Выбрать главу

Dobló su ropa y se puso la bata. Como siempre, se sentía ridícula e indefensa en aquella camilla, y para distraerse, pensó en Stone. Su buen humor se desvaneció, y sólo entonces se dio cuenta de que había sido un error.

¿Cuánto tiempo pasaría hasta que Stone se diera cuenta de que algo iba mal? Seguramente ya lo sabía, pero le estaba dando tiempo. Además, no podía culparle de nada, porque se había metido en aquella relación sabiendo que nunca se enamoraría de ella, y que estar con él y perderle después siempre sería mejor que haberse quedado con la duda. No podía olvidarlo. Lo había prometido.

– Una promesa fácil de hacer cuando no sabes lo mucho que va a doler mantenerla -admitió.

A veces el dolor era tan intenso que no le dejaba respirar. Creía saber lo que hacía al iniciar aquella aventura, pero ahora no estaba ya tan segura. Seguía queriéndolo, y si acaso, sus sentimientos eran ahora más fuertes. Sería cuestión de tiempo el que se cansara de ella. Y entonces, ¿qué? ¿Qué sería de ella? ¿Adónde iría? ¿Podría seguir trabajando para él? ¿Querría él seguir teniéndola como asistente?

Unas preguntas demasiado peligrosas. Le gustaba su trabajo y no quería pensar que había creado aquel puesto por lástima. Por lo menos quería que respetase su capacidad. Quizás podría…

La puerta de la consulta se abrió y entró la doctora. Era una mujer de pelo gris y expresión agradable.

– ¿Cathy? Soy la doctora Chastin, pero llámame Maddy, por favor. ¿Qué tal estás?

– Bien. Un poco nerviosa. Creo que a nadie le guste pasar por esto, pero sé que es necesario. Ah, le he dicho a la enfermera que me gustaría que me recetases anticonceptivos.

– Sí, me lo ha mencionado -la doctora se sentó en un taburete junto a la camilla-. ¿Mantienes una relación estable?

– Sí. Soy monógama, si es eso a lo que te refieres.

– Sí, pero no por las razones que te imaginas.

La doctora tenía una expresión bondadosa y las líneas de alrededor de sus ojos y su boca sugerían un carácter alegre que hacía que Cathy se sintiera muy cómoda.

– Es un poco tarde para anticonceptivos -le dijo, tomando su mano entre las suyas-. Siempre hacemos la prueba de orina a nuestros pacientes, y la tuya ha dado positivo. Estás embarazada.

Capítulo 15

Cathy no recordaba demasiado sobre el resto de la consulta. Cuando tuvo de nuevo consciencia de sí misma, estaba ya sentada al volante de su coche con un puñado de folletos sobre cuidados prenatales. También había concertado una cita para su revisión. Tendría que ir con mayor regularidad al médico ahora que iba a tener un niño.

¡Un niño! Dios del cielo, estaba embarazada.

Se llevó la mano a su vientre aún plano. Había una vida creciendo en su interior y ni siquiera lo sabía.

Cathy dejó los folletos en el asiento de al lado y se abrochó el cinturón de seguridad. Lo que tenía que hacer era irse a casa y hablar de ello con Stone, pero la verdad es que todavía no estaba preparada. La cabeza le daba vueltas. Necesitaba tiempo para asimilar lo que estaba ocurriendo.

Salió del aparcamiento sin tener un destino particular en la cabeza. Diez minutos más tarde, vio una librería grande en la acera, cambió de carril, aparcó y entró. Tras unos minutos de búsqueda, encontró la sección de cuidados durante el embarazo, escogió varios volúmenes y se los llevó a una silla que había en un rincón.

No sabía qué debía buscar, así que los hojeó todos. Varios de ellos tenían imágenes por ultrasonidos, dibujos hechos con líneas e imágenes por ordenador de los diferentes momentos del desarrollo. Los miró, pero no sintió ninguna conexión con ellos. Estar embarazada tenía tanto sentido para ella como haber sido abducida por alienígenas.

Eligió uno que le pareció contener información comprensible. Tanto si quería creerlo como si no, iba a ser responsable de otra persona, e iba a tener que aprender qué hacer para cuidar de su salud y la de la nueva vida que crecía en su interior.

