Se cruzaron la mirada y le sonrió antes de darse cuenta de que era él. La había cegado la luz parpadeante, pero entre oleadas de luz roja pudo distinguir a Dr. Pete sentado en la parte trasera del coche de policía; la estaba mirando tranquilamente desde la ventana. Llevaba un impermeable gris encima del pijama azul. Ella lo saludó con la mano, y él levantó la suya como si bailara, haciendo movimientos oscilantes para que se le acercara por el sendero e indicándole con gestos que desde dentro no podía abrir la puerta ni bajar la ventanilla. El agente de los primeros auxilios abrió la puerta de delante y la dejó hablar con él a través del respaldo del asiento.
– Les he dicho que yo puse el pelo en el furgón y que hice la llamada falsa. -Pete se aguantaba con la mano en la que tenía todavía el tubo pegado con esparadrapo. Tenía la misma manera de arrastrar las palabras que antes, pero más exagerada-. La operadora ha dicho que mi voz sonaba como la de una mujer cuando llamé, ¿a ti te sueno como una mujer?
Se miraron a los ojos unos instantes hasta que el policía la tomó del codo.
– Tenemos que llevarla a que la examinen -le dijo.
– Pete, estoy maravillada con usted. No sé qué decir.
– Invítame a una copa algún día.
Cuando el policía tiró de ella, Paddy le rozó las puntas de los dedos. Estaban tibias y secas como el polvo.
IV
Paddy percibía el ambiente mientras se acercaba por la calle. No era el estrépito, sino una vibración obsesiva que le llegaba a través del aire frío. Todas las ventanas escarchadas del Press Bar dibujaban un lío de cuerpos detrás de ella.
Paddy se tocó el vendaje con las puntas de los dedos para comprobar si todavía lo tenía tan sensible como lo recordaba. El médico le había dado unos cuantos puntos en la cabeza y las enfermeras le colocaron una gasa encima, pegada a la oreja y al pelo como si fuera un vistoso gorro. El policía joven le tomó declaración mientras esperaban y, después de preguntar por la radio del coche, le dijo que podía irse a casa si por la mañana iba directamente a la comisaría de Anderston. Se ofreció a llevarla a casa, pero ella declinó la oferta. Ahí es donde quería estar.
Abrió la puerta y una densa nube de niebla cálida y humeante escapó hacia la calle. Era una escena de bacanal. Esa noche había mujeres en la barra, bastantes mujeres, y el humor de la reunión era de gran alegría. Los chicos de Deportes cantaban una canción tan desafinada que podía muy bien tratarse de una serie de canciones distintas. Richards estaba en la barra, riéndose ruidosamente, con la cabeza echada hacia atrás como un supervillano, y desde luego había conseguido que el tipo de su lado se enfadara muchísimo. Margaret-Mary, la del top violeta, estaba codo con codo con Farquarson, riéndose y poniéndole las tetas sobre el brazo. Los de Sucesos estaban enfrascados en un concurso de relevos bebiendo whisky y allí, en medio de todos ellos, estaba Dr. Pete, con los ojos brillantes como estrellas matutinas y la piel de un amarillo profundo bajo las luces chillonas.
Paddy levantó la mano para saludarlo pero él no la vio. En vez de requerir su atención, se fue a la barra y le pidió una copa doble del mejor whisky de malta que McGrade tenía. Observó a McGrade llevarle la copa y ponerla sobre la mesa frente a él, susurrándole lo que era y de quién venía. Pete no levantó la vista para darle las gracias, sino que sorbió la bebida con reverencia en vez de echársela al fondo de la garganta como solía hacer, y sonrió al vaso mientras lo removía con el pulgar y el índice.
Se paseó por toda la sala en busca de Terry, y advirtió que los hombres la ignoraban de manera ostensible. Era una prueba de respeto. Terry no se encontraba entre los hombres que jugaban a los relevos de whisky al lado de los lavabos, ni tampoco estaba en ningún rincón de la barra. Dub se sentaba en un banco tras la puerta con un grupo de la rotativa, discutiendo sobre grupos de música alemanes.
