Así piensan los carceleros. No seas igual a ellos.
La actitud de Dantés me provocó enojo primero, en seguida desilusión. ¿De manera que yo había desperdiciado tres años en sacar de la ignorancia a un marino marsellés, dándole las armas de la cultura, las buenas maneras, la política? Nunca hables de lo que desconoces.
Sé más receptor que emisor de conversaciones. Espera a que tu enemigo demuestre lo que no conoce antes de decir lo que tú sabes. El cuchillo va a la derecha y el tenedor a la izquierda. La servilleta se pone sobre el regazo y se coloca con displicencia donde caiga al terminar la cena. El cío es para limpiarse los dedos. Toda mujer quiere saberse bella y todo hombre inteligente, pero no extremes los piropos hasta la incredulidad o el absurdo. No hay política sin mentira ni amor sin vanidad. Da la vanidad a los políticos y las mentiras a tus amores. La necesidad estimula la acción política. Pero en su nombre se traiciona y se asciende. La virtud es prueba de tu libre arbitrio. Pero también puede ser máscara del hipócrita y de la mera apariencia.
La fortuna, en fin, tiene nombre de mujer. Precávete de ella. Recuerda que dura más quien menos depende de la fortuna.
Me repito hoy cuanto le dije entonces a mi muy aventajado alumno, cuya mente era un campo salvaje al que había que desbrozar, haciéndole surcos y sembrando semillas… ¿Esperaba la gratitud? No, porque el sentimentalismo hubiese negado mis enseñanzas: la frialdad como una política social. Presentarse ante los enemigos tranquilo, sin odio.
Una cosa le agradecí a Dantés, y es que, a diferencia de mis carceleros, nunca dijo: "Si el abate fuera rico, no estaría en la cárcel". Me bastaba esa prueba para confiar en él y sentir que mis enseñanzas no eran en vano. Si el prisionero de al lado me hubiera dicho: "Si es usted tan rico, ¿por qué está en la cárcel?", habría dejado de hablarle. Habría clausurado el túnel, condenando al marino a la soledad. No, él creyó en mí dentro de los límites de la cortesía y sin hacerme blanco de la burla. Tomaré siempre en cuenta esta diferencia cuando yo determine el porvenir de Edmundo Dantés.
Ese destino contrasta con el mío, porque Dantés le teme al olvido. Yo le temo a la muerte. Es por ello que me acerco a ella como se tienta a un amante: para poner a prueba su cariño. ¿Es el sufrimiento una etapa indispensable del amor? Eso le dije una noche a Dantés: "Ya no me quedan fuerzas para sufrir más, amigo mío. A ti sí". Ya no sé si lo afirmé o lo interrogué: "¿A ti sí?". Una leve entonación cambia el sentido de una frase, dándonos a entender las contradicciones que se esconden, como animales acechantes, en toda mente humana. "A ti sí." "¿A ti sí?" Bastaba esa leve inclinación de la afirmación a la pregunta para establecer la diferencia entre lo que pasaba por la cabeza de Dantés y lo que tenía lugar en la mía. El "A ti sí" de Dantés eran palabras de seguridad. Él había resistido todas las pruebas, desde la inocencia inicial hasta las del desencuentro actual. Noté en cada etapa una sensación de fortaleza. Fuerte para sufrir la injusticia, fuerte para resistir el tiempo de la cárcel, fuerte para escapar de aquí, fuerte para ejercer la venganza… Era yo, Faría, quien debía convertir la afirmación en duda. ¿Me quedan fuerzas? ¿A mí sí? Y la respuesta era negativa. A los sesenta y nueve años, después de diecisiete en esta cárcel, no me engañaba: tenía pocas fuerzas y no las podía malgastar ni confiar en ellas como Dantés.
Gracias a la compañía del impetuoso marinero mi discípulo, me di cuenta cabal de mi dilema. Él podía darse el lujo de esperar. Yo no.
4.
Creo haber sido generoso. Fortalecí su ánimo de mil maneras. Le enseñé a fabricar bandas de papiro con jirones de la ropa. Le demostré cómo convertir en pluma fuente un cartílago de merluza. Me preguntó: ¿y la tinta? Le respondí: con sangre. La tinta se hace con sangre. Todo lo que importa se escribe con sangre.
