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¿Que quería que se quedara en su casa?

– Mm… no hay problema. Podría quedarme aquí.

– Bien. La empresa tiene un interesante paquete de beneficios sociales. Deberás concertar una cita con la directora de recursos humanos para hablar con ella directamente. Ahora sólo nos queda ponernos de acuerdo en el salario.

Stone le dio una cifra que la mareó. Iba a decirle que era demasiado, pero se tragó las palabras. ¿Qué sabía ella sobre cuál debía ser el salario del asistente personal del presidente de una importante compañía?

– Acepto.

– ¿Es eso un sí?

Ella sonrió.

– Desde luego. Tienes razón en lo de que al principio va a ser una locura, pero quiero aprender y no me da miedo el trabajo duro. Soy honesta y alguien en quien se puede confiar, e intentaré dar un cien por cien todos los días.

Ahora sí que parecía un perro leal, pero ya no le importó. No sólo iba a quedarse con Stone, sino que iba a trabajar para él. Se ganaría su respeto.

– Lo notificaré a recursos humanos -dijo, se levantó y se acercó a ella. Cathy se levantó también y cuando él le tendió la mano, ella reaccionó por impulso y lo abrazó.

Incluso antes de llegar a rozarlo se dijo que no debía hacerlo, pero era ya demasiado tarde. Aun así intentó dar marcha atrás, evitar aquel momento, pero entonces sintió unas manos grandes y fuertes descansar sobre su espalda.

– Me gusta mucho más lo que has pensado tú -murmuró, e inclinó la cabeza hacia ella.

Aquel abrazo había sido algo espontáneo, un gesto de amistad sin preparar, y Cathy no tenía ni idea de lo que significaba para él aquel beso, pero cuando sus labios se rozaron, ya no le importó.

No tenía experiencia para compararlo con otros, pero a ella le pareció maravilloso. Stone no se movió mucho, ni intentó profundizar, pero para ella era suficiente estar en sus brazos, rozando sus labios.

Subió sus manos hasta sus hombros y los apretó, y en respuesta, él ladeó la cabeza y se acercó un poco más a ella. El aroma de su cuerpo la invadió, un olor limpio, masculino y quizás un poco peligroso.

Sus cuerpos apenas se rozaban y Cathy deseó poder sentirlo pegado a ella. En alguna ocasión había leído que el pecho podía doler de deseo y no lo había comprendido, pero en aquel momento lo entendió. Los senos le dolían. Incluso habría jurado que estaban inflamados, deseando sentirse apretados contra él. Una oleada de estremecimientos recorrió su cuerpo de pies a cabeza, alcanzando incluso aquel lugar secreto entre sus muslos. Pensó que…

Stone rozó su labio inferior con la punta de la lengua, e inmediatamente perdió la capacidad de pensar y la de respirar. Pero no le importó. Toda su energía, sus sentidos, estaban concentrados en aquel punto húmedo.

Stone volvió a acariciarla del mismo modo, como urgiéndola a acceder a sus deseos, y antes de que pudiera darse cuenta de lo que hacía, entreabrió los labios y él deslizó su lengua dentro.

Sabía mejor que el chocolate. No la atacó, ni dio la impresión de estar allí para localizar los puntos de interés de su boca, sino que se movió despacio, casi reverentemente, explorando con suavidad.

Seguramente el fuego era inevitable. Entre los estremecimientos, las chispas y Dios sabe qué otras sensaciones más, tenía la sensación de que de un momento a otro saldría ardiendo en llamas, de modo que cuando el calor abrasó su piel, ella simplemente se rindió y se apoyó contra él, obteniendo al fin lo que su pecho tanto deseaba. Pero el alivio fue muy breve porque al contacto con los planos duros de su pecho, sus pezones se endurecieron inmediatamente. Jamás había sentido algo así. No estaba segura de qué estaba ocurriendo ni de lo que significaba. Sólo sabía que no quería que Stone dejase de besarla.

Como si le hubiera leído el pensamiento, la abrazó con fuerza. Se había apoyado en él, pero Stone intentaba acercarla aún más. Era todo tan increíblemente perfecto… Sus cuerpos encajaban a la perfección, exactamente como se describía en algunos libros. Especialmente por la dureza que sentía contra su vientre. ¡Besarla había tenido en él ese efecto!

