– De acuerdo.
Oyó el silencio durante una eternidad, y cuando volvió a su línea, lloraba.
– Están a punto de llegar -dijo-, pero todo el edificio está en llamas, y van a tardar en subir. Tengo miedo, Stone.
– Lo sé, cariño, pero yo sigo estando aquí.
– Han dicho… -tosió-. Han dicho que moje una toalla y que me cubra la cara con ella.
– Hazlo. Yo espero.
– Bien.
Oyó el ruido del auricular al dejarlo sobre la mesa. Jamás se había sentido tan inútil. Bueno, eso no era cierto. Se había sentido igual de inútil tres años antes. Tampoco entonces pudo hacer nada, y precisamente por eso, por su culpa, Evelyn murió.
Apartó esos pensamientos de la cabeza y se concentro en Cathy. Al final, oyó unos pasos rápidos y de nuevo su voz.
– Hay fuego -gritó-. Lo estoy viendo. ¿Qué hago ahora, Stone? No sé…
Una explosión la interrumpió. Involuntariamente se apartó el auricular del oído e inmediatamente volvió a acercárselo.
– ¿Cathy? Cathy, ¿me oyes?
Un grito y un golpe; después, silencio.
– ¡Cathy! ¡Cathy!
Nada. Un clic seguido del tono de marcar.
Capítulo 2
Stone necesitó varios segundos para darse cuenta de qué estaba ocurriendo. La línea se había interrumpido y no tenía modo de saber qué le había pasado a Cathy.
El nudo que tenía en el estómago creció, al igual que su pánico y marcó con furia el número de su oficina, aunque en cuanto escuchó la llamada, supo que sería una pérdida de tiempo. Algo le había ocurrido a Cathy. Lo sentía con tanta seguridad como sentía el latido acelerado de su corazón. Aunque estuviese bien aún, no iba a perder el tiempo y la respiración en contestar al teléfono.
Colgó y salió de su despacho. Sólo podía hacer una cosa, y era ir en persona. Tenía que subirse al coche e ir hasta allí para cerciorarse de que estaba bien.
Salió de su despacho que quedaba en la parte trasera de la segunda planta, bajó la escalera y entró en la cocina. Ula, su ama de llaves, una agradable mujer de cincuenta y tantos años, lo miró sorprendida. Aunque era tarde, parecía tan despierta y descansada como a primera hora de la mañana.
– Señor Ward, qué sorpresa -sus ojillos se arrugaron, pero no sonrió-. No me diga que tiene hambre, porque apenas hace un par de días que conseguí convencerle de que comiera algo. Suele hacerme esperar más antes de aceptar otro poquito.
En condiciones normales, aquella broma le habría hecho sonreír, y le habría contestado que sí, que él no comía mucho, pero que ella tampoco dormía demasiado. Pero aquella noche, la situación era otra.
– Voy a salir -dijo.
– ¿Ahora? ¿Solo?
Comprendía su preocupación, porque normalmente utilizaba la limusina y a uno de sus chóferes, pero no podía esperar.
– Me llevo el BMW. No se preocupe, que no me va a pasar nada.
Y nada le iba a pasar. Muchas más noches de las que Ula sospechaba, se subía al coche y conducía hasta casi el amanecer. Era una vida extraña la suya. Aunque no tenía los poderes sobrenaturales, comprendía bien el temor que la luz del día inspiraba a los vampiros. La única diferencia era que él no quedaría reducido a polvo, sino que simplemente horrorizaría a quienes tuviesen la desgracia de verlo.
– No me espere levantada -le dijo, al tiempo que recogía las llaves que colgaban de una pequeña percha junto a la puerta.
Salió al garaje y, en cuestión de minutos, tomaba dirección este por aquella serpenteante carretera. Veinte minutos más tarde, estaba en la autopista en dirección norte, hacia el valle.
Era bastante más de la media noche y no había mucho tráfico. El BMW devoraba kilómetros mientras él se devoraba a sí mismo con preguntas: ¿qué habría ocurrido? ¿Estaría bien Cathy?
