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Aquellos pensamientos le llenaban la cabeza. Revisó el pasado una y otra vez, intentando encontrar dónde había fallado, hasta que de pronto se dio cuenta de que la luz no provenía de la lámpara de sobremesa, sino que se derramaba a través del cristal de la ventana. El día. Su primer día sin ella.

Un rato después, oyó pisadas por el pasillo. Ula entró en el despacho, se acercó a su mesa y lo miró fijamente.

– ¿Se ha marchado?

Stone asintió.

– Ya.

Su ama de llaves siempre tan imperturbable, parecía estar teniendo dificultades para contener las lágrimas.

– Lo siento -dijo él-. Quería marcharse, y yo no he podido hacer que se quedara.

– Claro que habría podido -espetó Ula-. Siempre hay otra posibilidad. Lo que pasa es que así era más fácil, ¿verdad?

Stone tuvo la misma sensación que si le hubiese dado una bofetada.

– Cathy se merece algo mejor que yo.

Ula elevó hacia el cielo la mirada.

– Eso lo sabemos todos, pero por alguna razón, es a ti a quien quiere. Te quiere a ti, Stone Ward. Es perfecta para ti, pero eres demasiado testarudo y estás demasiado atrapado en el pasado para verlo.

Stone se rozó la mejilla, reconociendo el patrón familiar de sus cicatrices.

– No tengo nada que ofrecerle. No puede quererme así.

– Entonces, cambia. Yo quería a la señorita Evelyn como si fuese mi hija. Sé que tuvisteis problemas. Tú lo hiciste mal por un lado, pero ella por otro. Olvídalo. Supéralo. Guarda los buenos recuerdos en tu corazón y deja ir al resto. Si sigues viviendo así, hubiera sido mejor que murieras en el accidente.

Su ira y su frustración eran tangibles. Temblaba delante de él.

– No te atrevas a abusar del regalo que te ha sido concedido -le ordenó-. Ya has malgastado bastante tiempo, y es un tiempo que no recuperarás. Puedes ser feliz durante los años que te queden, o puedes ser un miserable. Por una vez en tu vida, no seas un idiota y haz lo que tienes que hacer.

Y tras dar media vuelta, salió.

Stone se levantó como para seguirla, pero volvió a sentarse en su sillón. ¿Tendría razón Ula? ¿Tendría razón Cathy? ¿Habría sido un imbécil, un cobarde que se escondía tras el sentido de culpa? ¿Tendría miedo de correr riesgos sólo porque era un cobarde? ¿Estaría dispuesto a perder a alguien tan maravilloso como Cathy sólo porque tenía que correr un riesgo? No podía ser, ¿o sí? Porque si era cierto que se estaba ocultando sólo por miedo, tendría que planteárselo y realizar algunas modificaciones en su forma de actuar. No podía seguir comportándose como un cobarde.

Cathy aparcó frente a su casa de North Hollywood. Habían pasado ya dos semanas y aquel lugar seguía sin parecerle su hogar. Quizás nunca volvería a serlo.

Recogió la compra y entró. Al volver allí, se había pasado cuatro días limpiando a fondo la casa. Había revisado la mayor parte de las cosas de su madre, una tarea que llevaba años posponiendo. Después había confeccionado unas cortinas nuevas para la cocina, se había comprado un edredón barato para la cama y una jardinera para la ventana del salón. A ella y a su bebé les gustaría ver crecer las flores cada día. Después, había vuelto a su antiguo trabajo.

Entró en la cocina y empezó a colocar la compra. Tenía una sensación extraña, como si se estuviera moviendo dentro del agua. El mundo parecía ser ahora en blanco y negro.

– Tiempo -se recordó mientras guardaba la leche en la nevera-. Necesito un poco más de tiempo para sobreponerme. Después, lo olvidaré, y al final, volveré a sentirme como antes -una pausa y una sonrisa-. Bueno, casi.

