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Stone sonrió.

– Qué mal lo he hecho, ¿eh? No te estaba pidiendo simplemente que te vinieses a vivir conmigo, mi amor, sino que te cases conmigo.

– Ah… -¿con Stone?-. Ah…

– ¿Ah, sí, o ah, no?

Las lágrimas volvieron a rebasar sus ojos, pero esta vez de felicidad.

– Sí -dijo, y se le comió a besos-. Sí, sí, sí.

– Y si estamos casados, viviremos en la misma casa, ¿no?

– Claro.

– Creo que la universidad es una buena idea. Te irá bien.

– Ya me ha ido.

Stone se echó a reír.

Cathy le abrazó y su vientre rozó el de él.

– Stone, tengo algo que decirte.

– Yo también tengo algo que decirte.

– Primero yo.

– No, yo.

Y encendió la luz.

Cathy parpadeó varias veces ante el brillo de la luz y lo miró. Hacerlo la dejó sin respiración. En su mejilla izquierda, unas líneas pálidas ocupaban el lugar de las cicatrices y quemaduras.

– El doctor me ha dicho que terminarán por quitarse -le explicó, rozándolas casi sin darse cuenta-. Siempre me quedará alguna marca, pero nada comparado con lo de antes -se encogió de hombros-. No quería que te casaras sólo con medio hombre. Quiero enseñarte el mundo. Al menos lo que recuerdo de él. El resto, lo descubriremos juntos.

– Eres tan guapo -murmuró-, que no me lo puedo creer. Las mujeres se van a echar a tus pies.

– Pero soy tuyo. Para siempre.

Cathy le rozó la mejilla.

– A mí nunca me han importado las cicatrices.

– Lo sé. Esa es una de las razones por las que estaba dispuesto a quitármelas. La otra…

Se encogió de hombros y Cathy comprendió. Eran su lazo de unión con el pasado y se había desprendido de ellas. Ya era hora.

Ella también tenía que mostrarle su secreto, así que retrocedió.

– Primero, te prometo que no he vuelto a comer chocolate. Sé que debería habértelo dicho antes, pero lo supe el día que me marché y no pude hablarte de ello. Intenté llamarte un par de semanas más tarde, pero no estabas. Espero que no te enfades, pero si aun así no lo quieres, si no quieres casarte conmigo, lo comprenderé.

Qué mentira más grande… no lo comprendería, pero tenía que darle la opción.

Se quitó el abrigo y lo dejó caer al suelo. Stone se quedó boquiabierto.

– Estás embarazada -susurró.

– De cinco meses.

Su expresión se suavizó.

– Un hijo. Vas a darme un hijo. Una nueva vida y una nueva oportunidad -se puso de rodillas y besó su tripa con devoción-. He sido un imbécil. ¿Podrás perdonarme?

– Sí.

Stone la abrazó mientras ella acariciaba su pelo. Sabía que más tarde llegarían las preguntas, pero ya no importaba.

Se levantó y tomó su mano para conducir la al sofá.

– Quiero tenerte en brazos -dijo-. He estado tan vacío sin ti…

Y la paz les llegó abrazados.

Stone puso una mano en su vientre y sonrió.

– Va a ser un chico.

– ¡Vamos Stone! -se rió-. No seas machista.

Él la abrazó.

– Prométeme que no volverás a dejarme.

– Te lo prometo.

– Y yo te prometo que nunca me iré de tu lado. Te quiero. Eres la mejor parte de mí mismo.

Cathy apoyó la cabeza en su pecho y escuchó el rítmico latido de su corazón. Juntos se curarían el uno al otro y encontrarían la paz.

Para siempre… esa sí que era una promesa a la que una podía aferrarse y por la que vivir.

SUSAN MALLERY

***