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Y la besa en los labios. Debbie se agita entre sus brazos y se echa a reír,

– Sobre una cosa tienes razón.

– ¿Me amas demasiado?

– ¡Le tiraría el té a la cabeza!

– Ah, qué malvada…

Debbie se desembaraza de él, se escabulle por debajo de sus brazos. Echa a correr y se inicia entonces una persecución.

– Verás cuando te coja…

– No, no, socorro… ¡Socorro!

Debbie no deja de reírse mientras pasa rozando los sofás, se esconde detrás de una columna y al final se para utilizando un sillón como parapeto. Hace amago de moverse hacia la derecha, luego a la izquierda y después de nuevo a la derecha. Rusty James se abalanza sobre ella, prueba a cogerla, pero ella se echa hacia atrás y él tropieza, va a parar sobre el sillón y lo hace caer.

– ¡Ay! Como te pille…

Prueba a atraparla desde el suelo, a aferrar su pierna desde abajo, pero ella salta, alza ambas piernas y echa de nuevo a correr.

Rusty James se levanta y empieza otra vez a perseguirla.

– ¡No! ¡Socorro! ¡Socorro!

Acaban en el dormitorio. Se oye un batacazo.

– ¡Ay! ¡Ay, me estás haciendo daño!

Después reina el silencio. Sólo se oye una risa ahogada.

– Venga…

Alguna voz a lo lejos, ligeramente sofocada.

– Quieto, que tu hermana está ahí afuera.

– Sí, pero ya se marcha.

Desde el salón puedo oírlos perfectamente y no tengo ninguna duda al respecto. Alzo la voz para que me oigan:

– Adiós, me voy…

– ¿Lo ves? Eres un idiota…

– Adiós, Caro… ¡Eres la mejor!

– ¿Por qué? -le grito al salir.

– ¡Por el examen!

– Ah, pensaba que lo decías porque me voy.

Oigo que se ríen. Subo a la moto, la arranco y me pongo el casco. Parto así, envuelta en el leve aroma de unas flores amarillas y del maravilloso atardecer que se ha quedado encajado en el arco de un puente lejano.

«Me amas demasiado.» Acto seguido, sus risas. La fuga. La caída. Y ahora estarán haciendo el amor. Sonrío. «Me amas demasiado.»

Una vez superado el miedo inicial debe de ser precioso.

Massi… ¿Y yo? Yo todavía no he logrado decirte que te amo. «Te amo, te amo, te amo.» Pruebo todas las entonaciones posibles mientras circulo con la moto por la pista para bicicletas. Como si fuera una actriz. «Te amo.» Seria. «Te amo.» Alegre. «Te amo.» Pasional. «Te amo.» Despreocupada. «Te amo.» Canción napolitana. «Te amo.» Umberto Tozzi. «Te amo.» Culebrón venezolano. «Te amooooo.» Una chalada que grita.

Dos chicos que corren en dirección contraria se vuelven riéndose. Uno de los dos es más rápido que el otro.

– ¡Y yo a tiií!

Y se alejan sin dejar de reírse.

Ahora estoy lista y mucho más serena.

Cuando entramos en su espléndido jardín la música suena a todo volumen. Todos bailan junto a la piscina, algunos en traje de baño, otros vestidos, en tanto que el disc-jockey, subido a una plataforma que han colocado en lo alto de un árbol, alza una mano al cielo, con los auriculares medio caídos en el cuello, y la otra mano contra la oreja, escuchando un tema que está a punto de cambiar. ¡Ahí va! Please, don't stop the music.

– ¡Ésta es genial! ¡Me encanta! Aparca ahí, Massi, hay un sitio libre.

Massi sigue mis indicaciones y detiene su Cinquecento azul petróleo con la bandera inglesa en la explanada del parking.

– Vamos.

Me apeo del coche y tiro de él,

– ¡Espera al menos a que lo cierre!

– ¡Qué más da! Aquí nadie te lo robará.

De modo que echamos a correr en dirección a la gran pista que ocupa el centro del prado de la magnífica casa que Alis tiene en Sutri.

– ¡Aquí están, por fin han llegado!

Varias personas nos salen al encuentro.

– ¡Holaaa! Os presento a Massi.

– Hola, Virginia.

