– ¿Qué es esto?
– Un albaricoquero. Pero los frutos todavía están verdes.
– ¿Se llama de verdad así? Es la primera vez que lo oigo.
Mi abuela sonríe, camina con sus zapatillas azul oscuro por la gran terraza, se aproxima a las plantas y da la impresión de acariciarlas. Ha cambiado. Ahora parece más taciturna.
– Hoy me ha ido muy bien en el colegio…
– ¿Ah, sí? Cuéntame…
Le digo que me han preguntado sobre un tema, que me han puesto una buena nota, en fin, le cuento cómo van las cosas en general. De vez en cuando me mira de soslayo y después se concentra de nuevo en sus flores. Asiente con la cabeza mientras escucha, pero luego su mirada se torna más atenta, sus ojos se cruzan con los míos, los observa como si buscase algo nuevo. Por lo visto, se ha dado cuenta. Soy tan feliz… Me encantaría contarle mi historia con Massi, pero no lo consigo, es superior a mis fuerzas.
– Muy bien, veo que todo te está saliendo a pedir de boca…
– Sí, y ahora tengo que prepararme como es debido para el examen final…
– Sigues viendo a tus amigas Alis y Clod, ¿verdad?
– Por supuesto.
– Bueno, creo que estás viviendo una época preciosa.
– Sí, abuela, es justamente así.
Le sonrío y decido contarle lo de Massi. Pero cuando estoy a punto de empezar a hablar, ella se vuelve, coge un mechón de pelo que le ha caído sobre los ojos, se lo acomoda como puede intentando echárselo sobre los hombros.
Y, de repente, noto que se entristece, busca algo en un lugar indefinido, en el aire, entre los recuerdos, en un pasado remoto o arcano, en su jardín privado, lleno de flores, de setos bien cuidados, de tesoros enterrados, ese lugar umbrío que todos tenemos y en el que de vez en cuando nos refugiamos, ese lugar cuyas llaves sólo poseemos nosotros. Luego parece recordar mi presencia de improviso, entonces se vuelve de nuevo y esboza una sonrisa preciosa.
– Ah, Caro… Despéjame una curiosidad… Ese chico, ese que te había impresionado tanto…, ¿cómo se llamaba? -Mira el cielo como en busca de inspiración. Acto seguido sonríe, repentinamente feliz-. ¡Massi!
Lo recuerda, y yo no puedo por menos que ruborizarme un poco.
– Lo llamabas así, ¿verdad?
– Sí.
– ¿Lo has vuelto a ver?
Me encantaría contárselo todo, la fiesta a la que no quería ir, nuestra canción que suena de repente y él, que en ese momento se encuentra a mis espaldas y me besa… Pero se me encoge el corazón, me siento como una estúpida. Su historia de amor era la más bonita de este mundo y ha acabado así, sin que llegasen a romper. De manera que todavía no ha terminado. La miro y me percato de que ya no consigo hacerla feliz, de que ya nada le puede bastar, ser su razón de vida, su felicidad. ¿De qué puedo hablarle yo? Me entran ganas de echarme a llorar, de morirme.
– No, abuela, por desgracia no. No he vuelto a verlo…
Abre los brazos.
– Lástima…
Y entra en casa.
– ¿Te apetece beber algo, Carolina?
– No, abuela, gracias. Tengo que marcharme.
Le doy un beso fugaz, a continuación la abrazo fuertemente y cierro los ojos mientras apoyo mi cabeza sobre su hombro. Cuando los abro lo veo de repente a una cierta distancia, sobre la mesa. El dibujo. El dibujo que le hizo el abuelo para el día de los enamorados: un corazón grande coronado por la frase «Para ti, que alimentas mi corazón». Exhalo un largo suspiro, larguísimo. Las lágrimas afloran a mis ojos.
– Perdona, abuela, pero es que llego tarde.
Y me marcho.
Bajo la escalera a toda velocidad, salgo a la calle, respiro profundamente, cada vez más. Él. Sólo él. Ahora, de inmediato. Saco el móvil del bolsillo y tecleo su número.
– ¿Dónde estás?
– En casa.
– No te muevas de ahí, por favor.
En un abrir y cerrar de ojos me encuentro junto al portón. Llamo al interfono. Por suerte, responde él.
– ¿Quién es?
– Soy yo.
– Pero bueno, ¿es que has venido volando?
– Sí. -Me gustaría decirle: «Necesitaba volar para venir a verte.» No lo puedo resistir- ¿Puedes bajar un momento, por favor?
