Se quedó sentado en silencio durante un rato, esperando que llegase la respuesta, que por fin llegó hasta él. En un momento de revelación seguido por un profundo desprecio de sí mismo, se dio cuenta de que era un cerdo egoísta que se creía más listo que nadie. Había dado por sentado que sabía lo que hacía y que trabajaba por conseguir un bien mayor, cuando en realidad lo había hecho todo por su propio interés y por el de nadie más.
Miró el reloj. Era casi medianoche. Llevaba horas fuera. ¿Y si no volvía? ¿Y si volvía? ¿Qué iba a decirle? Podía disculparse, pero eso no sería nada después de lo que había hecho.
Como si sus pensamientos hubieran tenido el poder de conjurarla, oyó sus pasos en el pasillo, y encendió la luz justo cuando ella entró en la habitación.
Estaba despeinada y tenía ojeras. A pesar del poco maquillaje que le quedaba a sus mejillas, parecía pálida y cansada.
– ¿Te encuentras bien? -preguntó, medio levantándose, pero ella, con un gesto, se lo impidió.
– No sé cuáles son tus planes respecto al trabajo -le dijo desde la puerta-, pero no me importan.
Sabía que no iba a querer saber nada de él como amante, pero no se había imaginado que dejaría también el trabajo.
– Creía que te gustaba tu trabajo -dijo-. A mí me gustaría que te quedases. Eres muy buena.
– También soy muy buena en tu cama, pero eso no quiere decir que esté dispuesta a seguir haciéndolo -espetó con rabia-. No pienso ser la querida de ningún hombre, ni siquiera la tuya.
Si pretendía dejarle clavado, lo había conseguido.
– Por favor, quédate -le dijo antes de poder contenerse.
– No. No puedo.
– No quieres, que no es lo mismo.
– Déjate de semánticas, Stone. Hubo un tiempo en el que habría aceptado tu ofrecimiento. Me habría quedado aun sabiendo que no había futuro aquí. Pero he cambiado. Me creo digna de mucho más. Tú me lo has enseñado. La próxima vez, ten más cuidado con quién te traes del arroyo.
– No, no ha sido así, y lo sabes. No intentes convertirte en un objeto. Llevábamos dos años siendo amigos antes de que todo esto empezase, y para mí eso tiene un valor, aunque para ti no lo tenga.
– Estoy de acuerdo en que eras una parte importante de mi vida; demasiado importante diría yo. Por eso me ha resultado tan fácil caer aquí. Pero ahora necesito más. Necesito encontrar mi propio camino, mi propio lugar.
– Tu lugar está conmigo.
– ¿Cómo qué? ¿Como empleada? ¿Como la mujer que se ocupa de tus necesidades físicas? No pienso ser tu puta.
Eso le obligó a levantarse de la silla.
– Nunca te he tratado mal. Has tenido mi confianza, mi respeto y mi afecto desde el día que llegaste, y no fui yo quien empezó lo nuestro. Jamás lo habría hecho, porque no quería ponerte en una posición difícil.
Cathy perdió la energía para la lucha, se apoyó en el marco de la puerta y cerró los ojos.
– Tienes razón. Lo sé. Has sido decente conmigo, pero también es cierto que me has utilizado para sentirte mejor. He sido un proyecto a través del cual desahogar tu culpa.
No debería sorprenderle que hubiese sido capaz de casar las piezas, pero aun así le resultó doloroso que se hubiera dado cuenta.
– Cathy, yo…
Pero no le dejó hablar con un movimiento imperioso de la cabeza.
– Querías arreglar mi vida y lo has hecho -dijo, mirándolo a los ojos-. Gracias por toda tu buena intención. Quizás debería haber bastado, pero no ha sido así. Estás intentando arreglar el pasado, aunque ese no es el verdadero problema. Tu verdadero conflicto es que sientes terror por llegar a querer a alguien. Quisiste a Evelyn y crees que fue ese amor lo que la destruyó, y te prometiste a ti mismo que eso no volvería a ocurrir. La pena es que tener eso como meta en la vida es francamente triste.
Era como si hubiese podido leer la oscuridad de su alma.
