Выбрать главу

– ¿Cathy?

– Ah… lo siento. Estaba distraída -enrojeció. Menos mal que no podía verla-. ¿Cuál era la pregunta?

– ¿En qué estabas pensando?

¿Qué pensamiento elegir?

– En… el instituto.

– ¿Qué tal fue el instituto para ti?

– Pues no demasiado divertido -admitió, a pesar de las mentiras que le había contado en otras ocasiones. ¿Importaba que supiera la verdad?-. No tenía muchos amigos, sobre todo porque no podía hacer nada después de las clases. No me importaba ir a su casa, pero no podía invitarlos a venir a la mía, y siempre tenía que estar en casa pronto.

Hizo una pausa, esperando la pregunta inevitable, pero Stone guardó silencio.

– Mi madre bebía mucho -continuó-, y nunca sabía lo que podía encontrarme -cerró los ojos e intentó borrar los recuerdos, pero fue inútil. Estaban ahí, justo en la superficie-. A veces estaba bien, como la madre de cualquiera, pero la mayoría de las veces estaba bebida o desmayada. Ocuparme de ella me llevaba mucho tiempo. No quería tener que explicar por qué se comportaba de un modo extraño o por qué estaba dormida en el sofá, así que procuraba evitar esas situaciones. Al final, resultó que estar sola era más fácil.

– Lo siento.

– No es culpa de nadie.

– ¿Y tu padre no estaba nunca?

– No. Se marchó cuando yo era pequeña.

Nunca supe si porque mi madre se quedó embarazada, porque bebía, o por la razón que fuese. Ella nunca quiso darme esa información, y a mí me daba demasiado miedo preguntar.

Cathy apretó los dientes. Había dicho demasiado. Stone estaría sorprendido o escandalizado. Se llevó la rodilla sana a la barbilla y la rodeó con los brazos.

– Mi niñez fue diferente -dijo él-. Crecí en una casa bonita. Había bastante dinero, pero poca atención. No es que me descuidaran, pero creo que no se acordaban demasiado de mí. Siempre que obedeciera las reglas y al ama, me dejaban en paz.

Estiró los brazos sobre el respaldo del sofá. Sus dedos estaban a escasos centímetros de su hombro.

– Era bastante popular en el instituto -dijo, encogiéndose de hombros-. Afortunadamente no resultó ser mi mejor momento. Siempre he sentido lástima por la gente cuya mejor edad fueron los diecisiete años.

– Seguro que tenías montones de novias -bromeó.

– Montones no, pero sí las suficientes.

No podían haber sido más distintos. Ella jamás había tenido un novio. Su única experiencia romántica consistía en haberse emborrachado en una fiesta el último año de instituto y jugar a un juego en el que había que besarse.

– ¿Tienes hermanos o hermanas?

– No; sólo Evelyn. Ella fue mi mejor amiga desde primaria. Al final terminamos casándonos.

Cathy sintió que el estómago se le encogía al oír el nombre de la otra mujer, y se dijo que el hecho de que confiase en ella lo bastante para compartir los detalles de su vida era una buena señal, ¿no? Pero ella no se sentía bien. Si al menos pudiera ver la cara de Stone y saber qué estaba pensando…

– Una historia preciosa.

– Sí. Murió hace tres años. Todavía la echo de menos -su tono de voz no revelaba nada, pero antes de que Cathy pudiera insistir en ello, cambió de tema-. Pero el pasado es el pasado. Hablemos del futuro. De mañana, en concreto.

– ¿Qué quieres decir?

– Pues que llevas encerrada dos semanas en esta casa y supongo que debes tener ganas de salir, al menos un rato.

Cathy parpadeó.

– La verdad es que no lo había pensado -y era cierto. La casa era tan grande que era difícil sentirse encerrada. Pero de pronto, se le ocurrió una desagradable posibilidad-. ¿Quieres que me vaya? Al fin y al cabo, llevo ya dos semanas aquí. Lo siento. Debería habérseme ocurrido. Has sido muy amable y yo…

Él posó un dedo sobre sus labios para hacerla callar, y el gesto fue más efectivo que una mordaza.

