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Todo su ser le dolía. Sólo respirar le producía más dolor del que había sentido en toda su vida. No dejaba de repetirse que ella ya sabía que iba a ser así, que ya sospechaba que no sentía nada por ella… al menos no del mismo modo que ella. Pero pensarlo y oírlo eran dos cosas muy distintas.

Ojalá pudiera llorar. Quizás así se sentiría mejor. Quizás así podría empezar a sanar, pero por el momento las lágrimas no acudían a ella. Sólo el dolor y la sensación de que iba a necesitar más de una vida para sobreponerse al dolor de querer a Stone.

Aunque intentaba no pensar en ello, sus palabras reverberaban en su cabeza. Había llegado a ofrecerle dinero, como si fuese una mujer que hubiese comprado. Como si de verdad fuese una puta. Quizás eso era lo que más le dolía. Podía comprender que una persona no se enamorase de otra, pero tener que soportar que la tratase así… eso le quitaba su cualidad de persona ante sus ojos, y era más de lo que podía soportar.

Se tumbó de lado en la cama y volvió a apretarse las rodillas. Un plan. Necesitaba un plan. «Piensa en lo que vas a hacer ahora», se dijo. Quizás consiguiera distraerse.

Primero tenía que salir de allí. En cuanto fuese capaz de respirar, tenía que marcharse. Era más de las doce, así que no se molestaría en llevarse muchas cosas. El bolso, quizás un par de prendas. Ya llamaría a Ula por la mañana. Cathy esperó sentirse humillada, pero no fue así. No sabía qué pensaría Ula sobre lo que había ocurrido, pero en el fondo sabía que su corazón la comprendería.

Después tendría que ocuparse de que algún servicio de esos de mensajería viniese a buscarlo.

Segundo: tenía que tomar unas cuantas decisiones sobre su futuro. Un trabajo y algunas clases en la universidad. Por lo menos el tiempo que había pasado con Stone le había enseñado que le gustaba el mundo de los negocios.

Tendría que empezar a ahorrar porque estaba embarazada de mes y medio y el niño iba a necesitar…

El inesperado sollozo le desgarró la garganta. Un hijo. Dios, iba a tener un hijo. Las lágrimas rodaron por su sien y le humedecieron el pelo. Se llevó una mano a la boca y la otra al vientre donde crecía una vida en ciernes.

No estaba segura de qué significaban aquellas lágrimas. Aunque no tenía pensado quedarse embarazada, siempre había deseado tener una familia. Lo mejor hubiera sido tener un marido a su lado, pero había descubierto hacía poco que era una mujer fuerte, así que a los dos les iría bien solos.

Las lágrimas cedieron. Al final, tendría que decirle a Stone la verdad. Se merecía saber de su hijo, aunque seguramente sería absurdo. No había querido saber nada de ella, así que lo más probable era que tampoco le importase el niño. De todas formas, tenía que decírselo, pero no en aquel momento. Necesitaba unos cuantos días para recuperar fuerzas.

Cuando después de un buen rato se quedó sin excusas, se incorporó y se levantó. Estaba temblorosa y cansada, lo cual no era de extrañar, teniendo en cuenta por lo que había pasado aquel día.

Sacó una pequeña maleta del armario y la llenó con lo que creyó que iba a necesitar hasta que tuviese el resto de sus cosas. No tardó mucho. Entonces, llegó el momento de marcharse.

Caminó hasta las escaleras, pero en vez de bajar, y a pesar de saber que era un error, pasó de largo y se adentró en el pasillo que conducía hacia el despacho de Stone, en el que brillaba aún la luz.

No se había ido a dormir. No era extraño. Apenas dormía. Sabía que no quedaba nada que decir, pero quería verlo por última vez, así que inspiró profundamente y entró en su despacho.

Stone estaba sentado tras su mesa, con la mirada perdida. Tenía las arrugas de alrededor de los ojos y la boca más marcadas, y sus cicatrices parecían especialmente pronunciadas.

Enfocó la mirada al verla entrar y reparó en su maleta.

– Te marchas.

– Sí. Enviaré a alguien por mis cosas.

La miró a la cara, y ella sintió su atención como si fuese un roce, como si le hubiese tocado la mejilla.