El servicio de contestador estaba en Ventura Boulevard. Al llegar al comienzo de la calle, vio que los coches de bomberos ocupaban los dos carriles, sus luces rojas brillando en la oscuridad. Vio también varios vehículos de emergencia, incluyendo policía y ambulancias. A pesar de la hora de la madrugada, se había congregado en torno al incendio bastante gente. Stone paró el coche tan cerca como pudo, se bajó y echó a andar.
El edificio se veía muy dañado a la luz de las farolas. El humo seguía saliendo por las ventanas, las mangueras estaban extendidas por la acera y el agua que salía por la puerta principal, desaparecía después por la alcantarilla. Varios agentes de policía contenían a los espectadores.
Stone se abrió paso entre la gente. Menos mal que era de noche y que todo el mundo miraba hacia el edificio. Todo olía a humo, madera abrasada, plástico y otros materiales que no pudo identificar. El miedo seguía dentro de él. Tenía que saber algo de Cathy.
Cuando consiguió llegar a la primera línea de los curiosos, encontró a un joven oficial de policía mirando también hacia el edificio y le llamó dándole unos golpecitos en el hombro.
– Disculpe -le dijo-. Estoy intentando averiguar algo sobre una amiga mía que trabaja en este edificio.
– Si no es usted familiar, no podemos darle ninguna información -contestó el oficial sin mirarlo.
– Comprendo. No necesito que me dé detalles; es que estoy muy preocupado, porque estaba hablando por teléfono con Cathy Eldrige, mi amiga, que trabaja en un servicio de contestador de este edificio, cuando se disparó la alarma. Me quedé en línea con ella mientras llamaba a los bomberos, pero de pronto la llamada se cortó. Querría asegurarme de que está bien.
El policía se volvió hacia él. Era bastante joven, aún no debía haber cumplido los treinta, y lo miró un instante a la cara antes de hablar.
– Dos guardias de seguridad y una mujer han sido trasladados al hospital. Es todo lo que le puedo decir.
– ¿No ha muerto nadie?
– No que yo sepa.
Stone sintió que se desprendía de parte de la tensión. No estaba muerta, pero sí herida. Pensó en hacerle más preguntas, pero seguramente no obtendría más información del policía. En cualquier caso, ya encontraría la forma de saber lo que necesitaba saber.
Casi había vuelto a salir de entre la gente cuando alguien le tiró suavemente de la manga. Miró a su derecha y vio a una joven que le miraba. Era una adolescente y a juzgar por el pelo revuelto y la ropa que llevaba de cualquier manera, debían haberla sacado de la cama.
– Le he oído hablar con ese policía -dijo-. Han llevado a su amiga al hospital de Van Nuys Boulevard. Los de protección civil lo decían mientras la subían en la ambulancia.
– Gracias -dijo, y sonrió-. Has sido muy amable.
– No es nada. Espero que a su amiga no le…
Al darse la vuelta, había expuesto el otro lado de su cara a la luz, y la joven había dado un paso hacia atrás involuntariamente. Stone siguió andando como si no se hubiera dado cuenta.
Tardó menos de diez minutos en llegar al hospital y aparcó en el aparcamiento casi vacío. El personal del turno de noche fue algo más comprensivo que el agente y le permitieron esperar mientras examinaban a Cathy. Se acomodó en una esquina más oscura de la sala de espera. Había un montón de revistas y una televisión, pero él no hizo caso de todo ello y se concentró en Cathy, en que estuviera bien. Los familiares y amigos empezaron a llegar a medida que la noticia del desastre les iba llegando, y Stone se preguntó cuándo empezarían a llegar sus amigos. Apareció una pareja joven, y pensó que quizás fuesen amigos suyos, pero resultó que venían a visitar a la abuela de la mujer.
El tiempo fue pasando. Stone hubiera querido pasearse para calmar su inquietud, pero no se atrevió, así que se quedó sentado pensando en cómo el destino le había hecho estar allí. Llevaba más de dos años sin entrar en un hospital, y los recuerdos que aquel olor despertaba en él no eran nada agradables.
Tres horas más tarde, una preciosa enfermera de pelo oscuro y rizado y ojos color chocolate, se sentó agotada junto a él.