– Hola, nosotros ya nos conocemos, soy Clod, la amiga de Caro.

– Por supuesto, te recuerdo. Y él es Aldo, tu novio…

Lo miro orgullosa. Massi se acuerda de todo.

– Y ella es Alis, la homenajeada.

Se sonríen.

– Sí, pero tú y yo también nos hemos visto ya.

– Sí, en el cine.

– Eso es. ¡Pero yo no soy la homenajeada! ¡La fiesta es para todos! Vamos a bailar, Caro…

Alis me arrastra hasta el centro de la pista. Clod se une a nosotras y nos divertimos a más no poder, bailando al unísono, siguiendo el ritmo, saltando y cambiando de movimientos a la perfección, sí, porque somos las amigas perfectas.

– ¡Este sitio es fabuloso!

– ¡Precioso! -grito para que me oigan a pesar de la música.

– ¿Te gusta?

– ¡Muchísimo! ¡No recordaba que fuese tan bonito!

– No hace mucho que construimos la piscina y que compramos los caballos. Mira.

Me doy media vuelta. A mis espaldas, Gibbo corre a toda velocidad y se tira en bomba a la piscina salpicando a todo el mundo.

– ¡Nooo! Pero ¿has invitado también a los profes!

El profe Leone y la Boi se encuentran en el borde de la piscina mirándose la ropa, que Gibbo les acaba de empapar.

– ¡Faltaría más, nos han aprobado a todos! ¡Era justo que también ellos recibiesen un premio!

En ese momento, del otro lado de la piscina, llega la bomba Filo, que acaba dejándolos como sopas.

– Bueno, ¡justo premio, justo castigo!

– Sólo falta que ahora se tire también Clod, ¡entonces la ducha sería completa!

– ¡Imbéciles!

Y seguimos bailando como locas, empujándonos y riéndonos divertidas, mientras por el rabillo del ojo veo que Massi está bebiendo algo con Aldo, hablando de sus cosas.

Pasan las horas. EscuchamosFango de Jovanotti y después Candy Shop de Madonna, además de Caparezza y Gianna Nannini, La luna está ya alta en el cielo. Muchos están bañándose en la piscina de agua caliente. Hasta el profe Leone y la profe Bellini se han metido en el agua y están disfrutando de lo lindo. El profe está jugando a waterpolo y de vez en cuando algún alumno lo agarra y le hace una ahogadilla con la excusa de que lo marca.

– Perdona, Aldo, ¿has visto a Massi?

– ¿A quién?

– A Massi, mi novio.

– Ah, Massimiliano. Antes hemos estado hablando un rato, pero luego se ha ido en esa dirección.

Miro a donde me señala. En un rincón, Filo y Gibbo están charlando con Clod. Me aproximo a ellos.

– Eh, ¿no te has bañado?

– No.

– ¿Tú tampoco, Clod?

– No puedo…

Pone una cara extraña al decirlo, como si pretendiese subrayar algún tipo de imposibilidad femenina Creo que lo único que le ocurre es que le da vergüenza desvestirse. Como prefiera, no insisto.

– Oye, ¿has visto a Massi por casualidad?

Clod me sonríe.

– Por supuesto…, está ahí.

Y se vuelve hacia el gran árbol. Justo debajo, en los bancos que lo rodean, hay unos cuantos chicos y chicas que fuman y se pasan una cerveza. Unos están sentados, otros en pie. En el banco central veo a Massi con Alis. Él está en pie, bebiendo una cerveza, y ella está sentada sobre el respaldo del banco, con los pies sobre el asiento. Se ríe. Escucha lo que le está contando él y se ríe. Está atenta a lo que dice, divertida, colada. ¿Colada? ¡De eso nada!

Pero ¿qué me ocurre? ¿Estoy celosa de mi amiga? Quiero decir que nos ha invitado a su casa, es nuestra anfitriona, y en lugar de alegrarme de que charle con todo el mundo, incluso con mi novio, ahora me siento mal. No es posible. Clod pasa por mi lado.

– ¿Lo ves o no?

– Sí, sí…, ya lo veo. Menos mal.

Filo y Gibbo se ríen.

– ¿Cómo que «menos mal»? ¿Pensabas que lo habías perdido?

– No es un crío…