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Seguimos besándonos mientras mi respiración se va haciendo cada vez más entrecortada, jadeante, hambrienta de él, de sus besos, de su mano, que me ha secuestrado, que sigue moviéndose dentro de mí. Y casi me entran ganas de echarme a gritar… Al final me muerdo el labio superior y, casi exhausta, permanezco con la boca abierta, suspendida en ese beso. Pasan unos segundos. Ahora lenta, más lenta, su mano, como una última caricia, casi de puntillas, educada, se separa de mi traje de baño. Noto que me mira como si me espiase, como si buscase detrás de mis ojos alguna huella de placer. Y entonces, emocionada, con los ojos entornados, le sonrío. De improviso siento algo que casi me asusta. No. Me relajo. Es su mano, me acaricia el brazo derecho, se desliza por el antebrazo hasta llegar a la muñeca. Me toma la mano, la sostiene por un instante así, suspendida en el aire, inmóvil, como si fuese una señal. Pero no lo entiendo. Lo oigo respirar cada vez más rápido, me aprieta la mano y, poco a poco, la guía hacia su traje de baño. Entonces comprendo. Qué tonta. ¿Es la hora? ¿Qué se supone que debo hacer? No es que no quiera…, ¡es que no tengo ni idea de qué debo hacer! Y en un instante lo recuerdo todo. Las explicaciones de Alis. Pero ¿serán adecuadas? ¿Serán ciertas? Repaso mentalmente todo lo que creo recordar, y en un abrir y cerrar de ojos me encuentro allí, sobre su traje de baño, es decir, mi mano está allí sola, porque la suya acaba de abandonarla.

Me quedo inmóvil por unos segundos, no más. Luego empiezo a moverme lenta y suavemente, sin prisas, sin miedo, entro en su traje de baño, con delicadeza, buscando abajo, siempre más abajo, hasta encontrarlo. En ese mismo momento busco su boca y lo beso, como si pretendiera esconderme, huir de mi vergüenza. Pero a la vez muevo la mano arriba y abajo, lentamente, poco a poco, después algo más rápido. Siento que Massi respira cada vez más de prisa. Y sus besos son apresurados, hambrientos, se interrumpen de repente para atacar de nuevo, y yo prosigo cada vez más decidida, segura, veloz, otra vez, más, mientras noto aumentar el deseo en su aliento. Y, de repente, esa explosión caliente en mi mano, prosigo mientras sus besos se frenan, ahora son más tranquilos, casi se detienen en mi boca. Luego Massi apoya la mano sobre el traje de baño, encima de la mía, para que me detenga.

Sonrío.

– Me parece que la he liado…

Él se encoge de hombros.

– Da igual… Ven.

Me coge y me arrastra fuera de las ruinas, por la playa desierta, abandonada, barrida por un viento ligero, yerma, vacía. Somos los únicos que caminan por esa arena suave, blanca y caliente, como lo que acabamos de vivir. Llegamos a la orilla. Massi entra corriendo en el agua, yo me detengo.

– ¡Pero está fría! ¡Mejor dicho, helada!

– ¡Venga! ¡Está genial!

Echa de nuevo a correr para dejar bien claras sus intenciones y después, ¡plof!, se tira y apenas emerge del agua empieza a nadar a toda velocidad para dejar de temblar de frío. Al cabo de un momento se para y se vuelve hacia mí.

– ¡Brrr! Una vez dentro es fantástico.

De manera que me convence y yo también lo hago. Corro sin detenerme y al final me tiro, emerjo y nado aún más de prisa, cada vez más, hasta llegar a su lado. Él me abraza de inmediato y me da un beso dulce, aunque salado, suave y cálido, hecho de mar y de amor. Acto seguido se separa envuelto en los rayos del sol.

– ¿Estás bien?

– De maravilla.

– Yo también…

– ¿En serio? Nunca lo había hecho.

Me mira buscando algún indicio de mentira. Entonces recuerdo que debo procurar que no se sienta excesivamente seguro.

– ¿Me estás diciendo la verdad, Caro?

