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Carraspeó. No estaba segura de por qué se sentía en la obligación de darle explicaciones al ama de llaves, pero es que tenía la sensación de que no podría seguir estando allí si a Ula no le parecía bien. Una estupidez quizás, pero cierta.

– En fin, que estaba hablando por teléfono con Stone cuando se declaró un incendio en el edificio de la oficina, y Stone tuvo la amabilidad de preocuparse por mí cuando estaba en el hospital. Después me trajo aquí, y yo… yo no quiero causar molestias. Sólo somos… bueno, que no soy muy importante para él.

La expresión de Ula no cambió.

– Gracias por la explicación. No era necesaria, pero ha sido muy amable. El señor Ward me dijo que era amiga suya, y como tal, es bienvenida en su casa. Si hay algo más que pueda hacer por usted, no dude en llamarme.

Y dio la vuelta para salir, pero se detuvo en la puerta.

– Más tarde puedo pasarme con las recetas que tengo y podemos verlas para que me diga cuáles le interesan más.

No es que aquel comienzo fuese gran cosa, pero al menos era algo, así que Cathy sonrió.

– Me encantaría. Muchas gracias.

Y cuando el ama de llaves se marchó, Cathy no se sintió tan sola.

Capítulo 5

– Tú debes ser Cathy -dijo la joven que subía por la escalera.

Cathy estaba sentada en el patio porque Ula había insistido. Después del desayuno, el ama de llaves le había dicho que hacía un día precioso y que la terapia podía seguirse tanto dentro como fuera. A pesar de las protestas de Cathy, Ula la había ayudado a llegar hasta la escalera y a bajarlas muy despacio, así que ahora estaba sentada en la silla de hierro forjado de espaldas al sol y odiando la vida en general.

Los brazos y los hombros le dolían de las muletas, y la rodilla le palpitaba. Había disfrutado de su desayuno bajo en calorías, pero seguía teniendo hambre y en lo único que parecía capaz de pensar era en el chocolate. Y para colmo, la joven que sonreía delante de ella debía medir uno cincuenta y pesar al rededor de cincuenta kilos. Ula era pequeñita, y aquella mujer también. ¿Por qué tendría que estar en un mundo de gente perfecta y pequeña, y ser ella el único troll?

– Hola -contestó Cathy, intentando no mostrar su mal humor.

La mujer sonrió. Tenía el pelo rubio y corto y la clase de cuerpo que aparecía en las revistas de musculación, y que el pantalón corto tipo ciclista y la camiseta que llevaba dibujaban a la perfección.

– Soy Pepper, tu terapeuta. ¿Cómo te encuentras?

La voz de Pepper era tan alegre como su sonrisa. Cathy contuvo la náusea.

– Genial.

Pepper se sentó en la escalera, a los pies de Cathy.

– Pues esa no es la impresión que me da a mí. Pareces cansada. ¿Es que no has dormido bien?

– No demasiado -admitió Cathy. Los calmantes la habían ayudado, pero no había conseguido dormir bien. Tenía demasiadas cosas en la cabeza: el trabajo, o más bien la posible carencia de él, la operación, la rehabilitación, Stone…

– Los primeros días son los peores -dijo Pepper-. Tu cuerpo tiene que recuperarse de la agresión que supone la herida y la operación. Exteriormente te curarás con rapidez, pero no olvides que el cuerpo tarda un año en recuperarse completamente de cualquier operación, así que no te exijas demasiado. Si te sientes cansada, duérmete un rato. Intenta no agobiarte demasiado.

Quizás pudiera conseguirlo.

– ¿Y qué es exactamente lo que vas a hacer conmigo?

– Un par de cosas. Vamos a trabajar con tu pierna para asegurarnos de que no pierdes demasiado tono muscular. Voy a enseñarte unos cuantos ejercicios para fortalecer los músculos de la rodilla. Teniéndolos más fuertes, conseguirás una mayor estabilidad en la zona mientras cicatriza. En segundo lugar, vamos a trabajar en tu técnica con las muletas. Hay mucha gente que se maneja fatal con ellas. Hace falta mucha fuerza en el tronco, equilibrio y práctica, por supuesto. Me aseguraré de que no te hagas daño mientras tengas que usarlas. Te daré también algún masaje para ayudar a los músculos -tocó un punto por encima del seno izquierdo-. Te duele aquí, ¿verdad? Y en los hombros también, ¿no?

