– ¿Qué te parece si estableciéramos las ocho y media como la hora oficial de comenzar a trabajar? -sugirió, al tiempo que se ponía en pie-. Prefiero que te quedes hasta algo más tarde a que empieces temprano. Tengo gente en la costa este que se ocupa de la apertura del mercado, pero no la suficiente para cubrir las incidencias internacionales en el lejano Oriente. Por aquí.
Stone abrió una puerta lateral de su despacho y Cathy lo siguió a otra habitación.
– Trabajarás aquí -le dijo.
Cathy miró a su alrededor, admirada. La verdad es que no se había parado a pensar cómo sería trabajar para Stone, pero desde luego no se había esperado tener todo un despacho para ella sola.
Era más pequeño que el suyo, pero había un enorme ventanal y la vista era preciosa. Una mesa en forma de ele dominaba la habitación, y en el ala corta había un ordenador con impresora. En la pared más alejada había varios armarios para archivo, una fotocopiadora y un fax. Frente a la puerta por la que habían entrado, había otra puerta más.
– Por ahí se accede a la sala de conferencias -dijo él-. En caso de que necesites convocar una reunión aquí, resulta muy útil. Lo mejor sería que pudieras avisar a Ula con un día de antelación si necesitas que sirva una comida, pero aun así siempre se las arregla a las mil maravillas si ha de preparar algo sin previo aviso.
Cathy estaba boquiabierta, y la cabeza le daba vueltas. ¿Si ella quería convocar una reunión? Sí, claro; era algo que hacía todos los días. Montones de reuniones de ella y su ordenador portátil en el servicio de contestadores.
La duda la asaltó. ¿En qué había estado pensando? No sabía nada del mundo de las inversiones y de las finanzas. No podría salir de aquel callejón en el que se había metido, y Stone estaba loco si pensaba que iba a pasar la prueba sin estropearlo todo. Tenía que ser sincera con él y decirle que había cometido un error.
Pero no quería hacerlo. ¿Y si de verdad fuese capaz de hacerlo? ¿Y si resultaba ser más lista de lo que pensaba, o el trabajo no era tan difícil? ¿Y si aquello era exactamente lo que pensaba, es decir, la oportunidad de su vida? No podía dejarla pasar. Quizás no volviera a presentarse.
– Empezaremos poco a poco -dijo Stone, acercándose al ordenador y dando una palmada sobre el monitor-. He pensado que esta mañana podrías contestar parte de mi correspondencia -sonrió-. Yo escribo mis propios memos y correspondencia electrónica, pero las cartas oficiales prefiero que me las hagan. Te he dejado algunas notas y ejemplos para que puedas ver el formato.
Y buscó entre los papeles que había dejado para mostrárselas. Cathy lo observaba. La camisa de color claro que llevaba realzaba su atractivo. Llevaba ya tanto tiempo con él que apenas notaba las cicatrices. Como siempre, verlo la dejaba sin respiración.
– No te lo he preguntado antes, pero ¿estás familiarizada con los ordenadores?
Cathy dio las gracias al cielo por haberse permitido el capricho de un ordenador portátil un año antes.
– Sí. Tenía un portátil, pero se achicharró en el incendio. Eddie lo ha llevado a reparar.
Se acercó a la mesa, se sentó y tras palpar el frontal de la máquina, encontró el interruptor y la puso en marcha.
– Bien -dijo Stone-. Cuando hayas terminado con las cartas, me gustaría que me organizases cierta información -señaló al montón de expedientes que había apilado en el suelo e hizo una mueca-. Ya sé que está hecho un lío. Llevo dos meses queriendo organizarlo, pero no he encontrado el tiempo. Me gustaría que diseñaras una hoja de cálculo con un archivo por cliente. No tengo ni idea de cuál puede ser la mejor forma de clasificar toda esa información, así que lo dejo en tus manos -miró a su alrededor-. Creo que eso es todo. Ah, hay un pequeño aseo al otro lado del vestíbulo. Ula se ocupa de que la nevera esté siempre llena. También hay café y tazas, y si quieres algo más, no tienes más que decírselo.
– Gracias, lo haré.
