¿Cómo sería querer tanto a alguien?, se preguntó mirando al techo. Querer y que alguien te quiera. No tenía referencias al respecto, no podía comparar. Siempre había querido querer a alguien, pero los hombres no formaban parte de su mundo. No sabía dónde podía ir a encontrarlos, y aunque lo supiera, no lo haría. Aparte del hecho de que no era capaz de iniciar una conversación con un desconocido aunque le fuese la vida en ella, no era de la clase de mujeres que atraen a los hombres. No era guapa ni especialmente divertida. No tenía una personalidad brillante. Era, simplemente, corriente.
Se dejó caer sobre las almohadas y miró la pantalla apagada del televisor. ¿Y ahora, qué? ¿Por qué demonios había tenido que preguntar? Porque no estaba dispuesta a pasarse lo que quedase de tarde pensando en lo que Ula le había dicho. Quería reír. Quería ser feliz y sentirse a gusto consigo misma. Quizás encontrase algo entretenido en la tele. Una película divertida, o un…
El teléfono volvió a sonar y descolgó.
– ¿Diga?
– Hola. ¿Qué tal estás?
Aquella voz tan familiar la llenó de alegría. Se olvidó de que tenía hambre, de que le dolía la rodilla o de que tenía agujetas de los ejercicios que había hecho aquella tarde. Se olvidó de lo que Ula le había dicho y de lo mucho que había estado pensando en la mujer de Stone. Incluso se olvidó de que estaba sola.
– Mejor -contestó, consciente de que él pensaría que se refería a sus heridas, cuando en realidad de lo que ella hablaba era de que se sentía mucho mejor oyendo su voz.
– Me alegro. ¿Qué tal la terapia?
– Bien. Pepper es una chica muy agradable y sabe lo que se hace. Me dijo que llevaba las muletas bajas y me las ha ajustado. Ahora me muevo bastante mejor con ellas.
– Me la habían recomendado mucho, y me alegro de que te haya servido de algo. ¿Y el resto del día?
Cathy miró a su alrededor. Se había pasado todo el tiempo allí. ¿Qué podía haber ocurrido?
– Me ha llamado mi jefe -le dijo-. Ula recogió el mensaje mientras yo estaba con Pepper. Están buscando oficina nueva y tardarán un par de semanas en volver a ponerlo todo en marcha. Dice que puedo tomarme todo el tiempo que necesite.
Eddie se había mostrado preocupado por ella. Quería saber si estaba teniendo algún problema con el seguro, y le había dicho que, de darse el caso, hablase con él. Era un buen hombre, aunque no quería tener que pensar en volver a aquel aburrido trabajo.
– Una cosa menos de la que preocuparte -dijo Stone-. Sé que eso es un alivio.
– Esto es muy raro -dijo.
– ¿Que estemos hablando por teléfono? Lo hemos hecho siempre.
– Lo sé, pero ahora estamos en la misma casa.
– ¿Me estás invitando?
Cathy se estremeció. Hubiera deseado hacerse una bola y gritar de alegría. No es que Stone estuviese flirteando, pero con aquello bastaba. Además, ¿qué tenía de malo soñar?
– ¿Te gustaría que lo hiciera?
– Sí -contestó-. Eché de menos nuestras conversaciones mientras estabas en el hospital, pero ahora que estás en mi casa, no quiero que te sientas obligada.
– Jamás he hablado contigo por obligación.
¿Cómo podía siquiera pensar en eso? ¡Si sus llamadas eran el mejor momento del día! ¡De su vida!
– Entonces, ahora mismo subo. Apaga la luz.
Por un segundo, sus palabras crearon una imagen de intimidad que hizo enrojecer y temblar a Cathy. Entonces recordó que era porque no quería que viese sus cicatrices; nada más.
– Lo haré -dijo, y colgó.
Por un segundo, deseó poder correr al baño y peinarse o maquillarse un poco, pero aunque había mejorado con las muletas, no conseguiría volver a tiempo. Además, no tenía maquillaje e iban a estar a oscuras, así que, ¿qué más daba?
