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– Me lo has prometido -dijo Pepper dos semanas más tarde mientras plegaba su mesa.

Cathy sonrió.

– Lo sé, y lo he dicho en serio. Sé que tengo que trabajar al menos cinco veces a la semana. Cuarenta y cinco minutos de ejercicios aeróbicos y el entrenamiento de pesos.

– Tres veces a la semana es la frecuencia ideal para eso -le recordó-. Podrás bajar a dos, pero más adelante, ya que hasta ahora has hecho un trabajo estupendo y no querrás echarlo a perder, ¿verdad?

Cathy negó con la cabeza. Acompañó a la terapeuta hasta la furgoneta y la ayudó a guardar sus cosas. Pepper se volvió y la abrazó.

– Has trabajado mucho y se nota, así que puedes estar orgullosa de ti misma, ¿vale?

– Lo haré.

Cathy esperó a que la furgoneta se perdiera de vista y después subió las escaleras hasta la casa.

Se detuvo en el recibidor. La verdad es que no sabía muy bien qué hacer. Tenía que tomar unas decisiones importantes en su vida, porque llevaba ya seis semanas en casa de Stone y no podía esconderse allí para siempre.

– Ya es hora de actuar como una adulta -se dijo, y se sentó en el último peldaño con las rodillas pegadas al pecho.

Aunque le gustaría mucho quedarse allí y disfrutar de la vida de los ricos, no era posible. El trabajo la estaba esperando.

Cathy arrugó la nariz. No deseaba volver a su antigua vida, tan aburrida. Había avanzado tanto en las últimas seis semanas… comía bien y hacía ejercicio. Se sentía bien consigo misma. Dormía de maravilla, y como guinda, había perdido casi diez kilos y dos tallas. Un par de kilos más, y todo resuelto.

Su mundo había dado un giro hacia mejor, y no quería perder la inspiración. No quería volver a lo que había sido antes. Pero nada de todo aquello contestaba la pregunta: ¿y ahora, qué?

La universidad no era una posibilidad. Quizás unas cuantas clases… si seguía con su turno de noche, podría asistir a clase por la mañana y dormir por la tarde hasta la hora de trabajar. Durante la noche tendría todo el tiempo del mundo para estudiar. Después de las doce, el servicio tenía poco trabajo, y a Eddie nunca le había importado que leyese, así que estudiar sería simplemente utilizar su tiempo de un modo más productivo.

– Está decidido -dijo en voz alta, poniéndose de pie. Pero en lugar de subir las escaleras, suspiró. No quería marcharse. No porque la casa fuese bonita, o porque hubiese alguien que se ocupara de cocinar y limpiar, sino porque no quería separarse de Stone. Le gustaba. Bueno, algo más: seguramente se había enamorado de él. En cuanto se marchase, él la olvidaría, pero ella no podría olvidarlo jamás.

Pero ya no podía quedarse allí por más tiempo. Estaba en condiciones de volver a trabajar y no tenía ni una sola excusa más para quedarse.

– Como he dicho antes -repitió-, es hora de ser adulta. Y mejor que me vaya yo a que tengas que echarme.

Subió la escalera y en el segundo piso, tomó la dirección de su despacho. La puerta estaba entreabierta, llamó y entró.

Stone levantó la mirada del ordenador y sonrió.

– Qué sorpresa. ¿Has terminado ya con Pepper?

– Sí, era nuestra última sesión. Me ha dejado instrucciones para que continúe con el programa de ejercicios y estoy decidida a hacerlo.

– Bien por ti -e hizo un gesto para que se sentara frente a él-. ¿Vienes sólo de visita? -preguntó.

– No. Tengo que anunciarte algo. Ya te he dado bastante la lata. Has sido muy generoso con tu casa y tu tiempo, pero necesito volver donde debo estar. Empiezo a trabajar el lunes.

Stone la miró con tanta intensidad que Cathy hubiera deseado poder mirar si tenía alguna mancha en la cara.

– ¿Ocurre algo? -preguntó.

Él sonrió, pero no fue más que le pálido reflejo de una sonrisa.

