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Pero antes de que pudiera decidir, se detuvieron. El conductor abrió el portón y la miró primero a ella, y después a la casa.

– Hay unas cuantas escaleras hasta la puerta principal, y seguro que unas cuantas más en el interior.

– Puedo usar las muletas.

Había practicado aquella mañana, y aunque no se le daba demasiado bien, podría arreglárselas.

– No. Para eso he traído ayuda.

El ayudante en cuestión bajó también y juntos sacaron la camilla de la parte trasera y la hicieron avanzar sobre las ruedas hasta el primer peldaño de la escalera. La puerta principal se abrió y una mujer de corta estatura salió.

Debía rondar los cincuenta y tantos años, tenía el pelo entrecano y unos ojos oscuros como el carbón. Llevaba un vestido gris que quedaba a medio camino entre el uniforme de una enfermera y el de una criada, y unos cómodos zapatos blancos.

– Señorita Eldridge -dijo, y sonrió-, soy Ula, el ama de llaves. Stone me dijo que llegaría hoy por la mañana. Sea bienvenida -su sonrisa se desvaneció al mirar a los dos hombres-. Y ustedes tengan cuidado con ella, que ya lo ha pasado bastante mal; no se les vaya a caer ahora.

Los dos hombres intercambiaron una mirada exasperada. No era la primera vez que les hacían esa advertencia.

– Sí, señora. No se preocupe.

– Por aquí, por favor.

Y les condujo al interior de la casa. Cathy recibió la impresión de un recibidor tan grande como el de un hotel, con suelos de mármol y altas puertas que conducían a otras partes de la casa, pero antes de que pudiera absorber nada, empezaron a subir la escalera y siguieron después por un pasillo. Ula abrió una puerta y se hizo a un lado. Los hombres la siguieron.

Cathy fue depositada junto a una cama con baldaquino tamaño reina. Apenas había podido recuperarse de la impresión cuando los hombres la colocaron en la cama.

– Ahora traeremos sus cosas -dijo uno de ellos, y salieron de la habitación.

Ula se acercó a la ventana y descorrió las gruesas cortinas. El sol llenó la enorme habitación al instante. Desde la cama, Cathy podía ver un perfecto jardín, una esquina de algo que parecía una piscina y una vista increíble del mar, que se extendía abarcando todo el horizonte. A la derecha quedaba una extensión de tierra que debía ser Malibú.

– Es una vista preciosa, ¿verdad? -comentó Ula.

Cathy asintió. No sabía qué decir.

– Stone me ha hablado del accidente -continuó Ula-. Ha tenido mucha suerte; según él, podría haber sido mucho peor.

– Eso parece.

Ula se movió por la habitación.

– Aquí están la televisión y el vídeo -le dijo, abriendo un armario instalado en la pared del fondo-. Tenemos antena parabólica, así que puede ver todos los canales que quiera -caminó a su izquierda-. El armario. Han traído ya sus cosas y las he colgado.

– Gracias.

Menos mal que Ula no había abierto las puertas. No quería ver sus exiguas posesiones colgando en aquel enorme espacio. Ya se sentía bastante fuera de sitio.

– El baño -dijo, abriendo otra puerta, y Cathy pudo ver un suelo brillante y una ducha tan grande que cabría todo un equipo de fútbol al mismo tiempo-. Voy a deshacerme de esos hombres y enseguida vuelvo.

Y salió.

Cathy tardó un poco en recuperar el ritmo normal de la respiración. Todo estaba pasando tan deprisa… Desde que empezara a sonar la alarma contra incendios en el edificio hasta aquel momento, tenía la sensación de haber estado dando vueltas completamente fuera de control.

Inspiró profundamente e intentó relajarse, aunque la habitación no se lo puso demasiado fácil. Jamás había estado en un lugar tan maravilloso como aquel. La habitación de invitados era tan grande como toda su casa. Tenía su propia televisión y vídeo. Increíble. Había una pequeña mesa en un rincón, un sofá y una preciosa lámpara, un lugar perfecto para leer. Quienquiera que hubiera preparado aquella habitación, había pensado en todo.

