– Te dejé salir la primera en la edición de la mañana.
– He estado a punto de morir por esta historia -dijo en un tono que sonaba defensivo.
– Lo sé.
– Tengo todo el derecho.
– Lo sé.
Al otro lado del local, Dub los miró con cara de pocos amigos desde la barra.
– ¿Crees que Dub es homosexual?
Terry la miró a la cara con curiosidad.
– Pues, en realidad, no creo que lo sea.
Paddy miró a la barra. Dub volvió a mirar a Terry con el ceño arrugado y le dio una calada furiosa a su cigarrillo. Tras él, Dr. Pete se sostenía tras una pared de bebedores de whisky, balanceándose levemente, y con los ojos cerrados. Dub los volvió a mirar. Paddy lo saludó alegremente con la mano, y él levantó el mentón hacia ella e hinchó las aletas de la nariz. Terry, a su lado, se aclaró la garganta ruidosamente. Las cosas se estaban poniendo muy intensas. Paddy, perpleja ante la situación, anheló de pronto la tranquilidad del hogar y se dio un golpecito decidido a las rodillas.
– Bueno, iré a despedirme de Pete.
– De acuerdo. -Terry apretó la rodilla contra la suya y le susurró-: ¿Te veré mañana, pequeña Paddy Meehan?
Incómoda ante aquella muestra de intimidad, Paddy sonrió mirando a su cerveza.
– Puede que sí -dijo-, puede que no. -Se levantó y se alejó, con una media sonrisa para imitar a Terry.
A medio camino a través de la niebla de hombres, se topó con McVie. Hasta él, el tipo más malvado del News, bebía y disfrutaba del ambiente carnavalesco. La arrinconó junto a la máquina de tabaco y trató de pensar en algún consejo que darle, puesto que había disfrutado de su momento cuando salieron en la unidad móvil. No le quedaba ni media idea en la cabeza y estaba bastante borracho, de modo que le ofreció unas cuantas ideas borrosas y de segunda mano que trató de hacer pasar como propias. No te creas lo que dicen los demás. No compres nunca a plazos. No te fíes nunca de un caballo llamado suerte. Y no vayas nunca de vacaciones a Blackpool, es horrible.
Cuando por fin consiguió librarse de McVie, Pete estaba tirado en el rincón, con los ojos cerrados y el rostro relajado. Tuvo que luchar por abrirse camino entre los bebedores de whisky para llegar hasta él.
– ¡Cuidado! -le gritó uno cuando lo empujó y le hizo tirar un poco de whisky al suelo. Se dio cuenta de que se estaba acercando a Pete-: No intentes despertarlo; ha estado en el hospital y necesita dormir.
Paddy se sentó al lado de Pete y le puso los dedos alrededor de la muñeca. Se le había parado el pulso.
– No está dormido -dijo a media voz.
– Sí -gritó uno de los tipos de la mesa-. Es el rey, tío, es el puto rey. Nos tiene aquí desde las cinco.
– No está dormido -murmuró ella, a la vez que tomaba la mano fría de Pete entre las suyas y se la llevaba a los labios.
Epílogo
Paddy se quedó en medio del frío, con las manos apretadas dentro de los bolsillos. Su suspiro cálido y blanco surgía y se detenía en el aire.
Por encima de la verja y a través de la ventana, podía ver parte de sus cabezas en el salón. Sean estaba sentado en una butaca, Con en la otra, y miraban juntos las noticias de la televisión. La luz de la habitación de Marty estaba encendida, y podía distinguir el rumor lejano de una radio. Mary Ann debía de estar bañándose; Trisha estaría en la cocina preparando la cena, calentando algún plato en previsión de su llegada.
Les pidió a sus pies que la llevaran hacia la puerta, pero se quedó quieta, mirando por encima del seto. Sean dijo algo, y Con asintió con la cabeza. Sus padres no sabían que habían roto. Tampoco estaba segura de que Sean lo hubiera asimilado, pero ahora su presencia se le hacía agradable. De todos modos, no estaba enfadado con ella.
Se pondrían furiosos cuando le vieran el vendaje en la cabeza, y ahora tenía los ojos irritados de llorar. La habían atracado. No, eso conllevaba que la ciudad era peligrosa. Había habido una pelea en el tren… Al fin y al cabo, todo el mundo tomaba el tren. Una pelea en el tren, y ella, cautelosa y precavida, se había levantado para salir y le había caído una botella a la cabeza. El personal del ferrocarril la llevó al hospital, pero se encontraba bien. Ya habían arrestado a los tipos de la pelea. Uno de ellos era gordo. Ese tipo de detalles lo hacían creíble. Llevaba una camiseta de los Rangers. Les gustaría creer esto.