No quería volver a su vida de antes. Era demasiado horrible. El destino le había ofrecido una segunda oportunidad y no iba a desperdiciarla. Pero a veces era tan difícil…

Cuando terminó de colocar las cosas, se sentó a la pequeña mesa de la cocina y sacó el catálogo de la universidad. Era demasiado tarde para inscribirse oficialmente en el curso, pero la universidad tenía un programa especial para adultos que querían seguir las clases. Si había suficiente espacio, no tenían más que pagar una pequeña cantidad y podían asistir a las clases. Ya había elegido tres asignaturas a las que quería asistir. Empezaban aquella tarde. Por otro lado, tenía unos ahorrillos, un seguro de enfermedad decente y la casa estaba pagada. Mirándolo bien, era muy afortunada.

Sólo le quedaba una cosa por hacer.

Miró el teléfono. Ya llevaba demasiado tiempo posponiéndolo, y no quería admitir la razón, ni siquiera ante sí misma. No había llamado a Stone para hablarle del bebé porque esperaba que fuese él quien se pusiera en contacto con ella.

– Qué ilusiones más tontas -dijo en voz alta. Pero era un sueño al que se había aferrado con todas sus fuerzas. Cada noche, al llegar a casa esperaba encontrar parpadeando la luz de su contestador. Incluso había llegado a pensar que la llamaría al servicio de contestador, pero habían pasado ya catorce días y Stone no había intentado ponerse en contacto con ella.

Inspiró profundamente.

– No hay momento como el presente -se recordó, y miró el reloj. Apenas eran las diez de la mañana. Podía llamar a Stone y llegar perfectamente a su primera clase. Había cambiado el turno y trabajaba por las tardes, de modo que podía asistir a clase tres días por semana.

Marcó el número intentando ignorar el temblor de las manos y el nudo que sentía en el estómago. No tenía ni idea de qué iba a decirle.

– Residencia Ward.

A pesar del miedo, sonrió.

– Hola, Ula. Soy Cathy.

– Ya era hora. Dijo que se mantendría en contacto y yo la creí.

– También usted podría haberme llamado -protestó.

– Lo sé, pero no quería recordarle esto si estaba intentando dejarlo atrás.

Sabía que «esto» era Stone.

– Te agradezco la preocupación.

– ¿Cómo está?

– Bien -Cathy la puso al día-. Gracias por enviarme mis cosas. No tenía que hacerlo. Yo podría haberme ocupado.

– Quería ayudar, y eso era todo lo que podía hacer.

Charlaron unos minutos más y después Cathy reunió el valor suficiente para preguntar:

– Necesito hablar con Stone, Ula. ¿Podría ponerme con él?

El ama de llaves guardó silencio un instante y Cathy empezó a preguntarse si no le habría dado instrucciones de que no quería hablar con ella.

– No puedo -contestó-. El señor Ward no está.

Cathy se quedó mirando el auricular como si de pronto hubiese oído hablar en una lengua desconocida.

– ¿Qué quieres decir?

– Que se ha ido. Cathy, lo siento. No sé qué decir. Hace cinco días, bajó con dos maletas. Me dijo que iba a marcharse y que cuidase de la casa mientras él estuviera fuera. Yo pensé… -la voz le tembló-, yo pensé que iba a ir a buscarla.

Cathy creyó que no iba a poder soportarlo. Stone no se había molestado en ponerse en contacto con ella y ahora se había marchado.

– ¿No sabe dónde está? -preguntó inútilmente.

– No. No tengo la más remota idea, se lo prometo. Este hombre en un absoluto… -hizo una pausa y suspiró-. No importa. Ojalá pudiera ayudarla. Sé lo que siente, y ha sido maravillosa con él. Podría haberle ayudado a recuperarse si él se lo hubiera permitido. Va a lamentar haberla perdido.

Ojalá estuviera en lo cierto, pero en aquel momento, sus palabras no le sirvieron de consuelo. Los ojos se le llenaron de lágrimas. No le había hablado a Stone del bebé y ahora se había marchado.

– ¿Puedo ayudar en algo? -preguntó Ula. Cathy negó con la cabeza, pero después se dio cuenta de que no podía verla.

– No -balbució-. Yo sólo… tengo algo importante que decirle. Si sabe algo de él, ¿podría decirle que me llame?

– Por supuesto. Lo siento mucho Cathy. Espero que no deje de llamar de vez en cuando.