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– Estás intentando cambiar de tema.

– Es más que un intento. No te preocupes por nada -le dijo-. Limítate a aceptar que estás aquí. Yo estoy encantado de haber podido ayudar.

– Y vaya si lo has hecho. Te has portado maravillosamente bien conmigo.

Debió notar algo extraño en su voz porque se la quedó mirando.

– No. No me pongas cualidades que no tengo. La razón por la que me escondo es porque soy casi una alimaña.

– No digas eso. Es mentira. Eres un hombre amable, generoso y…

Stone cubrió su mano con la suya, pero el gesto no era romántico, ni siquiera amistoso, sino que lo hizo a modo de advertencia.

– Soy muchas cosas, pero ni amable ni generoso. Esto que llevo aquí no son sólo cicatrices -añadió, señalándose la cara-, no lo olvides. Puedo ser peligroso, y si no lo tienes presente, estarás corriendo un gran riesgo.

Capítulo 8

Cathy releyó la cantidad que aparecía en el visor de la calculadora, pero por mucho que mirase las cifras, la cantidad siempre era la misma. Quedaba muy poco en su cuenta. Vivir con Stone mantenía al mínimo sus gastos, pero aun así tenía que seguir pagando la hipoteca y los gastos de mantenimiento de la casa. Su salario no era muy alto, pero la baja temporal lo era aún menos. Siempre podía utilizar el dinero de sus ahorros, pero ni siquiera estaba segura de que aquella mísera cantidad pudiera cubrir las facturas que le quedaban por pagar.

Dejó la calculadora sobre la superficie de cristal de la mesa y decidió no pensar más en ello. Las facturas seguirían esperándola al día siguiente. Hacía una tarde preciosa, y quería disfrutar de la luz del sol.

Estiró los brazos y se volvió para mirar al mar. El agua resplandecía a la luz del sol.

Pepper había trabajado duro con ella en la sesión de terapia, y los músculos le dolían un poco. Ya no le importaba sudar o agotarse durante los entrenamientos, ya que los resultados eran cada vez más notables. No sólo la rodilla se estaba recuperando, sino también el resto de sus músculos. Afortunadamente su estómago se había acostumbrado también a las raciones de Ula y su cabeza había dejado de pedirle chocolate cada cinco minutos. Sabía que aún le quedaba mucho para alcanzar el peso deseado, pero cada vez se sentía mejor.

– Pareces un gato retozando al sol.

Se volvió y vio a Stone caminando hacia ella. Se movía con una gracia envidiable. Había algo muy masculino en su forma de moverse, en su cuerpo alto y delgado. Los vaqueros viejos que llevaba se ceñían a sus caderas y la camisa blanca que llevaba remangada dejaba al descubierto unos brazos torneados. Era la clase de hombre con que soñaban las mujeres, y ella no era la excepción.

Sacó del bolsillo unas gafas de sol, se las puso y se acomodó en una silla de mimbre frente a ella.

– Te he visto sentada aquí fuera -dijo, sonriendo-, y me ha parecido que estabas tan a gusto que he decidido hacerte compañía.

– No sabía que salieras durante el día -dijo, y de pronto deseó haberse arrancado la lengua de un mordisco-. Lo siento, Stone -añadió rápidamente-. No pretendía que sonase así.

– Lo sé. La verdad es que no salgo mucho, y cuando lo hago prefiero las sombras de la noche, pero como mis cicatrices no parecen importarte…

– Y no me importan. Me gusta estar contigo. Es decir, que lo pasamos bien juntos -corrigió enseguida-. Y la verdad es que ya no me fijo en las cicatrices. Además, no son tan terribles como tú piensas.

Ula apareció en la escalera y les preguntó si querían algo de beber. Stone aceptó por los dos, y Cathy aprovechó el momento para recomponerse. En su presencia se sentía insegura. A veces, cuando hablaban de política o de libros, conseguía olvidarse de los nervios y era ella misma. Pero cuando recordaba sus diferencias, el hecho de que él había ido a la universidad y que tenía un negocio de beneficios multimillonarios, volvía a trabársele la lengua.

Stone se relajó en su silla. Era una satisfacción verlo tan tranquilo con ella. Apenas había pasado una semana desde que viera sus cicatrices por primera vez. Desde entonces, habían ido pasando más y más tiempo juntos. Compartían todas las cenas y la mayoría de las comidas.