Oyó pasos en el pasillo y el pulso se le aceleró. Quizás fuese Stone. No le había visto desde la noche anterior. Pero fue Ula quien entró en la habitación.

– Se han ido -dijo, y sonrió. Pero la sonrisa no llegó a sus ojos oscuros. Cathy tenía la sensación de que, aunque no lamentaba que estuviera allí, su opinión no era sólo positiva.

– Gracias por todo esto -dijo Cathy, haciendo un gesto que abarcaba toda la habitación-. Es impresionante.

– Es muy bonita, ¿verdad? Stone contrató un espléndido decorador para la casa. Siempre le digo que es una pena que tantas habitaciones tan bonitas estén vacías. Nunca tenemos compañía. Tiene que prometerme que me dejará malcriarla.

– Gracias, pero no quiero causar problemas.

– Nada de problemas. Stone no come ni lo que un gorrión, y vienen tres mujeres todas las semanas para ocuparse de la limpieza, así que estoy cansada de estar sentada sin hacer nada. Creo que Stone no había tenido a nadie aquí desde que la señora Evelyn murió.

– La señora Evelyn?

¿Quién sería? ¿La madre de Stone?

– Sí. Murió en un accidente hace casi tres años. Era la mujer de Stone.

Capítulo 4

Cathy dejó el tenedor y miró el plato que tenía delante. Ula le había traído una enorme cantidad de comida, y para sorpresa y vergüenza suya, se la había comido toda. No se había dado cuenta de que tenía hambre hasta que el ama de llaves había aparecido con la bandeja, pero su estómago había empezado a quejarse nada más tomar el primer bocado. Nada más saborear aquel delicioso roast beef que se deshacía en la boca, supo que estaba perdida. Quizás pudiera explicarle tanto apetito. Al fin y al cabo, no había comido mucho en el hospital, entre la cirugía, la inconsciencia y todo lo demás. Y antes de eso, bueno, era final de mes y como siempre, andaba corta de dinero, así que había estado viviendo de pasta y sopa de sobre.

Apartó la mesa alta de ruedas que se movía con mucha facilidad. Ojalá Stone no la hubiera comprado sólo para ella. Ya se lo preguntaría, si es que lo veía. Aunque claro, también existía la posibilidad de que no quisiera verla. Después de lo que había hecho, no sería de extrañar. Sus pensamientos volvieron a volar en esa dirección y tuvo que cortarlo en seco, ya que se había pasado la mayor parte del tiempo que había permanecido despierta castigándose por las mentiras que le había contado, y no quería seguir así.

Alcanzó el mando de la televisión, pero luego volvió a dejarlo caer sobre las almohadas. No estaba de humor para esa clase de entretenimiento. Estaba inquieta, pero no podía moverse. Aunque podía alcanzar las muletas, levantarse de la cama era un proceso lento y doloroso, y no iba a sufrirlo simplemente para dar cuatro saltos cojeando sobre la preciosa alfombra.

Lo que significaba que tenía demasiado tiempo para pensar. Pensar en por qué estaba allí. Pensar en Stone. Y pensar en Evelyn.

Aquel nombre seguía causándole una dolorosa sorpresa. Su mujer, había dicho Ula. No sabía bien por qué, pero no se lo había imaginado casado, lo cual era ridículo. Pero es que una mujer…

Seguramente parte de la sorpresa provenía del hecho de que fuese viudo y no divorciado. No sabía por qué, pero seguramente le hubiera costado menos aceptar que estuviese divorciado. Quizás porque eso querría decir que ya no sentía nada por su mujer, mientras que el hecho de haberla perdido en un accidente de coche, seguramente en el que le había dejado marcado para siempre, no significaba lo mismo. Inspiró profundamente. Ahora se explicaba el porqué de su encierro.

Todo seguía siendo muy confuso para ella. Habían ocurrido demasiadas cosas en muy poco tiempo. Estaba en casa de Stone sin saber si iba a volver a verlo, no sabía si seguía teniendo trabajo, ya que al menos habrían tenido que buscarle una sustituta. ¿Qué significaría eso para ella? ¿Qué habría sido de su coche, aparcado debajo del edificio de oficinas? ¿Y con…?

Una llamada en la puerta entreabierta de la habitación la sacó de aquel tormento.