Ula había mencionado que su invitada prefería que le preparase comidas bajas en calorías. ¿Estaría intentando perder peso? Pensó en la vaga silueta que había visto bajo las sábanas en el hospital. Parecía algo más gruesa de lo que se había descrito a sí misma, pero no se había dado cuenta de que tuviera exceso de peso. Aun así, si estando en su casa conseguía algún logro personal, estaría encantado. Quería ayudarla tanto como le fuera posible.
Cathy se bajó de la mesa, la terapeuta dijo algo y Cathy echó la cabeza hacia atrás y se rió a carcajadas. Eso le hizo sonreír. Le gustaba su risa. Tenía la capacidad de recordarle que seguía vivo.
Y ese era el peligro. El peligro de querer demasiado. Los placeres del resto de mortales no tenían atractivo alguno para él. Todavía tenía que seguir pagando por sus pecados, y hasta que lo hiciera, no iba a pasar ni un minuto a la luz, ni figurada ni literalmente. Se merecía estar a oscuras.
Evelyn. Todo volvía a Evelyn. Al principio se había imaginado que sería capaz de superarlo y de seguir adelante. Pero ahora sabía que no iba a ser así. Aquel era su mundo… la soledad de la oscuridad. Durante un breve periodo de tiempo, Cathy estaría allí para mostrarle cómo era la luz, pero después volvería al silencio gris, que era donde debía estar. No tenía que esperar a que llegase el momento de la muerte para recibir el castigo que se merecía. Tenía ya su propio e íntimo infierno.
– Cathy está mejorando mucho.
Stone se volvió y encontró al ama de llaves de pie en el despacho. Era una de las pocas personas que había visto sus cicatrices. Como siempre, llevaba un impecable vestido gris y un delantal blanco. Muchas veces le había dicho que no tenía por qué llevar uniforme, pero ella se limitaba a darle las gracias y a seguir vistiéndose del mismo modo. Después de diez años, la conocía lo bastante como para no intentar hacerla cambiar de opinión.
Volvió a mirar a través de la ventana. Cathy estaba sentada en el banco y levantaba la pierna manteniendo los muslos inmóviles.
– Sí, ha mejorado mucho. En un par de meses, estará totalmente recuperada.
Y entonces querría marcharse, pero eso no era algo en lo que quisiera pensar en aquel momento.
Ula se acercó a su mesa y dejó sobre ella varios sobres.
– El correo.
– Gracias.
Normalmente le entregaba el correo y se marchaba, pero aquella mañana se quedó. Stone se acercó a la mesa.
– ¿Ocurre algo?
– No -sus ojos eran ilegibles, como su expresión-. Me preguntaba si querrías que hablásemos del menú del mes que viene.
Stone hizo una mueca.
– Sólo si la alternativa es abrirme en canal. Ya sabes que no me preocupa. Haz lo que quieras.
Y se preparó para la batalla acostumbrada. Ula pensaba que no comía lo suficiente, y a veces estaba en lo cierto. Últimamente había perdido peso, y es que no tenía apetito. La comida no tenía ningún interés para él. Su mundo había quedado reducido al trabajo y a Cathy.
Pero Ula no se marchó, así que Stone se acomodó en su sillón y la miró con atención.
– ¿Qué te ronda por la cabeza? -preguntó, e hizo un gesto para invitarla a sentarse. Ella lo rechazó.
– Tu invitada -dijo. Era una mujer pequeña, apenas metro cincuenta de estatura, pero nunca había parecido intimidada por él. Quizás fuese esa la razón de que estuviera todavía a su lado-. Cathy lleva dos semanas aquí. Va a recuperarse pronto, y he pensado que quizás empiece a aburrirse de estar encerrada en la casa constantemente. Puede que le gustase salir e ir de tiendas, o echar un vistazo a su casa.
Stone había abierto una de las cartas, pero volvió a dejarla sobre la mesa.
– Tienes razón. Debería haberlo pensado. Debe sentirse prisionera.
– Tú tampoco sales mucho -dijo, y se sentó en el borde de una de las sillas que había frente a la mesa-. ¿Por qué crees que los demás tienen que ser diferentes?
– No has sido ni siquiera sutil, Ula.