El frío de la noche le picaba la cara. Paddy advirtió la escarcha recortada que se estaba formando en las hojas del seto. Las migajas color crema que se le refugiaban en las costuras de sus bolsillos se le acumulaban debajo de las uñas. Volvió a sentir la mano de Pete entre las suyas y se prometió que jamás le olvidaría, ni a él ni lo que había hecho por ella.
Se estaba haciendo tarde. Se demoró de mala gana por la valla del jardín y se detuvo junto a la pila de ladrillos. Se arrodilló y buscó por el suelo musgoso la llave del garaje de los Beattie.
Se fumaría un cigarrillo con la reina y recordaría un rato a su amigo Pete antes de meterse en el calor del hogar.
NOTA DE LA AUTORA
Los fragmentos de esta novela referentes a Paddy Meehan se basan en un caso real. Patrick Meehan fue un ladrón profesional que fue acusado del famoso asesinato de una mujer anciana durante el robo en su domicilio. El caso fue un importante error judicial en Escocia. Incluso después de que los auténticos culpables hubieran vendido su historia a un periódico dominical, hizo falta la publicación de un libro de Ludovic Kennedy para provocar la reapertura del caso y la concesión del perdón real. La historia que aquí se cuenta se basa en buena parte en los relatos de Meehan en entrevistas y en libros, y en los de su abogado. Algunos de los hechos se han simplificado para facilitar su comprensión; por ejemplo, Griffiths se apropió de varios coches durante su tiroteo. Sólo se ha novelado sustancialmente el contenido emotivo de la historia.
A finales de la década de 1980, entrevisté a Paddy Meehan. Ni él ni yo queríamos hacerlo. Ambos estábamos tratando de complacer a mi madre, Edith.
Durante un verano de finales de los ochenta, Edith trabajaba haciendo manicuras en el mercado de Argyle, una serie de puestos destartalados en el pasillo de la planta baja de una galería comercial del centro de Glasgow. En aquellos momentos, Paddy Meehan estaba promocionando su libro, publicado por vanidad, titulado Framed by MI5 («Atrapado por el MI5») al pie de las escaleras que subían hasta el mercado. El puesto de uñas de Edith era muy elegante: ella llevaba un uniforme blanco, tenía una mesa de despacho y un sofá, e incluso tenía un teléfono con línea instalado. Meehan se acercó a ella y le pidió si podía recibir llamadas importantes allí porque el Servicio Secreto había intervenido el teléfono público. Como era una señora, ella accedió gentilmente, pero le pidió si a cambio le podía contar su historia a su hija. Edith pensó que estaría interesada porque era estudiante de Derecho. En realidad, yo no tenía ningún interés, no sabía nada ni de él ni del caso, y tenía exámenes a la vista, pero mi madre me dijo que le tenía que invitar a tomar el té.
El bar del mercado estaba vacío cuando faltaba media hora para cerrar. Éramos los únicos clientes, y Meehan se sentó frente a la puerta, mirando por encima de mi hombro. Yo era joven y arrogante y tenía prisa, y sólo escuché su historia a medias. La había contado tan a menudo que había momentos en los que ni siquiera él se escuchaba, pero la contaba bien y todavía se enfadaba cuando se acordaba de la cárcel y del intento de linchamiento que sufrió en Ayr.
Luego le pedí que me volviera a contar algunas partes. Me dijo que lo había reclutado para las redes clandestinas del comunismo un personaje misterioso llamado Héctor que apareció por primera vez cuando trabajaban en los astilleros. Se topó con él inesperadamente en Londres, frente a la embajada, y ahora pensaba que se trataba de un agitador del MI5. Aunque según sus registros penales había permanecido en la cárcel de Leicester durante cinco años; en realidad, se había fugado y se había marchado a la URSS. Allí proporcionó información a los soviéticos sobre los planos de las cárceles que ellos utilizaron para sacar a George Blake. Todavía más incendiario, afirmaba haber advertido al MI5 sobre el método que Blake utilizó para fugarse de la cárcel. O bien ellos no llegaron a tener en cuenta sus advertencias, o bien dejaron deliberadamente que Blake se saliera con la suya.