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Stone la acarició, hablándola, animándola a seguir, y ella siguió su voz, confiando en que él supiera adónde se dirigían.

– Ríndete a ello -susurró-. Déjate llevar.

No sabía qué quería de ella.

– No sé qué…

Y de pronto, lo supo. Su cuerpo entero se cargó de tensión y se sintió subir y subir hasta que no lo quedó otro lugar adónde ir que no fuera el cielo. Se sintió de pronto flotando en la nada, en el placer más exquisito y en una paz que no había sentido en su vida entera.

Después, cuando su cuerpo se relajó y la última de las sacudidas cesó, apoyó la cabeza en su pecho y le pidió que la abrazara un rato.

Stone la acurrucó contra su cuerpo. Aún temblaba.

– Me encantaría atribuirme todo el mérito por lo que ha pasado -dijo-, pero es que eres una mujer muy apasionada.

Después de un instante, se levantó, se quitó el resto de la ropa y, antes de tumbarse junto a ella de nuevo, se tomó un momento para contemplar su cuerpo desnudo.

– Eres preciosa -dijo, acariciando sus pechos redondos como lunas y su vientre plano.

Ella se echó a reír.

– Bien me lo he ganado.

– Ya lo veo. Me gustas ahora, pero ya te deseaba antes -dijo.

– No es posible.

– Sentí la atracción en el hospital -se encogió de hombros-. Quería que supieras que es algo más que tu físico.

Cathy sonrió.

– Lo sé. Llevábamos dos años siendo amigos antes de conocerlos. Debió ser mi brillante personalidad.

– Vaya hombre… yo intentando ser amable, y tú poniéndomelo difícil.

– Ah, lo siento. No me había dado cuenta de que era eso lo que pretendías.

Stone sonrió.

– Me lo vas a pagar.

Pensó en hacerle cosquillas, pero en cuanto rozó su pecho, la pasión ocupó el lugar del juego y su erección se flexionó dolorosamente.

– Te deseo -dijo, antes de reclamar su boca.

Sabía que estaba preparada, así que se colocó entre sus muslos.

– No va a durar demasiado -dijo-. Te prometo hacerlo mejor la próxima vez.

Ella le abrazó.

– No me importa lo que pueda durar. Sólo quiero que me hagas el amor.

Era imposible resistirse a una invitación como aquella, así que la penetró.

– Estás ardiendo y tan tensa que voy a perderme ahora mismo -murmuró.

Empujó con tanta intensidad que apenas sintió la barrera romperse, pero sintió a Cathy contener una exclamación de dolor.

Entonces se dio de bruces con la realidad. Con la realidad y la verdad. Cathy era virgen. Aunque se dijo que debía parar, no pudo. Estaba ya demasiado lejos. Un par de movimiento más y se vació dentro de ella.

La cordura volvió a él poco a poco y se quedó donde estaba, dentro de ella, sobre ella, saboreando la intimidad e intentando no dejarse llevar por el miedo.

– ¿Por qué no me lo dijiste? -le preguntó con toda la gentileza que pudo.

– No importaba -contestó ella.

Menos mal que al menos no fingía desconocer de qué le estaba hablando.

– Pero a mí sí me importaba. Habría hecho las cosas de otra manera.

– ¿Ah, sí? ¿Cómo?

Él se quedó pensativo un instante.

– Eso no importa. La cuestión es que me hubiera gustado saberlo.

– Para haber podido evitarlo. No era una pregunta.

– Pues no. No lo habría evitado.

Desgraciadamente no era tan noble. Stone se tumbó junto a ella.

– Lo siento, Cathy. Tu primera vez no debería haber sido así.

– Claro que sí -replicó ella-. Ha sido exactamente como yo lo deseaba. No olvides quién empezó.

Stone la abrazó y la besó en la boca. No iba a olvidar nada de lo que había ocurrido aquella tarde. Su virginidad había sido una sorpresa para él, aunque sabiendo lo que sabía sobre su pasado, quizás no debería haberle sorprendido tanto.

– No te enfades -susurró Cathy-. No podría soportarlo.

– No estoy enfadado, sino que me siento honrado. Ha sido un honor.

Stone sonrió y le hizo apoyar la cabeza en su hombro. Ella se acurrucó.