Lo informé. Extraje del escondite en la pata de mi catre el cilindro y del cilindro el mapa de la isla y la ubicación del tesoro. Era un papel blanco y vi el escepticismo en la mirada de Dantés. Acerqué el papel al fuego y se volvió amarillo, revelando la escritura de una tinta misteriosa y simpática. El mapa estaba medio quemado, pero yo rehíce el texto, usando la lógica para completar las frases incendiadas. Dantés no entendía la letra gótica. Se la descifré.
– ¿Dónde aprendió todo esto?
– En las cortes de Italia.
– ¿De dónde viene el tesoro?
– Perteneció a la familia Spada.
– ¿Por qué lo escondieron en la isla, en vez de disfrutarlo?
– Porque Spada fue hecho cardenal e invitado a cenar por el Papa Alejandro VI y su hijo César Borgia.
– ¿Qué tiene que ver?
– Si te invita a cenar el Papa, haz tu testamento. Spada besó el anillo envenenado del Pontífice y murió esa misma noche. Con sabia previsión, había escondido su fabulosa fortuna en la isla. Los Borgia fueron burlados por la muerte. De Spada sólo heredaron lo mismo que le ofrecieron: el capelo cardenalicio. Un sombrero rojo como la sangre.
– ¡Qué increíble historia!
– Nada es increíble en Italia, Dantés. Ese país es una alcachofa.
– ¿Cómo se come? -rió Dantés.
– Hoja por hoja. Italia nos enseña la paciencia y a ti te hará falta. Italia no se precipita. Mírame a mí. Quería la unidad italiana y por ello me mandaron a la cárcel. La unidad la trajo mi carcelero, Bonaparte. De mí se olvidaron. La historia se escribe sin lógica pero con víctimas. Italia está maldita.
– ¿Y nosotros, abate, usted y yo?
– Ah, Dantés, piensa que eres el hijo de mi cautiverio.
– Extraño a mi viejo padre. ¿Habrá muerto?
– Acéptame como tu verdadero padre.
– Gracias, señor, pero no puedo. Sueño con regresar a Marsella, besar a mi padre, casarme con mi novia, reasumir el mando de mi nave…
Sentí en ese momento que tus ambiciones eran muy pequeñas, Dantés. ¿Y los tigres bípedos que te engañaron y te enviaron aquí? ¿En ellos no piensas? ¿Tan bondadoso eres que sólo piensas en las dulzuras de la vida, olvidando sus acíbares? ¿O debo concluir, Dantés, que si logras escapar del Castillo de If vas a volver de nuevo a tus hábitos sencillos, a la simpleza del alma, al olvido de la venganza? ¿No te han servido de nada mis lecciones? ¿He perdido el tiempo contigo? ¿Te sientes tan compadecido de mi edad y de mis tribulaciones que quieres imitarme en la bondad, olvidando que tu misión es la venganza?
Me respondo a mí mismo, generoso anciano que soy: No, desde ahora, aunque me sobreviva y se quede para siempre en la cárcel, Edmundo Dantés ya no tendrá una cabeza deshabitada. Podrá leer en los muros de mi celda la historia del cielo y de la tierra, podrá hablarse a sí mismo en cinco lenguas vivas y hasta tres lenguas muertas, podrá alabar a su novia en griego, pero dudo que maldiga a sus enemigos en hebreo. Carece del fuego de la intriga y la pasión de la venganza. Sus odios son fuegos fatuos; los extingue una bondad intrínseca. Prefirió ser "normal" a ser excepcional. Sabrá que el cuchillo en la mesa se coloca a la derecha, pero no sabrá enterrarlo en el corazón de Danglars, Mondego, Villefort, no sabrá arruinar al banquero codicioso, ni someter al militar traidor, ni denunciar al juez venal. ¿Para qué, entonces, darle a Dantés más de lo que la vida le quitó?
5.
No sé cuál sea mi suerte. Si me entierran en tierra arable, podré escarbar y salir. Si soy sepultado bajo tierra pesada, me sofocaré. Si arrojan mi cadáver al mar, podré morir estrellado contra las rocas. Precipitado cincuenta pies al mar, puedo ser balaceado si descubren a tiempo mi ausencia. En todo caso, deberé nadar una hora antes de alcanzar la tierra firme o una isla.