– Basta. No pretendo deshacerme de ti. Ya te he dicho que me gusta tu compañía, pero como me ha dicho Ula esta mañana, llevas dos semanas sin salir, y si hay algo que quieras hacer, o alguien a quien quieras visitar, estaré encantado de poner el coche y el chofer a tu disposición.

El contacto de su dedo era suave y cálido. Casi podía saborear su piel. El pulso se le aceleró, al igual que la respiración. Con aquel roce él no pretendía más que llamar su atención, pero para ella fue un gesto íntimo y muy especial. Cuando bajó la mano, tuvo que contener un gemido de protesta. Menos mal que estaban a oscuras, se dijo mientras se lamía los labios intentando encontrar la prueba de que de verdad la había tocado.

– Te lo agradezco -le dijo, intentando quitarse de la cabeza aquellos pensamientos. La verdad es que no había ningún sitio al que quisiera ir-. No creo que…

– Insisto.

Insistía. Genial. ¿Y ahora qué?

– Estoy segura de que podría conducir yo misma -empezó, pero un gesto de su cabeza la detuvo. Sabía lo que iba a decir: que no estaba en condiciones de conducir-. Gracias -dijo al fin, intentando inyectar a su voz un entusiasmo que no sentía-. Te lo agradezco.

– Haría cualquier cosa por ti.

Cathy se quedó mirando la oscuridad. Ojalá fuese cierto.

– ¿Qué planes tiene para hoy? -preguntó Ula mientras le servía otra taza de café.

– No estoy segura. Stone me ha dicho que puedo utilizar su coche durante todo el día, y he pensado que debería dar una vuelta por mi casa.

Lo cual le tomaría al menos dos horas, teniendo en cuenta el camino de ida y de vuelta, pero no quería volver tan pronto que él pensase que su vida era tan increíblemente aburrida que no podía llenar unas cuantas horas fuera de casa.

Ula se sentó frente a ella. Cathy llevaba casi una semana desayunando con el ama de llaves. No es que la mujer fuese demasiado abierta, pero iba acercándose a ella poco a poco. Y Cathy estaba fascinada por su perfecta educación en cualquier momento.

– Tengo una sugerencia que hacer -dijo-, siempre que no le parezca que me estoy entrometiendo.

– Entrométase, por favor -le rogó-. Lo único que se me ha ocurrido hacer es ir al cine, pero no me hace demasiada gracia ir sola.

– Conozco una peluquería muy buena en la zona oeste. Hacen verdaderas maravillas con el pelo, y he pensado que quizás le gustaría cambiar de estilo en el pelo. Sería divertido.

Cathy sabía que el ama de llaves tenía buenas intenciones. A su modo estirado y algo áspero, Ula le mostraba amistad. Aun así, la crítica implícita de su comentario le dolió. El pelo castaño le llegaba hasta la mitad de la espalda, y lo mejor que podía decir de él era que se mantenía limpio con facilidad.

Empujó los pequeños trozos de fruta de la macedonia por el plato mientras intentaba encontrar la forma de contestar.

– Lo siento -dijo Ula-. No pretendía… es sólo que le ha ido tan bien con la dieta y los ejercicios. Es una mujer preciosa, pero no hace nada para acentuar sus cualidades. No sé si es porque piensa que no merecen la pena o porque no sabe qué hacer.

Cathy la miró a los ojos.

– Yo no soy preciosa.

– ¡Vamos! Tiene una piel perfecta y unos grandes ojos verdes.

– No son verdes -siempre había deseado que lo fueran-. Son una especie de color barro.

– Con el pelo y la ropa adecuada, el verde resaltaría. Tiene una sonrisa que ilumina la habitación, y es lista y divertida. ¿Por qué no reconoce su valía? Siéntese erguida. Entre en una habitación como si tuviera pleno derecho a estar allí. No tenga miedo.

Sus comentarios hicieron que Cathy se irguiera en su silla, pero del resto no estaba tan segura. El comentario de Ula había sido sorprendente. ¿De verdad pensaría que tenía todo ese potencial? Con dos dedos, tomó un mechón de pelo.

– ¿Qué clase de corte?

Ula sirvió otra taza de café para cada una.