– Tú no destruiste a Evelyn -siguió-. Ojalá pudiera convencerte de eso, pero no puedo. Te equivocaste al casarte con ella sabiendo que no podías amarla del modo en que un hombre debe querer a su mujer, pero ella también se equivocó. Se equivocó por retenerte a su lado e intentar que la culpa te empujara a quererla. Y como tú ya sabes bien, uno no puede obligarse a querer a nadie.
Dio un paso hacia él, pero no se acercó.
– Y yo también lo sé -dijo con suavidad-, porque llevo meses queriéndote y esperando que tú llegases a quererme -se encogió de hombros-. Pero no ha sido así, y no hay nada que pueda hacer al respecto. No es culpa tuya ni mía. Simplemente ha sido así, y ahora la cuestión es que queriéndote como te quiero, saber que tú nunca llegarás a quererme me hace imposible seguir aquí. Crecí cuidando de mi madre, y perdí casi todos mis sueños por el camino. Gracias a ti, he conseguido recuperarlos, y no pienso volver a perderlos, así que tengo que empeñarme en hacerlos realidad. Creía que íbamos a poder hacerlo juntos, pero tendré que contentarme con seguir sola.
Con qué facilidad hablaba… él apenas podía mantenerse en pie, y ella parecía estar perfectamente. Casi como si todo aquello no tuviese importancia.
Ella lo quería. Seguramente ya lo sabía, aunque no había querido verlo. Había entrado en su vida y ahora iba a marcharse. ¿Cómo iba a sobrevivir sin ella?
– Cathy, no… no tiene que ser así.
– Tiene que serlo. Tú quieres vivir con tu dolor y tus cicatrices. Estás muy cómodo aquí, escondido como un animal herido. Ya sabía los riesgos que corría al enamorarme de ti. Sabía que era probable que nunca llegaras a sentir lo mismo por mí, pero de todas formas, permití que ocurriera. Corrí el riesgo. Ha debido ser el primer acto de valentía de mi vida, y me sentí bien -se irguió para continuar-. Ahora duele. Me duele respirar, hablar, estar aquí delante de ti como si no me estuviera muriendo por dentro, pero lo estoy haciendo. Voy a sobrevivir; yo estoy dispuesta a correr el riesgo y tú no.
– Yo también he corrido riesgos -dijo, en un débil esfuerzo por defenderse, cuando en el fondo sabía que todo lo que le había dicho era verdad… ella era valiente, y él un cobarde.
– No estoy hablando de negocios -replicó-, sino de la vida personal. Tú te escondes para no enfrentarte a la responsabilidad de lo que sientes o de lo que haces con los demás. No es que no te permitas querer a nadie… es que ni siquiera te permites quererte a ti mismo.
Sus palabras le dieron de lleno.
– He aceptado la responsabilidad por lo que te he hecho a ti. Me equivoqué y lo siento. No era mi intención hacerte daño.
– Ya, pues lo has hecho -miró a su alrededor-. Echaré de menos este lugar. Ha sido una fantasía preciosa -volvió su atención sobre él-. Llamaré a Ula por la mañana y le pediré que me haga el equipaje, y vendré por él más tarde, si te parece bien.
Stone dio un paso hacia ella. No podía marcharse. Así, no. No sin darle otra oportunidad.
– No te vayas. Aún podemos conseguir que esto funcione.
– No, no podemos. Además, sería demasiado doloroso para mí estar contigo todos los días y saber que no me has querido. Necesito empezar de nuevo.
– ¿Y qué vas a hacer? ¿Adónde vas a ir?
– Eso no es asunto tuyo. Tú ya has hecho lo que querías hacer: arreglar mi vida. Enhorabuena.
– Cathy, no te vayas así. Déjame por lo menos que te haga un cheque. Necesitarás dinero para empezar. Podrías montar un negocio o algo así. Estaría encantado de poder financiarte.
Su mirada se volvió fría como el hielo, y en aquel momento vio en sus ojos algo que no había visto nunca: en aquel momento, lo odiaba.
– Si piensas que todo esto tiene algo que ver con el dinero, es que no me conoces en absoluto.
Capítulo 16
Cathy se sentó en la cama que había ocupado durante los primeros meses de su estancia en casa de Stone. Se llevó las rodillas al pecho y apretó con fuerza, pero sabía que no iba a poder contener los sentimientos que iban a romperla en mil pedazos.