– Es… -no sabía bien cómo explicarlo. Cathy era una amiga, alguien que trabajaba para él, y también un proyecto, una forma de compensar lo que había hecho en el pasado-. Es mi asistente -dijo al fin.
– Ah, la mujer misteriosa. He oído hablar de ella -y le dio una palmada en el brazo-. Exijo que me la presentes, así que en cuanto Ben vuelva de París, quiero que los dos vengáis a cenar con nosotros.
Stone murmuró algo ininteligible que Meryl tomó como un sí, aunque no era lo que él pretendía. No iba a ir a ningún sitio con Cathy. La fiesta era un caso especial en el que la máscara le ofrecía protección. Pero en casa de Meryl las cosas serían distintas. Luces brillantes y niños que se asustarían. No, no iba a ir a verlos, pero tampoco quería estropearle la noche diciéndoselo.
Cuando un atractivo joven vestido de torero reclamó a Meryl para bailar, Stone se retiró a un rincón tranquilo desde el que poder observar la fiesta. Cathy no dejaba de mirarlo, pero le había hecho varios gestos de que siguiera circulando y disfrutando de la fiesta.
Para él era un placer observarla. Disfrutaba con ver cómo los jóvenes flirteaban con ella porque sabía que no tenían nada que hacer, algo innoble e injusto, ya que no pretendía una permanencia emocional con ella.
Pero por aquella noche podía disfrutar con la imagen de otros hombres físicamente perfectos que intentaban capturar su atención, cuando aún llevaba su huella sobre la piel, renovada apenas un par de horas antes de la fiesta.
Estaba jugando a un juego peligroso y lo sabía. Le estaba siendo difícil mantener la distancia, y era consciente de que tendría que cambiar. Tendría que aprender a retirarse, porque había ido perdiendo perspectiva. Todo aquello era por su esposa, y sin embargo y sin que pudiera explicárselo, había llegado a ser por sí mismo también.
Cathy se movía por la fiesta con un desparpajo que no sentía. Cada vez que intentaba acercarse a Stone, él se alejaba para que pudiera disfrutar de la fiesta. Como si estar con él le impidiera divertirse. ¿Pero es que todavía no se había dado cuenta de que estar con él era toda la diversión a la que aspiraba? ¿Cómo alguien tan brillante en los negocios podía ser tan obtuso con las mujeres?
Dejó el vaso de agua que se estaba tomando y se encaminó hacia la salida. Al final de un camino iluminado se llegaba al lavabo de señoras, al que entró para revisar su maquillaje. Era una estancia enorme, con una zona de descanso y dos cuartos de baño independientes. Se tocó el pelo y abrió el pequeño bolso para sacar el lápiz de labios. La puerta se abrió y entraron dos mujeres. Sus disfraces eran muy elaborados, obviamente alquilados en algún lugar de postín. Las dos eran altas, delgadas y muy guapas, y seis meses antes, Cathy habría desaparecido inmediatamente, pero en aquel momento se enfrentó a sus miradas en el espejo con una sonrisa.
– ¿Está ocupado el lavabo?
– No, no. Están vacíos.
Cathy volvió su atención a la barra de labios. El color era un coral algo oscuro que al principio no le había gustado demasiado, y había sido la insistencia de la chica de la perfumería la que…
– Está tan guapo como siempre -dijo una de las mujeres con la voz ligeramente ahogada por la puerta-. Con esa máscara y la capa, parece el protagonista de El fantasma de la ópera.
Cathy miró por encima del hombro. Ambas mujeres estaban usando el lavabo, y al parecer se habían olvidado de que no estaban solas, o les importaba poco no estarlo. En cualquier caso, como estaban hablando de Stone, se sintió con derecho a escuchar.
– Una figura trágica -dijo la otra-. Es una pena que se retirara de esa manera tras la muerte de su mujer.
– ¿Cómo era ella?
– No te creas, que no era nuestro tipo.
– ¿Ah, no?
– No. Muy corriente. Al parecer llevaban años siendo amigos y de pronto, un buen día, se casaron.
– Qué romántico, ¿no?
– De eso nada. Los padres de él insistían en que se casase con una mujer de su círculo, y al parecer él no estaba dispuesto a aceptarlo, así que se casó con Evelyn.