– Sí. Intento cambiar de postura cuando uso las muletas, pero no consigo nada.

– Intentaremos minimizar tu sufrimiento en una situación que ya de por sí es muy incómoda -se levantó y miró a su alrededor-. El ama de llaves ha sugerido que trabajemos aquí. A mí me parece lo suficiente íntimo. ¿Qué opinas?

Cathy siguió la dirección de su mirada. Frente a ellas, una magnífica vista del océano, y a cada lado, altos setos protegían aquella parte del jardín de la curiosidad de los vecinos. A su espalda quedaba la casa, y Ula y Stone no encontrarían nada interesante en aquella sesión; pero la verdadera razón era que la única otra alternativa era volver a subir a la habitación, y no se sentía con fuerzas para ello.

– Estaremos bien aquí -dijo. Ojalá sintiera un poco más de entusiasmo por todo aquello.

– Estupendo, voy por mis cosas.

Sus cosas consistían en una mesa portátil lo bastante grande para que Cathy se tumbara en ella, junto con unas bandas elásticas y un pequeño maletín. En cuestión de minutos, tenía la mesa abierta y una sábana limpia extendida sobre la superficie de plástico.

– Súbete -le dijo, dando una palmada en la sábana.

Cathy se puso de pie como pudo, tomó las muletas y se acercó con dificultad hacia ella. Pepper se adelantó para ayudarla.

– Tienen mal regulada la altura. Deberían revisar esas cosas, pero no te preocupes, que yo lo arreglaré. Pero primero veamos esa pierna.

Y la ayudó a subirse en la mesa. Cathy se sorprendió de sentir la fuerza que tenía, y su mirada de sorpresa la hizo reír.

– Ya sé que mi talla engaña -dijo ella-. Soy fuerte. Crecí con cinco hermanos, así que o me fortalecía, o me ganaban siempre que peleábamos. Decidí aprender a dar patadas. Aprendí a boxear, y a pesar de que mis hermanos son todos bien grandes, conseguí hacerles huir.

Hizo que Cathy se tumbara y probó con ella toda una serie de estiramientos. Pepper tomó notas en una libreta.

– ¿Haces ejercicio? -preguntó.

– La verdad es que no -los pantalones de chándal sueltos que llevaba ya debían haber contestado por sí solos la pregunta-. He intentado empezar con un programa de ejercicios varias veces, pero nunca los he terminado. Ahora no sé qué hacer.

– Ya verás como conseguimos ponerte en forma en un abrir y cerrar de ojos -prometió Pepper-. Dentro de unos meses, ni siquiera recordarás que te han operado.

– ¿Hay algo que yo pueda hacer mientras tanto? -preguntó, recordándose que aquella era la oportunidad perfecta para los cambios en su vida-. Ula me sugirió que te preguntase al respecto.

– Claro. Hay varios ejercicios aeróbicos que pueden hacer personas sentadas en silla de ruedas. Podrías hacer unos cuantos -Pepper arrugó su naricilla-. Te prepararé algo para el próximo día.

– Estupendo. Gracias.

– Para eso estoy aquí. Ahora vamos a trabajar con esa pierna.

Pepper le hizo realizar unos cuantos ejercicios y más estiramientos. Cuando la pierna le dolía y ya no pudieron continuar, siguieron con la parte superior del cuerpo. Cathy aprendió a estirar los músculos contraídos por las muletas, así como a fomentar la fuerza del tronco. Apenas podía levantar un peso de ocho kilos, pero no se dejó desanimar. Al final estaba haciendo algo, y viendo el brazo bien definido de Pepper, se preguntó si eso sería posible para ella.

Cuando terminaron, Pepper aplicó calor a su cuello y a la parte superior de la espalda.

– Ahora, relájate. Empezaremos con la sesión de muletas, y para cuando acabemos, correrás con ellas como una profesional.

– No me imagino a mí misma corriendo con ellas, pero sí me gustaría poder manejarlas con más facilidad.