Выбрать главу

– Algo a capas. Las capas le darían más volumen. Puedo llamar al dueño de la peluquería ahora mismo y ver si puede hacerle un hueco.

Dos horas más tarde, Cathy estaba cubierta por una capa de vinilo púrpura y se miraba en un amplio espejo. Ernest, un hombre de mediana edad dueño del salón, estaba detrás de ella.

– Los setenta se terminaron hace mucho -dijo-, y el pelo largo y liso desapareció con ellos. Un corte -su tono era seguro-. Algo de color, quizás un poco caoba con algún toque de miel para dar calor a las facciones.

Él estaba ya medio calvo, pero el pelo que le quedaba iba recogido en una coleta, y los pendientes brillaban en ambas orejas.

– Ula me ha hablado del incendio y de la operación -dijo, apoyando las manos en sus hombros-. Pobrecilla, has debido pasarlo fatal. Pero hoy vamos a ponerte guapa. ¿Quieres una revista mientras esperas?

– Eh… sí, gracias.

– Yo me ocuparé de todo -dijo, sonriéndole en el espejo-. Confía en mí, cariño.

Cuatro horas después, Cathy se encontró de nuevo en la misma silla, mirándose en el mismo espejo. Emest casi había hecho magia.

– ¿Te gusta? -preguntó.

Su pelo caía en suaves capas hasta la altura de los hombros. Los reflejos rojizos y color miel extraían el verde de sus ojos y hacía brillar su piel. Selena, Marta o cualquiera de las otras mujeres, era imposible diferenciar las porque iban todas de negro y eran increíblemente guapas, la había maquillado. No mucho; sólo lo justo para realzar los pómulos y la boca. Cathy sonrió.

– Me gusta mucho.

– Bien. Entonces tendrás que concertar una cita para dentro de seis semanas. El corte hay que retocarlo cada seis semanas, y el color, cada doce. Se necesita tiempo para estar guapa, pero merece la pena.

Cathy lo siguió hasta la recepción, donde concertó una cita para el corte y ni siquiera parpadeó al anunciarle el total que iban a cargarle en la tarjeta de crédito. Era la primera vez que hacía algo así en toda su vida. Nunca había creído que mereciese la pena.

Al dar la vuelta para salir, se vio a sí misma en el espejo de la entrada y tuvo que sonreír. Caminaba más erguida, y no porque Ula se lo hubiera sugerido, sino porque se sentía mejor consigo misma. Sabía que había perdido unos cuantos kilos; no muchos, pero lo bastante para que la ropa le quedara grande. Siempre llevaba prendas holgadas con la esperanza de que disimularan su exceso de peso, pero ahora aquellos viejos vaqueros casi se le caían. Un par nuevo no estaría mal. Quizás pudieran pasarse por ese almacén de ropa asequible en el que solía comprar antes de volver a casa de Stone.

Al acercarse al brillante BMW que la esperaba aparcado en la curva, tuvo que echarse a reír. Un flamante cochazo la llevaba por la ciudad, y de vuelta a la fabulosa mansión en la que vivía, quería pasarse por una tienda de saldos. ¿Qué era lo que no encajaba en aquella imagen?

Cathy subió todo lo deprisa que pudo las escaleras de la entrada. Sonreía de alegría y felicidad. La compra había ido tan bien que llevaba los vaqueros nuevos puestos. ¡Una talla más pequeña!

Se encaminó a la cocina para compartir su nuevo aspecto con Ula, pero de pronto, cambió de opinión y subió la escalera. Quería que Stone la viera. Al fin y al cabo, la última vez que la había visto a la luz del día estaba en el hospital, lo cual no debía haber sido una imagen halagadora.

Como siempre, la puerta de su despacho estaba cerrada. Cathy dudó. ¿Qué pensaría de su nuevo corte de pelo? ¿Le gustaría? ¿Le parecería una estupidez que quisiera compartirlo con él? Quizás si esperaba a la noche…

– ¡Basta! -Se dijo en voz alta-. Hazlo o no lo hagas, pero deja de darle vueltas.

Decidida, llamó a la puerta y entró.

– Stone, siento molestarte, pero Ula me sugirió esta mañana que me cortase el pelo y he ido a…

Fue justo al mirarlo cuando se dio cuenta de lo que había hecho. Con toda la excitación del día, simplemente había olvidado que nunca le había visto a la luz. Y que había una buena razón.