Ula apareció con sus bebidas. Cathy tomó un sorbo de su soda baja en calorías y Stone apuró la mitad de su vaso de té helado antes de señalar unos papeles que había sobre la mesa.

– ¿Qué estás haciendo? -preguntó.

Ella arrugó la nariz.

– Pagar facturas. O intentarlo al menos. Estoy de baja hasta que vuelva a trabajar dentro de un par de semanas. Menos mal que la letra de la casa no es alta. Es una casita pequeña y mi madre no hizo más que una hipoteca sobre ella. Menos mal.

Habló con desenfado, no fuera Stone a pensar que le estaba pidiendo dinero.

Stone dejó su vaso sobre la mesa.

– ¿Te ha dicho el médico que puedes volver a trabajar dentro de dos semanas?

Había ido a verlo a principios de semana y asintió.

– De hecho me dijo que podía darme de alta cuando quisiera. Ha sido mi jefe quien me ha dado el tiempo extra. Quiere que esté totalmente recuperada cuando vuelva -sonrió-. Eddie es un poco gruñón, pero tiene un corazón de caramelo.

– ¿Es eso lo que quieres?

– ¿Qué quieres decir?

– Que si quieres volver a trabajar.

No entendía demasiado bien la pregunta, y el corazón se le cayó a los pies. Quizás estaba intentando decirle que había llegado el momento de que se marchase. Al fin y al cabo, había recuperado bastante movilidad y el médico le había dicho que podía reincorporarse al trabajo.

Qué desilusión. Ojalá estuvieran todavía en la oscuridad y no hubiera visto su expresión. Pero era comprensible. Quería volver a estar solo en su casa. Debería habérselo imaginado antes.

– He pensado aceptar esas dos semanas más de descanso -admitió. Volver a su turno nocturno no era una idea precisamente atractiva-, pero no esperaré tanto para dejar de darte la lata. Has sido incluso demasiado amable conmigo, y no quiero abusar de tu hospitalidad. Es más, creo que debería haberme ido antes. Lo siento. Es que he estado tan bien aquí que simplemente no me había dado cuenta.

Se encogió de hombros y carraspeó. Tenía que reprimir las lágrimas hasta que estuviera sola.

– ¡No! -exclamó Stone-. No te he preguntado eso para que tú entendieras que quiero que te marches. Más bien al contrario. Quiero que te quedes conmigo tanto como quieras. Por lo menos, hasta que estés preparada para volver al trabajo. Y no admito discusión al respecto.

– Yo… es que…

La verdad es que quería alargar el tiempo con él lo máximo posible. Su mirada oscura era tan intensa que llegó a la conclusión de que podía creerle. Al fin y al cabo, era un importante hombre de negocios, y no habría llegado a donde estaba si no supiera decirle que no a la gente.

– A no ser que prefieras marcharte -añadió Stone-. No eres mi prisionera.

– No, no -se apresuró a contestar-. Estaré encantada de quedarme. Gracias por pedírmelo. Eres muy amable.

– Hagamos un trato: tú deja de decirme que soy muy amable, y puedes quedarte a vivir aquí permanentemente si quieres.

Estaba de broma, pero por un momento disfrutó de creer que fuese verdad. Que las fantasías que poblaban sus noches eran realidad y que Stone sentía algo más que amistad por ella.

– Eres muy amable -dijo-, pero dejaré de decírtelo.

– Entonces, ¿trato hecho?

Cathy asintió.

– Tengo catorce llamadas que hacer -dijo, y apuró el té-. Gracias por hacerme compañía.

Dio la vuelta a la mesa y antes de que Cathy pudiera imaginarse qué iba a hacer, sintió que la besaba en la frente. Después, desapareció.

Cathy lo vio entrar en la casa. Sabía que tenía la cabeza en otra parte, en sus negocios o a cientos de kilómetros de allí; sabía que el gesto había sido amistoso; incluso cabía la posibilidad de que ni se hubiera dado cuenta de lo que hacía. Pero ella sentía la presión de sus labios en la cabeza y la forma en que había apretado su hombro al pasar. Atesoraría el recuerdo y aquella noche, antes de dormir, se divertiría con su fantasía, imaginando que aquella caricia había significado mucho más.