– No te vayas -le rogó-. No me dejes. No tiene que ser así, Cathy. Lo que tenemos es muy especial, y no quiero perderlo. Y creo que tú tampoco.

No se había dado cuenta de que aún esperaba lo imposible hasta que sus esperanzas se estrellaron contra el suelo. Le había pedido que se quedase porque compartían algo especial y no quería perderlo. Ya era algo, claro, pero no lo que ella quería. No era amor.

– No puedo -le contestó-. Quiero más que eso. He aprendido que me merezco más. Tengo que ser más que tu proyecto de salvación multiuso.

– Eso no es justo. Aunque tengo que admitir que las razones que me empujaron a ayudarte eran complejas, tú haces que parezca que tu persona no tenía importancia, y eso no es verdad. Yo siento algo por ti.

– Amistad.

– Sí.

– Soy una amiga con la que acostarse.

– Somos amantes.

– Amantes sin amor.

Stone bajó la mirada. Aquello no tenía sentido, se recordó Cathy. No podía cambiar sus sentimientos.

– Te deseo lo mejor, Stone. Espero que puedas conseguirlo. Te quiero lo bastante para desear que seas feliz, pero eso no va a ocurrir hasta que te permitas querer a alguien, y para eso necesitas liberarte de tu pasado. Espero que consigas hacerlo, pero lo dudo. La compasión que sientes por ti mismo lleva acompañándote demasiado tiempo y creo que en el fondo tienes miedo de superarla. Vives esta vida a medias con la esperanza de compensar lo que le ocurrió a Evelyn. Pero la verdad es que el accidente no fue culpa tuya. Pero si admites eso, tendrías también que perdonarte a ti mismo y admitir que no haberla querido no fue algo abominable. Por alguna razón, has decidido que Evelyn era perfecta… y por lo tanto tienes que ser tú el culpable de todo -se encogió de hombros-. Pero, al fin y al cabo, ¿qué sé yo? Buena suerte, Stone, y procura no recluirte en tu preciosa prisión hasta el final de tus días. Hay un mundo ahí fuera que todavía tiene mucho que ofrecerte.

– ¿Volveré a verte?

Hubiera querido decir que no. Sería mucho más fácil para ella cerrarle definitivamente la puerta de su vida, pero era una decisión que no sólo le incumbía a ella. Dentro de unos días, tendría que hablarle del bebé.

– Sospecho que sí -dijo, y se marchó.

Stone la vio alejarse. Cuando la puerta se cerró, se dejó caer en su sillón intentando convencerse de que era lo mejor. Cathy se estaba acercando demasiado, y si permitía que aquella situación continuase, sólo conseguiría herirla más. Mejor que siguiera adelante con su vida ahora que aún podía.

Y en cuanto a él… bueno, se sobrepondría si ignoraba la angustia que sentía por dentro, el agujero negro que ocupaba el lugar de su corazón.

Pero a medida que fue avanzando la noche y el silencio se hizo más profundo, la sensación de que la vida se le estaba escapando se hizo más intensa. No quería volver al vacío en el que había habitado antes de conocer a Cathy. No sólo no iba a volver a verla, sino que además había perdido el derecho a ser su amigo. Ella era su único nexo de unión con el mundo, y ahora no le quedaba nada.

– Cathy -dijo en voz alta, echándola ya de menos más de lo que creía posible.

La había deseado tanto que no se había dado cuenta de que parte de ese deseo era no dejarla marchar de su lado.

¿Y qué quería decir eso? No podía ser que albergase un sentimiento profundo por ella. No podía ser… amor.

Amor. Pronunció mentalmente aquella palabra una y otra vez. No sabía qué significaba querer a una mujer. No lo había experimentado nunca y, además, no le estaba permitido. Después de lo que había hecho, no.

Siempre volvía al pasado. A Evelyn. Al horror de aquella noche.

– Lo siento -le dijo a la oscuridad-. No debería haberme casado contigo. Ahora me doy cuenta. Debería haberte dicho la verdad, y no hacerte concebir esperanzas.

Cathy le había dicho que no había sido una crueldad no querer a Evelyn, y se preguntó si sería cierto. Aunque, qué mas daba… al final, había terminado por traicionarla.