– Sí, sí, con un milagro del…
Algunos se ríen. La vulgaridad de Cudini no tiene remedio. Y siguen bromeando y soltando frases maliciosas y empujones, como siempre que nos encontramos en grupo. Entonces veo que algunos miran a Massi con curiosidad.
– Ah, él es Maximiliano.
– ¡Hola!
Massi alza la cabeza a modo de saludo general.
– Ella es Clod, Aldo… Él es Cudini, y éstos son Filo, Gibbo. Ella es mi amiga Alis. ¿Te acuerdas de ella? Te he hablado de Clod y de Alis…
Se dan la mano, se miran a los ojos y yo, no sé por qué, noto algo extraño.
– Sí, sí, me has hablado de todos…
Pero Massi es excepcional, le ha bastado con decir esa frase genial para dominar la situación, me ha superado. De manera que, divertida, observo la expresión que ponen mis amigos mientras lo miran. Cómo lo estudian, curiosos y curiosas, cómo hacen como si nada, como si estuvieran distraídos. Quizá lo estén realmente, y al final dejan que nos marchemos.
– Simpáticos, tus amigos…
– Sí, es cierto. Hace mucho que vamos a la misma clase…
– Tu amiga es muy mona…
– Sí… -Me entran ganas de atizarle, pero disimulo-. Tiene novio.
Massi sonríe.
– Bueno, no soy celoso.
No es la primera vez que oigo esa ocurrencia. Paolo la soltó en una ocasión, uno de los novios de Ale… Lo aborrecí cuando lo dijo. Acto seguido miro a Massi. Bueno, he de reconocer que en su caso el efecto es bien diferente. Él se da cuenta, se echa a reír y se abalanza sobre mí para darme un abrazo.
– Venga, que lo he dicho sólo para picarte…
Me mantengo firme.
– Bueno, pues lo siento… ¡No lo has conseguido!
Intenta besarme, forcejeamos un poco, pero al final cedo de buen grado.
Lo más bonito, sin embargo, me sucedió a finales de mayo.
Primera hora de la mañana. Bueno, no tan pronto. Llego jadeante al colegio. Le pongo el candado a la moto y cojo la mochila, que he dejado a un lado. Cuando me incorporo veo a Massi con un paquete en la mano.
– ¡Hola! ¿Qué haces aquí?
Me sonríe.
– Quiero ir a clase contigo.
– Venga ya, tonto, sabes que no se puede… ¿No tienes que estudiar?
– Han aplazado el examen de derecho para mediados de julio.
– Mejor, ¿no? No acababa de entrarte en la cabeza. -A continuación lo miro con curiosidad- ¿Y ese paquete?
– ¡Es para ti!
– Qué sorpresa más estupenda, ¿hablas en serio? ¡Gracias!
No quiero besarlo y abrazarlo aquí, delante del colegio, pero lo cierto es que lo haría de buena gana… Sólo que ¿y si me ven los de más? Podrían aguarme la fiesta. Sea como sea, estoy muy emocionada, pese a que intento con todas mis fuerzas que no se me note. Me apresuro a abrir el paquete.
– ¡Pero… si es un traje de baño!
Lo despliego, es azul oscuro y celeste, precioso.
– Has adivinado la talla. -Lo miro perpleja-. ¿Estás seguro de que es para mí?
– Claro. -Me coge la mano-. Estaba convencido de que no tenías ninguno.
– Como éste, no…, pero si otros distintos.
– No tenías uno aquí, en cualquier caso, porque ahora… -se acerca a su moto, saca un segundo casco y se sube a ella- nos vamos a la playa.
En un segundo pasa por mi mente el profe de italiano, la de matemáticas, la tercera hora de historia, el recreo y, luego, la clase de inglés… Me preocupa, y no porque tenga dificultades con los idiomas, no, sino porque no ir a clase así, sin haberlo planeado siquiera de antemano, de haber inventado una excusa por si… Luego lo miro y con una ternura que no soy capaz de describir me pregunta: «¿Y bien…?». Es tan delicado, tan ingenuo, que casi se ha disgustado ya por una hipotética negativa por mi parte. «¿Vamos?» Su sonrisa despeja todas mis dudas Cojo el casco, me lo pongo al vuelo y en un instante me encuentro detrás de él, lo abrazo con fuerza y me apoyo contra su espalda. Y miro al cielo y casi pongo los ojos en blanco. ¡Estoy haciendo novillos! No me lo puedo creer. No lo he pensado dos veces, no he tenido ninguna preocupación, miedo, sospecha, indecisión o duda. ¡Estoy haciendo novillos! Lo repito para mis adentros, pero ya no estoy…
La ciudad desfila ante mis ojos. Una calle tras otra, cada vez más rápido, los muros, las persianas metálicas, las tiendas y los edificios. Después, nada. Campos verdes apenas florecidos, espigas secas que se doblan con el viento, flores amarillas, grandes y numerosas que abarrotan las parcelas de tierra. Avanzamos así, enfilamos la carretera de circunvalación y después descendemos en dirección a Ostia.