Apagó la luz, y la habitación quedó tan en silencio que podía oír, además de sentir, el latido de su corazón.
Hubo una sola llamada a la puerta y Stone entró.
– Hola. ¿Siempre dejas que los extraños entren sin más en tu habitación?
– Tú eres el primero.
– Intentaré no abusar del privilegio. Te he traído un regalo -dijo, y le vio acercarse a la cama para dejar algo junto a ella.
– ¿Qué es? -preguntó ella mientras él se iba hacia el sofá-. Libros. ¿Cuáles?
– Los dos sobre los que no nos poníamos de acuerdo.
Cathy sonrió.
– Sí que nos pusimos de acuerdo. Dijiste que leerías la biografía.
– Y la compré, junto con la historia de espionaje que quería. He pensado que podíamos leerlos los dos.
– Pienso hacerte un examen sobre la biografía. No pienses que vas a poder salir del paso con leer la contraportada.
Él suspiró.
– Me lo imaginaba. La leeré.
Su tono de sufrimiento le hizo sonreír.
Siguieron hablando sobre los dos libros nuevos y después su conversación giró hacia los libros que ya habían leído juntos. Cathy reparó en la forma en que utilizaba sus manos para dar énfasis a alguna opinión.
La suya era una intimidad poco corriente, pensó. Aunque no podía verlo, estaba cerca. La había llamado. Parecía incluso querer subir a verla, y aquella idea la llenó.
– ¿En qué estás pensando? -preguntó él tras un momento de silencio.
– En que hablar en la oscuridad es muy extraño, pero me gusta.
– A mí también. No tengo muchos amigos, así que tenerte en casa es una verdadera delicia.
– Eres un adulador.
– No. Estoy siendo sincero.
– Puede.
– Nada de puede. Lo soy. Quiero que te quedes, Cathy. Quiero asegurarme de que te pones bien, y la mejor forma de hacerlo es esta.
– Así que de verdad quieres ser el protector del mundo occidental, ¿eh? -bromeó.
– Algo así.
Cathy se rió. No podría decir por qué había tenido tanta suerte con él, por qué le gustaba, o por qué se preocupaba por ella. Lo único que sabía es que era así, y no iba a poner en tela de juicio su buena fortuna.
– Cuéntame: ¿qué tal te ha ido la sesión de fisioterapia? ¿Qué has hecho?
Mientras le explicaba los ejercicios y las cosas que Pepper le había dicho, deseó poder estar más cerca. En un principio le había parecido que el sofá estaba demasiado cerca, pero ahora tenía la sensación de que había todo un océano entre ellos. Quería que la tocase, que la besara como había hecho la noche anterior.
Más sueños. Pero sueños a los que no tenía por qué renunciar mientras estuviese allí.
Stone mencionó un par de cosas en las que estaba pensando invertir. Hablaron de su trabajo, del tiempo y después, se levantó.
– Se está haciendo tarde y tienes que descansar -dijo-. Te veré mañana por la noche, si te parece bien.
– Me parece perfecto -contestó, y contuvo la respiración.
Pero a diferencia de lo ocurrido la noche anterior, aquella vez se limitó a salir de la habitación. Cathy lo vio marchar y después se desplomó sobre las almohadas, con los libros apretados contra el pecho. Pero eran un pobre sustituto de la fantasía que Stone Ward era en sí mismo.
Capítulo 6
Stone estaba delante de la ventana de su despacho, como había venido haciendo durante las dos últimas semanas. La mejora de Cathy era notable. Ya podía moverse sin utilizar las muletas, aunque necesitaba un bastón para subir y bajar las escaleras.
La fisioterapeuta, cuyo nombre era incapaz de recordar, la dirigía haciendo ejercicio, y aunque Cathy seguía llevando los mismos pantalones grises y la camiseta de todos los días, Stone habría jurado que aquellas prendas le quedaban un poco más grandes que cuando empezó.