y abrió con un solo movimiento. Cuando pensó en pedir ayuda, la puerta ya se había cerrado detrás de ella. Garry Naismith agarró la punta del gorro y se lo arrancó, y una cálida gota de sangre le cosquilleó el cuello al resbalarle por la nuca.

La moqueta del recibidor era rosa, las paredes de un frío tono gris, y Paddy sabía que ésta sería la última vez que los vería si no hacía algo. Echó la cabeza hacia atrás.

– ¡Callum Ogilvy! -gritó tan fuerte que los dos se sobresaltaron.

Garry se quedó inmóvil.

– Es mi primo -dijo, exagerando su relación-. Tú lo violaste y lo obligaste a matar al pequeño.

Naismith la abofeteó por detrás de la cabeza, con lo que le causó un dolor electrizante que le recorrió el espinazo. Ella cayó de lado y Garry le puso un pie al lado de la cara. Cuando volvió a hablar, Paddy se dio cuenta de que su voz era ahora un susurro entrecortado.

– Lo violaste, ¿no es cierto?

– Esos mequetrefes me vinieron a buscar. -Ella le oyó golpearse el pecho con un puño y se alegró de no poder verle la cara-. Vinieron a buscarme. Me necesitaban. A nadie más le importaban un carajo y, te diré una cosa, ese pequeño y sucio hijo de puta, James, no necesitó que lo convenciera de nada. Quería hacer cosas que a mí no se me habrían ocurrido en la vida. Hasta trajo a su amigo con él.

Pudo imaginarse al pobrecito Callum, huérfano de padre, haciendo cualquier cosa para impresionar a Garry, Garry el que tenía un trabajo, Garry el del pendiente enrollado, Garry el de la casa limpia y el furgón lleno de golosinas frente a la puerta. Debió de ser un buen refugio la casa de los Naismith, un lugar relativamente limpio. Si ella hubiera estado en el lugar de Callum, también habría ido con su amigo. Los chicos de esa edad necesitaban héroes.

– Pero no fue la idea de Callum llevarse al pequeño, ¿no? Fuiste tú. ¿Fue el aniversario de Thomas lo que te hizo pensar en él?

Él no contestó. Paddy sintió el peso de los segundos pasar y se lo imaginó levantando la mano por encima de ella, levantando un bate de béisbol, levantando un cuchillo. Garry apartó el pie de su cara y ella levantó la mirada para encontrarse con una sonrisa atormentada en su rostro.

– ¿Piensas en Thomas cuando es su aniversario?

– Pienso en Thomas todo el tiempo.

– ¿Por qué lo mataste?

– Nunca he dicho que lo hiciera.

– No te estoy pidiendo una confesión. Sólo quiero saber los motivos.

Se encogió de hombros.

– Fue un accidente mientras jugábamos.

– ¿Y Henry te ayudó a taparlo?

– Él quería ser un buen padre, un padre mejor que Dempsie.

– ¿Y eso lo hizo tirando el cuerpo de tu hermano muerto a la vía del tren para que se partiera por la mitad? Estaba dispuesto a matarme para protegerte, ¿y ahora lo ha confesado todo? ¿Por qué se siente tan culpable contigo?

– Tú -tenía los ojos cerrados y su voz retumbante consiguió ahogar la de ella- no entiendes cómo son las cosas entre hombres. Las mujeres no lo entienden. No sirve de nada explicarlo.

– ¿Él te lo hizo a ti y tú se lo has hecho a ellos? ¿Es así como funcionan las cosas entre hombres? ¿Hiciste que mataran a Brian para que fueran como tú? ¿Para tener algo con que dominarlos, como Henry tenía la muerte de Thomas para dominarte a ti?

Garry se levantó de pronto encolerizado, la agarró por el brazo con las dos manos y se puso a arrastrarla hacia atrás, escaleras arriba, golpeándola torpemente como si fuera una caja grande de cartón. Paddy sabía que el piso de arriba no era un buen lugar para ella. Movió los pies para tratar de aferrarse a algo, buscando una barandilla en la que sujetarse, pero sólo encontró la pared lisa.