El pinar. No hay nadie. Ahora Massi ha aminorado la marcha. La moto protesta ligeramente mientras nos lleva hacia esa última playa, donde desemboca un pequeño río. Massi se detiene y se quita el casco.
– Ya está, hemos llegado.
Un carteclass="underline" «Capocotta.» Pero ¿acaso ésta no es una playa nudista? No se lo digo. El sol está alto en el cielo, precioso, y el calor no aprieta. Massi saca unas toallas del baúl; ha pensado en todo.
– ¡Ven!
Me coge la mano, corro a duras penas detrás de él exultante de felicidad, riendo en tanto que me dirijo hacia ese inmenso mar azul que parece esperarnos sólo a nosotros.
– Pongámonos aquí.
Lo ayudo a extender las toallas. Una junto a otra. No hay viento. La playa está vacía.
– ¿Sabes? Aquí suelen venir nudistas.
– Eh, sí, de hecho, me acordaba del nombre.
– Sí, pero hoy por suerte no hay nadie.
Miro alrededor.
– Ya…
– Podemos hacer nudismo, si te parece.
– ¡Imbécil! Voy a ponerme el traje de baño.
Menos mal que a pocos metros hay una casa medio derruida, las antiguas ruinas de una importante villa romana. Doy varias vueltas hasta que encuentro un rincón apartado para cambiarme. Qué bien. Por suerte no hay un alma en los alrededores.
El traje de baño me sienta bien o, al menos, eso creo; por desgracia, no hay ningún espejo aquí. Me pongo la camisa por encima y salgo de las ruinas.
Massi se ha cambiado ya. Está de pie junto a las toallas. Tiene un cuerpo magnífico, delgado, aunque no enjuto. Además, no es muy peludo. Se ha puesto un traje de baño negro, ancho pero no excesivamente largo. Me doy cuenta de que le estoy mirando ahí, me da vergüenza y me pongo colorada. Por suerte estamos solos y nadie puede darse cuenta.
– ¿He adivinado la talla?
– Sí. -Sonrío-. Y eso no me gusta.
– ¿Por qué?
– Habría preferido que te equivocaras… Eso quiere decir que tienes buen ojo, ¡porque no te falta experiencia!
– Boba…
Me atrae hacia sí. Me besa, y el hecho de que estemos tan próximos, casi desnudos, me resulta extraño, pero no me molesta. Al contrario.
Poco después estamos tumbados sobre las toallas. Lo espío. Lo miro. Lo admiro. Lo deseo. Toma el sol boca arriba. Juega con mi pierna, me acaricia. Me toca la rodilla, después sube. A continuación vuelve a bajar. Pero en su ascenso siempre llega más arriba. Y el sol. El silencio. El ruido del mar. No lo sé. Me estoy excitando. Me siento arder por dentro. Qué sensación tan extraña. No entiendo una palabra. Llegado un momento, Massi se vuelve lentamente hacia mí. A pesar de que tengo los ojos cerrados, puedo sentirlo. Entonces ladeo poco a poco la cabeza y los abro. Me está mirando. Sonríe. Yo también.
– Ven.
Se levanta de golpe. Me ayuda y poco después empezamos a correr por la arena. No está demasiado caliente. En un abrir y cerrar de ojos llegamos a las viejas ruinas. Mira alrededor. No hay nadie. Me aparta como si pretendiese examinarme.
– Ese traje de baño te sienta realmente bien.
Me siento observada y me avergüenzo. Estoy blanca. Demasiado pálida.
– Me gustaría estar un poco morena. Me quedaría mejor…
– De eso nada, así estás guapísima…
Me atrae hacia él. Estamos en un rincón de las ruinas, ocultos entre dos muros. El mar es el único espectador curioso. Pero educado. Respira silencioso formando alguna que otra ola pequeña. Siento la mano de Massi en un costado. Me atrae hacia sí. Me besa. Lo abrazo. Lo siento encima de mí. Noto que está excitado. Tanto. Demasiado. No por nada, es que no tengo la menor idea de lo que debo hacer. En cambio, él sí sabe cómo moverse. Poco después siento su mano en mi traje de baño. Lenta, suave, delicada, agradable. Se detiene en el borde, tira un poco del elástico y, plof, se sumerge delicadamente. Su mano acaricia mi cuerpo. Desciende, cada vez más abajo, sin hacerme cosquillas, entre las piernas, me acaricia despacio y yo me abandono en su beso como si fuese un refugio capaz de contener todo lo que estoy experimentando, que me sorprende, me maravilla, que me gustaría parar, fijar para siempre, sin vergüenza, con amor.