– No lo pretendía.
Y sonrió.
– De acuerdo: hablaré con Cathy esta noche cuando vaya a verla. Puede llevarse el coche e ir a donde le plazca.
– Yo sospecho que lo que le gustaría es tener compañía.
– ¿Amigos quieres decir? -tenía la impresión de que carecía de ellos. A juzgar por los detalles, su vida era bastante solitaria-. Puede invitar a quien quiera con toda libertad.
Algo ardió en su vientre al pensar en una visita masculina, pero intentó no pensar en ello.
– Eso también -contestó Ula-, pero yo estaba pensando en otra cosa. Siempre come sola. No estaría mal que cenases con ella alguna noche.
Sin querer, Stone se rozó la mejilla izquierda. Las arrugas eran viejas ya, y él ya se había acostumbrado a ellas, pero eso no quería decir que Cathy se sintiera cómoda en su presencia.
Cenar. Con otra persona. No había experimentado semejante placer desde hacía tres años y el deseo de hacerlo resultó de pronto tan intenso como inesperado, pero consiguió apaciguarlo utilizando la mano de hierro que todavía no le había fallado.
Tomó otro sobre y lo abrió.
– No creo que sea buena idea.
Ula hizo un gesto con la mano.
– Le das más importancia a esas cicatrices de la que debieras. A ella no le importarían.
– Pero a mí sí -replicó con frialdad, haciéndole saber que había traspasado la línea.
Ella suspiró y se levantó.
– Muy bien, señor.
Stone sabía que la intención de Ula era buena. De hecho, había sido muy buena con él durante todos aquellos años.
– Es que no creo que saliera bien -dijo, como oferta de paz.
– ¿Por qué no? Estás haciendo de todo esto -hizo un gesto hacia su cara-, una tragedia desmedida.
Eso espoleó a Stone, que se levantó inmediatamente. Soltó los papeles sobre la mesa y no se dio cuenta de que uno de ellos cayó en silencio al suelo.
– Es que es trágico -espetó-. ¿Acaso has olvidado que Evelyn murió aquella noche? ¿Ya no te acuerdas de que fue culpa mía?
– No he olvidado que usted quiere que lo sea. Esa es la diferencia. Han pasado ya tres años, señor Ward, y es hora de seguir adelante.
– Te agradecería que recordases que aquí eres sólo una empleada, y como tal te agradecería que te guardases tus opiniones para ti.
Ula no contestó, sino que se limitó a erguirse, dio media vuelta y se marchó. Stone se quedó de pie durante unos minutos escuchando en el silencio el latido de su propio corazón. Sintió la amenaza de los recuerdos, como si la explosión de ira hubiese abierto la tapa de la caja donde los mantenía a buen recaudo.
Y cuando empezaron a cobrar vida en su cabeza, persiguiéndole, cegándole a cualquier cosa que no fuera el pasado y su culpabilidad en lo ocurrido, se sentó en el sillón y se preparó para el ataque.
– Estás muy callada hoy -dijo Stone.
Como siempre, el sonido de su voz la hizo desear bailar de alegría, pero se limitó a cambiar de postura en el sofá y a mirarlo.
– Lo siento. Estaba pensando.
– ¿En qué?
Estaba de verdad allí. A veces le resultaba difícil creerlo, a pesar del hecho de que llevaba dos semanas acudiendo cada noche a su habitación. Temía despertarse y que todo hubiera sido un sueño. Pero allí estaba, sentado, apenas a medio metro de ella.
Desde que había conseguido deshacerse de las muletas y moverse con más facilidad, ocupaba el sofá cada vez que él venía a verla. Aunque no podía verlo mejor porque la oscuridad seguía siendo la misma, le gustaba pensar que eran una pareja normal en una cita.
Le gustaba su presencia. Estaban lo bastante cerca para percibir el olor de su colonia, o para que apoyase la mano de vez en cuando en su hombro cuando quería explicar algo. Le gustaba que, cuando hablaban de libros o de política, él se inclinase hacia delante, como si pretendiese convencerla de que viera las cosas como él. A veces le llevaba la contraria sólo para tomarle el pelo. Le gustaba todo de él. Era como volver a estar enamorada como cuando lo estaba en el instituto.