– Gracias -murmuró-. Gracias por hacer que mi primera vez haya sido tan maravillosa.

Ella abrazó con fuerza, pero no pudo hablar. ¿Qué podía decir? No podía deshacer lo que acababa de pasar, y excepto por el hecho de que ella era virgen, no querría dar marcha atrás.

Pero la virginidad era algo demasiado importante como para dejarlo a un lado. Una vez más, había vuelto a ser el primer hombre de una mujer. Sabía que había hombres que nunca experimentaban algo así, y él lo había hecho en dos ocasiones. Evelyn primero y Cathy después.

No quería pensar en su mujer, no, teniendo a Cathy entre sus brazos. Pero la línea divisoria entre ambas estaba empezando a desvanecerse, y no es que no pudiera distinguirlas, sino que le costaba trabajo recordar la reglas básicas. No debería estar disfrutando, sino corrigiendo el pasado, y no repitiéndolo. ¿Qué iba a ocurrir ahora? ¿Qué esperaría ella de él?

Cathy inspiró profundamente.

– No sé por qué, pero de pronto tengo un sueño tremendo.

– No pasa nada. Yo no voy a moverme de aquí. Seguiré abrazándote.

– Eso es lo que siempre he deseado -murmuró, y se acurrucó aún más cerca. Hubo un par de minutos de silencio y después susurró-: te quiero.

Stone se obligó a no reaccionar físicamente. Cathy parecía estar ya medio dormida y seguramente ni se había dado cuenta de que había pronunciado aquellas palabras en voz alta.

Pero no por eso dejó de creerlas. Ula había estado en lo cierto. Aunque él había intentando convencerse de lo contrario, su ama de llaves había visto lo evidente. Cathy se había enamorado de él. Le había entregado el corazón a un hombre marcado que había jurado no volver a amar.

¿Y ahora, qué? ¿Debía dejarla marchar, o retenerla a su lado? Si la dejaba marchar, la echaría terriblemente de menos, pero quererla le era imposible. No podía permitírselo, y aun que así fuera, ya no sería capaz de hacerlo.

No sabía qué hacer, así que la abrazó con fuerza y se prometió no herirla del mismo modo que había herido a Evelyn.

Capítulo 13

– La verdad es que cuando me lo dijo, yo creí que estaba de broma -confesó Cathy.

Ula levantó la mirada de la lista que estaba revisando.

– Cuando el señor Ward me habló por primera vez de la fiesta, sentí deseos de preguntarle si se encontraba bien.

Las dos sonrieron.

– Ahora es demasiado tarde para que cambie de opinión -dijo Cathy, señalando la lista de invitados que habían contestado a sus invitaciones.

– Nadie le ha visto desde hace años, y todos sienten una tremenda curiosidad -contestó Ula-. Y aparte está la cuestión de su nueva asistente. Desde que asistió a esa reunión hace dos semanas, todo el mundo quiere saber quién es. No se imagina cuánta gente me ha preguntado al llamar para aceptar la invitación.

Cathy bajó la cabeza, en parte por puro placer, y en parte por sus nervios. Se alegraba de que la reunión hubiese salido bien y de haber dejado en buen lugar a Stone y a sí misma, y aunque no le importaría volver a encontrarse con esas mismas personas, estaba segura de no ser capaz de recordar ni uno solo de sus nombres, y no tenía ni idea de cómo llenar esos pequeños huecos de charla. Aparte de Stone, no iba a conocer a nadie.

Puedes hacerlo, se dijo. Era su nuevo método. Cada vez que algo amenazaba con desbordarla, se recordaba lo lejos que había llegado. En los últimos cinco meses, su vida entera había cambiado, y no iba a dejarse acobardar por una fiesta.

Al volver a mirar la lista de invitados, suspiró.

– Con la cantidad de gente que va a venir a la fiesta, espero pasar desapercibida. Por cierto, ¿dónde vamos a meter a tanta gente?

Ula hizo un gesto con la mano.

– Lo he hecho ya montones de veces. Se dispondrán unas carpas en los jardines. El tiempo es perfecto para eso. Un servicio de aparcacoches se ocupará de los vehículos, y ya he contratado un restaurante para que se ocupe de la comida y el servicio. Y lo mejor es que ya no tiene que buscar traje.