Garry tiró de ella, estuvo a punto de arrancarle el brazo, y la golpeaba con fuerza en la cadera y las nalgas. Paddy no pudo recuperar el suficiente aliento para hablar hasta que subieron las escaleras.

– ¿Y qué hay de Heather Allen? No te había hecho nada.

– Fue un error. -Garry la soltó y levantó una lámpara amarilla de una mesa. Estaba sudando.

– Y esta vez tienes a la chica que buscabas, ¿no?

Le aplastó la lámpara en la cabeza y Paddy se desmayó.

II

El dolor que sentía detrás de los ojos era insoportable. Los abrió lentamente y se encontró en el suelo del dormitorio, sentada sobre una moqueta acrílica roja al lado de una cama de matrimonio, embutida entre el diván y una fría pared. Encima de ella, las cortinas estaban corridas en una pequeña ventana, pero percibía la débil luz que brillaba tras la barata tela roja. Tenía las muñecas atadas detrás de la espalda, con una cuerda áspera de cáñamo que se le clavaba en la piel. Tenía los pies tendidos frente a ella en el suelo, y los tobillos atados con una serie incomprensible de nudos.

La puerta de la habitación estaba entreabierta. El chico no tenía miedo de que llegara alguien: estaban totalmente solos. La pared frontal estaba forrada con listones de plástico blanco, y había una Biblia grande abierta sobre la mesa del tocador, con los extremos de las páginas dorados. Vio un pequeño crucifijo colgado en la pared de encima de la cama y supo que se encontraba en el dormitorio de Henry Naismith. No había esperanza alguna de salvación.

Se inclinó hacia delante, consiguió poner las manos entre el somier y el colchón, y se apoyó para levantarse. Levantó la vista y, al ver a una mujer ensangrentada al otro lado de la habitación que la miraba tentativamente desde detrás de la pared, se tambaleó hacia atrás y cayó sobre su magullada espalda. Se volvió a incorporar, apoyándose en la cama, recogió las piernas bajo el trasero y volvió a buscar a la terrorífica mujer, tratando de reunir el coraje para enfrentarse a ella. Era un espejo. Tenía un coágulo negro de pelo impregnado de sangre, pegado encima de una de las orejas. Unas líneas escarlata le recorrían la mejilla horizontalmente hasta la boca, por el lado sobre el que había estado tumbada. Tenía la cara hinchada y magullada.

Si Ludovic Kennedy estuviera describiendo aquella historia, ella tendría que esperar simplemente a que la salvaran. Su tenacidad y su disposición a confesar la salvarían. Pero aquello no era una historia y de pronto se dio cuenta, para su horror, de que iba a morir y de que nadie haría nada para evitarlo. Hasta podía ser que nunca encontraran su cuerpo. La justicia no existía.

Fuera de la habitación se oyeron unos pasos suaves que cruzaban el descansillo. La única ventaja que tenía sobre él era que él no sabía que había recuperado la conciencia. Se acurrucó sobre un lado. Iba a matarla, y ella sólo podía pensar en la portada del Daily News con la noticia de su muerte, con los hechos pero sin los detalles. No se diría que la habitación olía a pelo graso de hombre, ni que aquella moqueta no se había limpiado; ni tampoco se diría que estaba viendo una capa de polvo debajo de la cama, ni que la puerta se estaba abriendo detrás de ella y que unos pies estaban entrando en la habitación.

Garry le dio una fuerte patada en la espalda.

– Levántate.

Ella se sacudió ante el golpe, pero mantuvo los ojos cerrados. El chico se inclinó y se agachó sobre ella. Le llegó el olor a jabón de su piel. Él le tocó el pelo con sangre incrustada, le tocó el corte de la cabeza con la punta de un dedo; Paddy oyó el sonido húmedo. Le apretó para provocarle una respuesta, pero Paddy mantuvo la cara inmóvil. De todos modos, tenía la piel adormecida.