– Hola. -Se deslizó a su lado y Dub sonrió y se corrió un poco para dejarle sitio.
– Esta -dijo mientras le señalaba el vendaje- es tu nueva imagen, ¿no?
– Claro. Pensé que debía experimentar un poco con el look tipo cirugía cerebral.
– Te queda muy bien. Te hace parecer alguien con cosas interesantes que decir.
– ¿Tipo ¡ay!?
– Sí, y ¡uf!
Paddy señalo la escena que tenían delante.
– ¿Me lo parece a mí o esto está más animado que de costumbre?
– Ponte cómoda -le respondió Dub mientras le acercaba media pinta por la mesa que pertenecía a alguien- y te contaré una historia.
Por la historia que contó Dub, la tarde había empezado con la llegada de Dr. Pete a la redacción, soltado bajo fianza y todavía embutido en su pijama hospitalario. Anunció a todos que estaba bien jodido si pensaban que se iba a tragar ni durante un minuto más toda aquella mierda. Se marchaba a escribir su libro sobre MacLean; la manera en que aquella empresa trataba a su personal era capaz de poner enfermo a cualquiera, y todo era culpa de McGuigan. Un analista más racional hubiera apuntado que McGuigan no era en absoluto el responsable de las quejas de Dr. Pete, pero a los de la redacción les encantaban los líos. Entonces, bajó a Editorial y todos le siguieron como una manada de ciudadanos indignados. Hasta Farquarson los acompañó: les ordenaba que volvieran a sus mesas de inmediato pero se le escapaba la risa, protestando con tanta eficacia como lo haría un octogenario feliz al que sus nietos favoritos estuvieran haciendo cosquillas.
Pete se plantó en el despacho de McGuigan y le soltó un montón de improperios, y, en un momento dado, lo cogió de las solapas y le dijo que tenía la boca llena de mierda. Dimitió y dijo que no pensaba volver nunca más.
La temeraria excitación de Pete se había extendido y multiplicado como si se tratara de panes y peces emocionales, y el ambiente en el Press Bar se parecía más a la despedida de un viejo navegante solitario en Nochevieja, que a un martes húmedo de febrero.
Paddy se rio con la historia y se relajó, y, de vez en cuando, se tocaba con la mano la cabeza dolorida para ver si recuperaba el tacto en la piel. Se llevó la copa un par de veces a la boca, pero no podía quitarse de la cabeza la imagen de un hombre sudoroso babeando el borde del vaso.
Se abrió la puerta contigua a ellos y Terry Hewitt entró en el local, mirando por toda la sala. Paddy se encogió, se inclinó hacia él y le tiró del bajo de la cazadora para llamar su atención. Al ver que se trataba de ella, el chico hizo un gesto con la cabeza como si se supusiera que habían acordado encontrarse allí. Fue a sentarse a su lado, lo que obligó a Dub a deslizarse todavía más lejos por el banco, de modo que ahora quedaba incómodamente apretujado en la esquina. Entonces, se levantó y se ofreció a pedir una ronda, aunque se olvidó de preguntarle a Terry qué quería tomar.
– Menuda noche -dijo Terry con delicadeza.
– Me sabe muy mal.
– No pasa nada. He terminado de redactar un borrador en el que incluyo a Garry
– No, quiero decir que me sabe mal haberte convencido de que era Henry. No tenía derecho…
– Te diste cuenta de que era Garry cuando estábamos en casa de Tracy ¿no?
– Exacto.
– Tendrías que haberme dicho algo.
Estaba avergonzada de haberse equivocado, pero trató de enmascararlo:
– Quería protegerte -explicó arrastrando la voz débilmente por lo evidente de la mentira.
Terry asintió entre dientes, dejando así que se saliera con la suya.
– ¿Se me reconocerá la noticia?
Terry puso una expresión de reproche.