Pagó el libro y volvió al coche. Tenía que ir a casa y hablar con Stone.

¿Y qué iba a decirle? ¿Y qué contestaría él? Un estremecimiento le confirmó que tenía miedo. Es más, estaba aterrorizada.

Sabía que quería estar con ella. Sabía que había pasión entre ellos, pero ¿qué más?

¿Había algo más? En el fondo de su corazón temía que si le pedía más, simplemente se separaría de ella.

Se mordió un labio e intentó controlar las lágrimas. Todo iba a desmoronarse. Lo presentía. Stone no había querido a Evelyn, a pesar de que ella lo había amado desesperadamente. Habían crecido juntos, y se conocían de años. Si Evelyn no había sido capaz de conseguir que se enamorase, ¿qué esperanza podía tener ella?

La historia se repetía, y él la dejaría marchar sin pensárselo dos veces.

Al llegar a casa y aparcar el coche, intentó decirse que estaba lanzándose a conclusiones precipitadas. Al fin y al cabo, Stone podía sorprenderla.

– ¿Ah, sí? -Se dijo en voz alta-. ¿Dándose cuenta de pronto de que no puede vivir sin mí?

Imposible. Sencillamente imposible.

Pero tenía que averiguar la verdad. Se lo debía a sí misma y a él… bueno, a los tres.

Guardó los folletos en la bolsa junto con el libro y entró. Quizás si trabajaba un rato, conseguiría despejarse y aclarar los pensamientos, así que se dirigió a su despacho y contempló aquel mobiliario ya familiar.

Otra farsa. Se había estado engañando a sí misma. Ella no era una ejecutiva, sino la amante de un hombre rico que jugaba a tener un trabajo real para justificar su presencia en su vida. Ahora era una amante embarazada. No había nada único en aquella historia… incluyendo el hecho de que Stone iba a querer deshacerse de ella lo antes posible.

El dolor era tan intenso que le costaba respirar. Todo iba a terminar, y ella no podía hacer absolutamente nada para impedirlo.

Una voz en su interior le dijo que también podía ocultarle el embarazo, al menos durante un tiempo. Quizás…

No. No iba a jugar ese juego. Quería ser honesta por lo menos. Su relación había empezado con un montón de mentiras, pero terminaría con una verdad. Había sobrevivido sin él la mayor parte de su vida, y podría volver a hacerlo. Y en cuanto al bebé, ella se ocuparía de cuidarlo. Ya no era la persona débil e insignificante que había sido seis meses atrás. Había madurado y cambiado. Ahora era fuerte, y no podía olvidarlo.

Inspiró profundamente para hacer acopio de fuerzas, llamó a la puerta que separaba su despacho del de Stone y entró.

Él estaba trabajando en el ordenador. Cuando la vio entrar, sonrió. El sol se reflejaba en su pelo oscuro y su mejilla inmaculada estaba de cara a ella; como siempre, su belleza masculina la impresionó.

– ¿Qué tal la cita con el ginecólogo? Espero que no haya intentado propasarse.

Cathy se sentó frente a él e intentó sonreír.

– En absoluto. Para empezar, la mayoría de médicos son buenos profesionales, y para terminar, era ginecóloga.

– Ah. Me alegro. En serio, supongo que eso te hará más fácil el reconocimiento. ¿Todo ha ido bien, entonces?

– Estoy perfectamente bien.

Se miró las manos. Normalmente solía llevar vestidos, o falda y blusa para trabajar, pero aquella mañana se había puesto unos pantalones y una blusa. Con el generoso salario de Stone, se podía permitir ropa bonita. Había pagado lo que le faltaba del crédito de la casa, había ahorrado algo de dinero y se había comprado un coche nuevo, de modo que no iba a necesitar mucho. Menos mal, porque no iba a tenerlo.

– Cathy, ¿qué pasa?

Con qué facilidad podía leerle el pensamiento. Sería una de las cosas que echase de menos. Eso y la risa, sus conversaciones sobre el negocio, la pasión, los abrazos, el hecho de que alguien supiera dónde estaba todos los días y pudiese echarla de menos si llegaba tarde.

– He estado pensando en nosotros -dijo-. En el futuro. ¿Adónde crees que nos va a llevar esta relación nuestra? Me refiero a la personal, no a la profesional.