Se habían tomado un descanso de quince minutos de la reunión. Todo iba bien, y las mariposas que tenía en el estómago por fin se habían quedado dormidas. Había podido seguir la mayor parte de cosas que se decía, y había tomado notas de lo que no conseguía comprender. Stone le había prometido que hablarían de ello al volver a casa.
Al salir del cuarto de baño, pasó por una pequeña sala de espera y de pronto recordó que se había dejado el bolso junto al lavabo. Dio media vuelta para ir a buscarlo y vio que alguien entraba casi al mismo tiempo.
Hizo una pausa a la espera de que la otra mujer dijese algo, hasta que se dio cuenta de que no había nadie más allí, excepto ella. Estaba viendo su propio reflejo en un espejo de cuerpo entero.
Aunque sabía que había perdido mucho peso y que su nuevo corte de pelo mejoraba su apariencia, los cambios habían ocurrido gradualmente y no se había mirado comparándose con cómo era antes. Su reflejo le mostró a una mujer alta y delgada, vestida con un traje impecable, unos zapatos elegantes, un precioso corte de pelo y un maquillaje perfecto.
Una profunda alegría la llenó y elevó una breve oración de gracias. Gracias a Stone por haberle dado la oportunidad de cambiar, y por el hecho de que había tenido el valor y la convicción necesarias para aprovechar al máximo aquella oportunidad.
Capítulo 12
Cathy subió corriendo las escaleras hasta el segundo piso y se apresuró a llegar al despacho de Stone. Él salió al recibidor con una sonrisa.
– ¡Has estado genial!
– Gracias -ambos entraron en el despacho-. Estaba tan asustada porque pudieran pensar que era una impostora, o una idiota, pero no ha sido así.
– Claro que no. Eres inteligente, te expresas muy bien y estás bien informada.
Dejó el bolso y el maletín sobre la silla y ambos se sentaron en el sofá.
– Me halagas -suspiró-, pero me gusta. Puedes seguir si quieres.
Y volvió a sonreír. No había dejado de hacerlo durante el camino de vuelta a casa. Había salido todo perfecto.
– Bueno, ¿y qué te ha parecido? -preguntó al sentarse junto a ella.
– Pues que tienes un buen equipo. Trabajan duro para ti, y al mismo tiempo, les inspiras un temor casi religioso. Aunque supongo que eso te gusta.
– Y no te equivocas.
Los dos se rieron juntos como colegiales. Aunque a Cathy le había gustado tener la oportunidad y había sido divertido salir y enfrentarse a sus temores, se sentía maravillosamente bien estando de nuevo allí. En su casa, en su presencia, aquel era su mundo.
Le fue haciendo preguntas sobre los diferentes asistentes a la reunión, preguntas que ella fue contestando lo mejor que pudo, intentando aunar nombres y rostros. Mientras hablaban, reparaba en su forma de mover las manos, en cómo ladeaba la cabeza intentando inconscientemente ocultar su mejilla herida.
Había llegado a quererlo. El día de su cumpleaños se lo había imaginado y en aquel momento sólo tuvo que confirmarlo. Quería que estuviese orgulloso de ella, y no sólo porque trabajase para él, sino porque era la parte más importante de su vida. No quería imaginarse el mundo sin él, a pesar de saber que era inevitable.
Stone la abrazó brevemente.
– Lo has hecho muy bien, y estoy muy orgulloso de ti.
Cathy tuvo una décima de segundo para tomar la decisión. Sabía que no pasarían de lo meramente físico, al menos en el caso de Stone. Los sentimientos no entrarían en juego, ni sería algo permanente. Stone le ofrecería sólo una aventura, y si a ella le bastaba, aquél era el momento.
En un acto que sería uno de sus más valientes y decididos, dejó las manos apoyadas en sus hombros. La expresión de Stone cambió. El corazón de Cathy aumentó su ritmo y las mariposas volvieron a adueñarse de su estómago. Si él la rechazaba, sobreviviría, superaría el dolor que no era fatal y por una vez en su vida lamentaría haber dado un paso en lugar de haberse limitado a aceptar las cosas con pasividad. Entonces lo besó en la boca.