Debió emitir un sonido de placer, o indicar de alguna manera que algo había cambiado porque Stone se separó. Interrumpió el beso despacio, y tomó su cara entre las manos cuando separaba sus labios de los de ella.

– ¡Guau! -exclamó Cathy sin pensar.

Afortunadamente él sonrió.

– Sí. Guau -y la sonrisa se desvaneció-. Lo siento. No suelo dar así la bienvenida a los empleados.

Sus palabras tuvieron el efecto de una ducha fría y Cathy se esforzó por no perder la sonrisa.

– Me imagino que a algunos chicos no les haría demasiada gracia -e hizo un gesto como quitándole importancia-. No te preocupes, Stone. Somos amigos, ¿no? Ha sido un beso muy agradable.

– Estoy de acuerdo. Y te prometo que no volverá a ocurrir.

Genial. Seguro que era de esa clase de hombres que regalaban batidoras y aspiradoras el día del cumpleaños. En fin… había sido una experiencia maravillosa que le daría mucho que pensar cuando estuviera sola en su habitación aquella noche. Mientras tanto, él nunca debería saber que las rodillas se le habían vuelto de gelatina y que los senos le seguirían doliendo durante días.

Así que aquello era el deseo. Al menos había podido saber qué se sentía, ya que durante un tiempo había llegado a temer no experimentarlo ni una sola vez.

– Gracias por comprenderlo.

– Claro. No hay problema.

Salió de su despacho tras prometerle que cenarían juntos, y una vez en el recibidor, su buen humor desapareció y la confusión ocupó su lugar. ¿Qué había ocurrido exactamente? Si no quería hacerlo, ¿por qué la había besado de aquel modo?

– Menuda adulta estoy hecha -murmuró. Se sentía rara por dentro. Tensa y relajada al mismo tiempo.

Ahora trabajaba para él. Bien. Ya encontraría el modo de dejar a un lado lo ocurrido y trabajar para él. Quería aprovechar la oportunidad, y sería una idiota si la echaba a perder por dejarse atrapar por algo que, evidentemente, significaba cosas diferentes para ambos.

Stone le había dado las gracias por comprenderlo. Genial. El problema era que no lo comprendía. Y seguramente no llegaría a comprenderlo nunca.

Capítulo 9

Stone se acercó a su silla y se dejó caer en ella. Cada célula de su cuerpo le dolía por una necesidad que no podía controlar. Había deseado a mujeres antes, pero no recordaba haber sentido nunca aquel deseo incontrolable. Era incapaz de pensar en otra cosa que no fuera la sensación de haberla tenido entre sus brazos y cómo el mundo había explotado por la pasión al besarla.

Qué idiota. Primero le pedía que trabajase para él. Una decisión inteligente. Al fin y al cabo, era una mujer brillante, enérgica y trabajadora. La forma en que había llevado su recuperación se lo había mostrado. Y además, tenía la sensación de que podía confiar en ella, y no había mucha gente de la que pudiera decirse lo mismo. Pero luego había tenido que echarlo todo a perder besándola.

Había sido por el abrazo. Algunas mujeres lo habían abrazado en otras ocasiones… bueno, siempre antes del accidente, aunque tampoco había tenido oportunidad de que ocurriera después, así que quizás hubiera sido esa la razón de que se descontrolase de aquel modo. El contacto inesperado con una mujer le había hecho vulnerable a las necesidades físicas, ya que, al parecer, aquella parte de él no estaba tan muerta como se había imaginado.

Inspiró profundamente. Había sido una reacción animal, una sensación física. Deseo o dolor, podían controlarse. Él tenía experiencia. Bueno, en controlar el dolor más que el deseo. Durante sus años de universidad, había tenido un rosario de novias más que encantadas de intimar con él, pero nada ni parecido a aquella necesidad. Su matrimonio con Evelyn había sido difícil por su falta de interés sexual, así que aquella experiencia con Cathy era territorio virgen para él, pero virgen o no, estaba decidido a conquistarlo.