– Ah, eso, Evelyn. No me acordaba de su nombre. Nos vimos unas cuantas veces. Parecía muy dulce, pero nada atractiva. De todas formas, no congeniamos demasiado. No sabía que no era de buena familia.
– Y eso no es lo peor. Ella lo adoraba, mientras que él…
El ruido del agua al caer ahogó las palabras que siguieron y Cathy casi gritó de frustración, pero el agua le recordó que no iba a seguir sola mucho tiempo, y quitándose una horquilla del pelo, se concentró en arreglar aquel desastre menor para disimular.
Las mujeres salieron juntas y parecieron dudar un poco al verla, pero Cathy se hizo a un lado para hacerles hueco y les ofreció una sonrisa distraída.
La rubia comenzó a lavarse las manos.
– Él no la quería -dijo en voz baja-. Nunca pasó de ser su amiga. Yo creo que para él era una especie de proyecto… ya sabes, una forma de ayudarla a mejorar. Él sabía que ella lo quería, claro, pero eso sólo sirvió para que la compadeciera.
Cathy casi se atravesó el cuero cabelludo con la horquilla. No sabía qué pensar. Aquella mujer no podía estar diciendo la verdad. Stone había querido a Evelyn; es más, su duelo por ella duraba ya años.
– Entonces, ¿por qué se apartó de todo? -preguntó la otra mujer-. Esta es la primera fiesta que da desde hace años, y nadie le ha visto en ninguna parte desde el accidente.
– No es por ella, sino por las cicatrices. No olvides que él también estaba en el accidente. Qué propio de un hombre esconderse así cuando muchas mujeres encontrarían muy sexy algo así. Ahora, claro, si eres mujer y tienes el más mínimo agujero en la cara, los hombres salen corriendo como alma que lleva el diablo.
Las dos salieron el baño riéndose, y Cathy se quedó mirando la puerta sin saber qué pensar. No podían hablar de Stone… aunque sabía muy bien que era así. Pero él quería a Evelyn. Ella era todo su mundo. Eso era lo que él le había dicho.
Terminó de arreglarse el pelo y se sentó en una de las sillas que había frente al espejo. La cabeza le daba vueltas. ¿Sería verdad todo aquello?
Un proyecto, había dicho la rubia. Alguien por quien sentía lástima. Alguien a quien podía ayudar.
La sangre se le heló en las venas. No podía ser cierto, y aunque lo fuera, ella no era Evelyn. Pero el paralelismo estaba demasiado claro. Ella también era corriente, pobre y estaba sola en el mundo.
– Dios, que no sea así -susurró.
Un grupo de mujeres entraron en el lavabo y la miraron con extrañeza. Cathy se puso de pie y salió. Tenía que escapar y pasear un rato por el jardín hasta que la cabeza se le aclarara y pudiera volver a pensar. Tenía la sensación de que el mundo entero se tambaleaba y que ella era incapaz de mantener el equilibrio. Cualquier cosa menos lástima, pensó. Podría soportarlo todo menos eso.
Salió al recibidor y al jardín. Retazos de música se escapaban de la carpa y estaba a punto de escabullirse cuando oyó que alguien la llamaba.
Eric, uno de los hombres de la oficina de Stone, se acercaba sonriendo.
– Están tocando un vals, Cathy. ¿Quieres bailar?
Pero antes de que pudiera encontrar una forma educada de decirle que no, sintió más que oyó acercarse a Stone.
– Me temo que la señorita me tenía prometido este baile -dijo, tomando su mano, y Cathy sonrió a Eric a modo de disculpa.
– Te he estado observando -dijo cuando entraron en la carpa-. Temía que no te encontrases bien.
– Estoy bien. Es que tenía un pequeño problema con el pelo.
– El pelo y tú estáis preciosos esta noche -murmuró al tomarla en los brazos.
La música era preciosa y fácil de seguir. Había más parejas bailando y Cathy intentó dedicarse a contemplar sus disfraces, a absorber aquella maravillosa escena, lo que fuera con tal de evitar pensar en lo que acababa de saber, porque no tenía sentido hablar con Stone en aquel momento. Más tarde, cuando estuvieran solos, buscaría la verdad.