– En seguida…
Y mientras lo espero debajo de su casa veo un relámpago. El cielo se oscurece de repente. Oigo un trueno a lo lejos. Tengo miedo. Pero justo en ese momento Massi sale del portal.
– ¿Qué pasa, Carolina?
No digo nada. Lo abrazo. Coloco mis manos detrás de su espalda, apoyo mi cabeza en su pecho y lo abrazo con más fuerza. Aún más. Lo estrecho entre mis brazos. Otro trueno y empieza a llover. Al principio es una simple llovizna, pero, poco a poco, va arreciando.
– Venga, Carolina, entremos, o nos empaparemos…
Trata de escapar, pero yo lo aferró con mis brazos.
– Quédate aquí.
Mejor. Mis lágrimas pasarán desapercibidas con la lluvia. Levanto la cabeza, ya estamos completamente mojados. Sonríe.
– Estás como una cabra…
El agua, resbala por nuestras caras. Nos besamos. Es un beso precioso, infinito. Eterno. Dios mío, cuánto me gustaría que fuese eterno. No me detengo en ningún momento, lo beso y vuelvo a besarlo, mordiendo sus labios, poco menos que hambrienta de él, de la vida, del dolor, del abuelo, que ya no está con nosotros, de la infelicidad de la abuela.
Sigue lloviendo a cántaros. Estoy empapada. Es el llanto de los ángeles. Sí, pese a que estarnos en el mes de mayo, también llueve ahí arriba. Un rayo de sol ha horadado la oscuridad y atraviesa las nubes. Ilumina una parte de la periferia que queda al fondo. Te amo, Massi. Te amo. Me gustaría proclamarlo a voz en grito. Querría decírselo mirándolo a los ojos, con una sonrisa. Pero ni siquiera logro susurrárselo. Me enjugo la cara con la palma de la mano y me echo el pelo hacia atrás, como si pudiese servir para algo. Qué tonta, estamos bajo la lluvia.
– ¿Qué pasa? ¿En qué estás pensando? -me pregunta risueño.
Me refugio de nuevo en su pecho, en el hueco que hay junto al hombro, escondida de todo, de todos. Sola con él en lo más profundo, en tanto que la lluvia sigue cayendo.
– Me gustaría escaparme contigo…
Y nos damos otro beso, tan fresco como no lo había probado en mi vida. Prolongado. Bajo ese ciclo. Bajo esas nubes. Bajo esa lluvia. A lo lejos está escampando y ha aparecido un sol rojo perfecto, limpio en su ocaso. Y yo me estrecho contra su cuerpo y sonrío. Y soy feliz. Respiro profundamente. Estoy un poco mejor. Por el momento. Por el momento he comprendido que lo amo. Y es precioso. Algún día lograré decírselo.
En los días sucesivos hemos hecho cosas increíbles.
Hemos pasado toda una tarde sentados en el mismo banco bajo la virgencita de Monte Mario. Es una virgen preciosa, enorme, que se puede ver a lo lejos. Es toda dorada, pero eso es lo de menos. Massi ha querido saberlo todo de mí en lo tocante a los chicos con los que he salido. Le he contado las pocas cosas que he hecho. Prácticamente he reconocido que no he hecho nada. Al principio parecía preocupado, luego menos, hasta que al final ha sonreído. Después me ha desconcertado diciendo: «Mejor así.»
No he acabado de comprender si está pensando en algo en concreto. Aunque lo cierto es que no me importa mucho, no estoy inquieta, sino serena. Tengo ganas de conocerlo, de conocerme, de descubrirlo y de que me descubra. De acuerdo, debería estar preocupada. ¿A qué se debe que un chico quiera saber con quién ha salido una? ¿En qué puede cambiar eso lo que siente por ella? ¿Y si le hubiese dicho: «Massi, ya no soy virgen, he estado con tres chicos, mejor dicho, con cuatro, y he hecho esto, aquello y lo de más allá…» ¿Cómo habría reaccionado? Maldita sea, debería haberlo pensado antes. Ahora ya no tiene remedio. Aunque siempre puedo decirle que le he contado una mentira. Sí, ésa sí que es una buena idea.
– Massi -le digo risueña-. Te he mentido.
Veo que le cambia completamente la cara.
– ¿Sobre qué?
– No te lo digo. Basta que sepas que he sido sincera… pero, en cualquier caso, te he dicho una mentira.