Esperó el calor abrasador que los había devorado la última vez, pero sólo hubo una dolorosa pausa durante la cual tuvo tiempo de preguntarse si llegaría a responder, o si la apartaría de su lado. El corazón se desató cuando llegó a la convicción de que no iba a besarla. La humillación la sepultó. Se había equivocado. No estaba interesado en ella.
Cathy se separó con las mejillas al rojo vivo.
– Lo siento -dijo-. Debes pensar que soy…
La voz se le apagó. No sabía qué estaría pensarlo, y no quería saberlo. Qué tonta había sido. Quería morirse. Quería huir y no volver a verlo. Y por encima de todo, deseaba poder dar marcha atrás en el tiempo sólo cinco minutos y poder volver a tomar aquella decisión.
Intentó ponerse de pie, pero las piernas le temblaban. Volvió a intentarlo ayudándose con las manos, pero de pronto Stone la sujetó por un brazo.
– ¿Por qué has hecho eso? -preguntó. Su voz resultó baja y áspera. Para él el momento había sido tan repugnante que apenas podía hablar.
– Lo siento -dijo de nuevo.
– ¿Por qué?
Cathy lo miró. Algo oscuro y peligroso palpitaba en la profundidad de sus ojos grises. Un músculo latió en su mejilla.
– Creía que estabas interesado en mí. No me refiero a algo sentimental -añadió rápidamente, ya que no quería ir más allá de lo necesario en su humillación-. Es que anoche, cuando bailamos, yo pensé que…
Se encogió de hombros.
– Yo estaba excitado -dijo él.
Ella asintió.
– Por eso pensé que me deseabas.
Las dos últimas palabras apenas fueran audibles. Una hora antes, estaba en la cima del mundo, llena de confianza en sí misma y en sus posibilidades. Ahora lo único que quería era arrastrarse hasta debajo de una roca y morir.
– No puedo… mi pasado… -intentó decir-. Hay cosas que no puedo explicar.
– Lo sé. No esperaba nada más, Stone. Pensé que sería agradable.
Por primera vez desde que lo había besado, su expresión se suavizó.
– Si fuera sólo agradable, estaríamos haciendo algo más.
Ella no contestó. Al fin y al cabo, no tenía marco de referencia.
– Si quieres que deje de trabajar para ti, no tienes más que decirlo, que yo lo comprenderé. Yo preferiría no tener que dejarlo pero… aunque, si estás dispuesto a darme otra oportunidad, prometo no volver a hacer algo así. Lo siento mucho.
Él soltó su brazo y posó la mano en su mejilla.
– Cathy, no sé si sabes lo que estás diciendo. Es como si creyeras que estoy enfadado o que me has insultado.
– ¿Y no es así?
– Claro que no. Me halagas. No puedo prometerte mucho, pero claro que te deseo. De eso no tengas duda. Pero es que yo sé que esto no es lo que tú quieres de verdad.
Parte de su humillación cedió.
– He sido yo quien te ha besado. ¿Cómo no va a ser lo que yo quiero?
Él la miró durante un momento.
– Estamos hablando de ser amantes.
Gracias a Dios que ya estaba colorada; así no pudo notar el color que volvió a enrojecer sus mejillas. Esa palabra. Ningún hombre se la había dicho antes. Amantes.
– Sí -murmuró.
Stone se levantó sin decir nada, y cuando ella fue a pronunciar su nombre, él puso un dedo sobre sus labios y la tomó de la mano. Salieron del despacho y tomaron un pasillo para detenerse frente a una puerta cerrada.
– ¿Estás segura? -le preguntó-. Porque, una vez hayamos entrado y empiece a acariciarte, no podré parar.
Cathy miró la puerta. Así que aquél era su dormitorio. Sabía que estaba en aquella zona de la casa pero no había querido indagar.
Podría haberle contestado de mil formas distintas. Podría haberle explicado que quería que fuese él quien le desvelase los secretos que hay entre un hombre y una mujer. Podría haber intentado decirle que lo quería y que llegar a la intimidad con él era casi rozar la perfección. Podría haberle contado la cantidad de noches que había pasado despierta en su cama recordando aquel beso y deseando repetirlo.