– Por supuesto…

Me alejo nadando a toda velocidad. Después me paro, me vuelvo y lo miro, está guapísimo ahí, en medio de nuestro mar.

– Yo siempre te digo la verdad, salvo alguna que otra mentira…

Junio

¿Sencido o complicado? Sencillo.

¿Amistad o amor? Las dos cosas.

¿Moto o microcoche? Por el momento estoy contenta conLuna 9, mi Vespa, luego ya veremos

¿Móvil o tarjeta telefónica? Móvil.

¿Maquillaje o sólo agua y jabón? Depende. Alis dice que debería maquillarme más.

¿Una cosa extraña? Sentirme como me siento ahora.

¿Una cosa buena? Massi.

¿Una cosa mala? La ausencia de Massi.

¿Un motivo para levantarse por la mañana? ¡Massi!

¿Un motivo para quedarse en la cama? La ausencia de Massi…

¿Qué estás escuchando ahora? El silencio.

¿Qué escuchas antes de acostarte? Ahora, a Elisa.

¿Un vicio al que no puedes renunciar? El chocolate.

¿Una cita que siempre queda bien? «Tenemos que emplear lo mejor posible el tiempo libre», Gandhi.

¿Una palabra que siempre suena bien? Amor.

¿Sabéis una de esas mañanas en que no tenéis ganas de levantaros y la cama os parece el lugar más bonito, cómodo y acogedor de este mundo? Pues bien, eso es lo que me ocurre hoy. Sólo que no puedo regodearme. Qué pena. Todo me parece tan lento, tan fatigoso, tan negativo. Las zapatillas no están en su sitio y además tengo un ligero dolor de cabeza. El sábado o el domingo, cuando por fin puedo dormir, resulta que nunca lo hago. Al revés, a veces me sucede que esos días me levanto temprano incluso aunque no deba hacerlo. ¿Será posible que sólo cuando hay que ir al colegio la cama me parezca tan maravillosa? Uf.

Cuando me levanto, mi madre ha salido ya. Mi padre también. Sólo queda Ale, con su consabido cruasán de crema, y eso que luego se lamenta porque engorda. Faltaría más. Por si fuera poco, lo moja invariablemente en un tazón de leche enorme.

– Buenos días, ¿eh?

Nada, no habla. Emite una especie de extraño gruñido como si fuese un cerdo concentrado en unas bellotas deliciosas. Esta mañana Ale está más esquiva de lo habitual. ¡Refunfuña! Me visto, pero hoy me falla la imaginación, de manera que me pongo un par de vaqueros con un bordado en un costado y la camiseta azul claro. Me miro en el espejo de cuerpo entero de la habitación. Un desconocido que me viese hoy por la calle no se pararía a mirarme ni de coña. Hay mañanas en las que no te gustas en absoluto y, si por casualidad alguien te hace un cumplido, te cuesta de creer. De repente se me pasa por la cabeza: «Después de todo, la verdadera belleza está en el corazón.» Me lo decía siempre el abuelo. Y a él se lo había dicho Gandhi. Quiero decir, no directamente, el abuelo había leído la frase en un libro de citas suyas. No sé si mi corazón es puro o no, lo que está claro es que me gustaba cómo me decía esa frase el abuelo. Por un momento siento un extraño vacío en mi interior, algo indefinido, como una suerte de vértigo. Digamos que hoy dejo la hermosura para mi corazón, no para la cara.

Bip, bip.

Debe de ser Alis. Seguro que me pide que la espere frente a la escuela para poder copiar algo. Quizá matemáticas, ya que la lección de ayer era un poco difícil. No entendí mucho de las ecuaciones algebraicas. Y digo yo, ¿para qué hay que poner letras si en el fondo se trata de números? Ya entiendo poco las cifras, así que sólo me faltaba el alfabeto. Además, nos han dicho que esto se estudia en primero de bachillerato, pero la profe quería enseñárnoslo antes para que estemos más preparados. Bueno, la verdad es que si Alis espera que yo… ¿No podría habérselo pedido a Clod?