Stone volvió a sonreír.
– Entonces, te dejo manos a la obra.
Y se marchó.
Cathy se quedó mirando hasta que cerró la puerta entre los dos despachos y después se recostó en su silla y se cubrió la cara con las manos. ¿Y ahora qué? No tenía ni idea de por dónde empezar. Cuando se compró el portátil, la tienda en que lo compró le regaló un par de horas de formación para saber manejar los programas. Pero ¿una hoja de cálculo? Recordaba las instrucciones del profesor, pero sólo vagamente.
– Empieza con lo que sabes -se dijo-. Esto es un sí o un no, pero no hay soluciones intermedias. Bueno -y se enderezó en la silla-. Haré todo lo que pueda. Nadie puede pedirme más.
Tardó una hora en redactar las cartas e imprimirlas, quince minutos en buscar manuales de los programas y otro tanto en imprimir los sobres. Tras una rápida pausa para tomar café durante la cual descubrió que Ula le había dejado fruta fresca y un yogur desnatado, volvió a su despacho y se ocupó del montón de expedientes que había en el suelo.
La tarea resultó menos inaccesible de lo que se había imaginado. Diseñó una sencilla hoja de cálculo en la que podía almacenar la información que requerían las notas de Stone. Estaba concentrada con los datos de la tercera cuenta de cliente cuando la puerta que unía sus despachos se abrió y Stone entró.
– Pareces muy ocupada -dijo.
– Lo intento -y señaló el montón de expedientes que había colocado en un lado de la mesa-. No sabía si querías que te los llevase o debía esperar a que me los pidieras. No quería interrumpir.
– Buena idea -dijo mientras hojeaba las cartas-. Buen trabajo. Un estilo limpio.
Su elogio la subió por las nubes.
– ¿Cómo has decidido hacer lo de estas cuentas? -preguntó, colocándose a su espalda para poder ver el monitor-. Mm…
Tomó el ratón y exploró la hoja de cálculo. Cathy esperó con la garganta cerrada y el estómago dando saltos. No era sólo por la proximidad de Stone, sino porque quería complacerlo con el trabajo.
– No se me había ocurrido clasificarlas de este modo -dijo-, pero me gusta. Es sencillo y claro. Tendré todo lo que necesite sin necesidad de ir recorriendo páginas. Bien hecho.
Cathy no pudo evitar sonreír.
– Gracias -rozó con el dedo los expedientes que le quedaban-. Tendré todo terminado hoy.
Él quitó importancia con un gesto de la mano.
– Ya terminarás mañana por la mañana. En recursos humanos insisten en que cada empleado nuevo cumplimente un montón de cosas. Puede que incluso haya un vídeo. La verdad es que no me acuerdo. Por otro lado está todo el montón de papeles que hay que rellenar para el ministerio, además de elegir el paquete del seguro que mejor te parezca.
– Como si fuera un trabajo de verdad -bromeó.
– Exacto -se sentó en la única silla que había frente a su mesa-. Hablando de trabajos reales, ¿qué tal se ha tomado Eddie tu marcha?
– No le ha hecho demasiada gracia, pero lo ha comprendido. Me dijo que si cambiaba de opinión, se lo dijera.
– Espero que no estés pensando en volver.
– Pues no, la verdad.
Ni en un millón de años.
Ula llamó a la puerta.
– He traído la comida. ¿Quieren pasar a la sala de conferencias?
Cathy miró su reloj. ¡Pero si habría jurado que había trabajado apenas dos horas! El tiempo había volado.
– No te importa acompañarme, ¿verdad? -preguntó Stone al invitarla a entrar a la sala de conferencias.
– En absoluto.
Estar con él era siempre un placer para ella. Apenas tuvo tiempo de fijarse en la maravillosa vista que ofrecía el ventanal y en el mobiliario de madera oscura antes de que Ula le sirviera una deliciosa ensalada.
Stone llenó las copas con el té frío que les había traído en una jarra.
– Sé que no es asunto mío, pero de todas formas, te voy a preguntar.
– ¿El qué?
– Es obvio que eres una mujer inteligente. ¿Por qué no fuiste a la universidad? ¿Por tu madre?