– No quiero que te vayas -dijo sin más.

Cathy parpadeó. ¿Habría oído bien?

– Pero es que ya no puedo seguir estorbándote.

– De eso, nada. Me gusta tu compañía -tomó un bolígrafo y lo hizo girar-. A veces esta casa es demasiado tranquila. No salgo mucho por razones obvias.

– No tendría que ser así.

– Esa no es la cuestión -le recordó-. Estamos hablando de tu marcha. ¿Estarías dispuesta a reconsiderarlo?

– Yo…

El corazón le latía desenfrenado en el pecho. ¿Qué le estaba diciendo? ¿Que de verdad iba a echarlo de menos? ¿Que había llegado asentir por ella lo mismo que sentía ella por él? ¿Que eran más que amigos?

– Stone, no sé qué decir -dijo, inclinándose hacia delante.

– Bien, porque todavía no te he hecho la oferta. Sé que tienes trabajo en el servicio de contestador, y eres muy buena en él. ¿Por qué no ibas a serlo? Eres una persona eficiente, incluso brillante, pero ese trabajo no supone ningún desafío para ti. Puede que me esté excediendo, pero creo que podrías ser mucho más.

Stone siguió hablando, pero ella no pudo oírlo. La creía brillante y eficiente. Genial. Una combinación de ordenador y perrito faldero.

Intentó que los sentimientos no se reflejasen en su expresión. ¿Por qué se habría hecho ilusiones? Había sido una estúpida. Stone no era como ella, y tenían muy poco en común. No la venía como una mujer, al menos no como una mujer que pudiera interesarle como pareja.

– Te estoy ofreciendo un trabajo -le oyó decir.

Eso llamó su atención.

– Perdona, ¿qué has dicho?

– He dicho que te ofrezco un trabajo como ayudante personal. Hace mucho tiempo que necesitaba cubrir ese puesto. Quiero que sea alguien que actúe como nexo de unión entre la oficina y yo, que asista a reuniones y algún que otro viaje. Al principio puede que te sientas un poco como pez fuera del agua, pero creo que podrás hacerlo. Es más, estoy convencido de que serás muy buena.

– ¿Un trabajo?

Stone frunció el ceño.

– Me gustaría de verdad que lo consideraras, Cathy, pero sólo si estás convencida de que es una buena oportunidad para ti. No pretendo insultarte, ni decirte lo que tienes que hacer.

– Lo comprendo -la cabeza le daba vueltas. ¿Un trabajo? ¿Con él?-. ¿Y querrías que yo hablase en tu nombre con la gente de tu empresa?

– Sí. Ahora mantenemos conferencias telefónicas, y seguiríamos con ellas, pero me gustaría que estuvieses allí como mi representante personal.

– No tengo estudios universitarios, y carezco por completo de experiencia en tu negocio.

– Ya lo sé. Tendrás que trabajar duro para ponerte al día. Es un reto y me gustaría que lo intentaras. Podríamos establecer un periodo de prueba de seis meses, tras el cual ambos evaluaríamos la situación.

Cathy apretó los dientes sólo para asegurarse de que no se quedaba boquiabierta. Aquello no era la declaración de amor que ella se había imaginado, pero sí un magnífico premio de consolación. ¿Trabajar con Stone? Sería excitante y diferente. Aprendería mucho. El horario iba a ser asfixiante, en eso no podía engañarse. Y ahora que hablaban de trabajo, todo en él había cambiado. Su postura era más rígida y su mirada más directa. Incluso su elección de palabras era más dura. ¿Podría soportarlo?

No estaba segura, pero sabía que no se lo perdonaría si dejaba pasar una oportunidad como aquélla.

– Creo que la idea tiene posibilidades -dijo, intentando un tono profesional.

Stone sonrió.

– Me alegro. Antes de que te decidas, tenemos que hablar de la logística. Preferiría que vivieras en la casa. Así estarías más accesible para mí. Estoy seguro de que podrías alquilar la tuya sin demasiada dificultad. De todas formas, si no te gusta la idea de vivir aquí, me gustaría que vivieras en otro sitio más próximo que North Hollywood.