Estaba junto a la ventana. Las cortinas estaban descorridas y la luz brillante de la tarde inundaba la habitación. Él se volvió y sus ojos se clavaron en ella. Cathy se dijo que debía disculparse, salir corriendo de allí o lo que fuera, pero lo único que pudo hacer fue quedarse inmóvil, clavada en el suelo, mirándolo.

Capítulo 7

Las cicatrices estaban en su mejilla izquierda. Cathy tuvo la impresión de ver unas líneas gruesas y rojas que quebrantaban su piel desde el pómulo a la mejilla antes de que Stone se las cubriese con la mano al mismo tiempo que se daba a vuelta.

Cathy se quedó sin respiración. No por que su desfiguración fuese mayor de lo que se había imaginado, sino porque su perfil desde el lado derecho era increíblemente atractivo.

Tenía el pelo oscuro y un poco largo, la nariz recta, la boca bien formada y los ojos de un tono de azul grisáceo muy poco corriente. Podría haber sido modelo, o galán de película. Era alto y delgado. Ula le había comentado que no comía demasiado, así que su delgadez no le sorprendió demasiado.

Sabía que debía decir algo, y eso le hizo enrojecer. Quería mostrarle su nuevo corte de pelo y su maquillaje, pero ¿para qué? Aun con las cicatrices, era un hombre increíblemente atractivo. Atractivo e increíblemente rico. ¿Qué iba a ver en alguien tan insignificante como ella?

El estruendo de su sueño al romperse fue tan audible como el romper de las olas contra el acantilado. Se sentía ridícula. Durante todo aquel tiempo, había creído significar algo para él, cuando en realidad había sido sólo amable con ella. Debía despreciarla.

– Son malas, ¿eh? -dijo él-. Te he dejado muda. No debería sorprenderme.

Primero pensó que estaba enfadado, pero luego se dio cuenta de que estaba tan azorado como ella, aunque por diferentes razones. Y en lugar de huir, su dolor le importó más que el propio y, cuadrando los hombros, se acercó a él.

– Son sólo cicatrices, Stone, y si quieres que te sea sincera, creía que eran mucho peores.

Se dio la vuelta hacia ella pero no completa, como si quisiera ocultarle aquel lado de la cara. Cathy suspiró y su corazón voló a su lado.

– ¿Peores? ¿Me creías el hombre elefante, o algo así?

– Eso no es nada comparado con dónde había llegado mi imaginación -se detuvo delante de su mesa-. No quería molestarte., Stone. Es que he entrado aquí sin pensar. Si quieres que me vaya, dímelo.

Stone la miró a hurtadillas. No sabía lo que quería. Ahora que Cathy estaba allí, no quería que se marchase. Pero tampoco quería que lo viera. Pero desgraciadamente, era demasiado tarde ya para eso.

– ¿Por qué has venido a verme? -preguntó, como si la razón fuese significativa.

Cathy se mordió un labio.

– Te va a parecer una estupidez, pero me he cortado el pelo y quería que lo vieras.

Y agachó la cabeza como si esperase castigo por su confesión. Eran una pareja lastimosa. Por lo menos quizás pudieran curarse las heridas el uno al otro.

– Quédate, por favor.

Cathy levantó la cabeza.

– Sólo si estás dispuesto a mirarme.

Sabía bien a qué se refería. A veces, mirar a alguien era lo más duro que había hecho en su vida. La brillante luz de la tarde no ofrecía sombra alguna en la que protegerse. Además, no habría tenido sentido intentarlo. La intención de Cathy estaba clara.

Se acercó a su mesa y tomó asiento, al tiempo que la invitaba a hacer lo mismo.

Cathy hizo lo que le pidió y se miraron el uno al otro. Cathy fue la primera en sonreír.

– Estoy muy nerviosa. ¿Y si no te gusta mi corte de pelo?

Su comentario, tan inesperado, rompió la tensión entre ellos y Stone se recostó en su silla.

– Pues estarías metida en un buen lío. Entonces miró con atención su pelo. Era distinto a lo que había visto en el hospital. Recordaba mechones castaños y lisos. Durante las sesiones de terapia, la melena se le partía a la mitad y caía hacia delante, tapándole la cara. Pero aquel estilo dejaba su rostro bien al descubierto, y las capas brillaban en un castaño intenso con reflejos rojizos.