– ¡Eh! ¿Qué pasa?
– Te he preguntado dónde están los demás, ¡No veo a ninguno de los chicos!
– Están allí.
Me indica enfurruñado un pasillo en penumbra.
– Vale, gracias.
Silvietto coge de nuevo el canapé y vuelve a concentrarse en el «quitamayonesa.», como si eso fuese lo único que le interesase. Yo enfilo el pasillo: en la pared hay colgadas algunas viejas estampas, sobre un radiador veo una estantería de madera y, encima de ella, un jarrón Lo reconozco: es el que hicimos durante las últimas prácticas de tecnología. Dentro cabe alguna que otra flor seca, dado que es de cerámica, ¡pero está tan mal hecho que si metes agua dentro corres el riesgo de inundar el parquet y de hacer brotar en él, en serio, alguna flor!
Matt no fue capaz de hacerlo bien, ¡tiene un montón de grietas! A mí me salió mejor, me pusieron un bien, pero luego, cuando lo llevé a casa, desapareció. Tengo que averiguar qué pasó. Sospecho que mi hermana se lo regaló a alguno de sus novios y que incluso se inventó que lo había hecho ella. En caso de que sea así, no sabe a lo que se arriesga, dado que abajo escribí con óleo Carolina III-B. La verdad es que no importa, porque si eso llegase a ocurrir ella sabría salir airosa.
Bueno, veo una luz. La habitación que hay al fondo del pasillo tiene la puerta entornada. Hay un extraño silencio. Me acerco de puntillas y me apoyo en la puerta. Quizá no haya nadie. No, no. Miro por el resquicio, todos están ahí, algunos se han sentado en la cama, otros en el suelo. Pero ¿a qué se debe ese silencio tan inusual?
– Ohhhhh.
De repente se produce una exclamación de estupor y algún que otro comentario que, no obstante, no consigo entender. Abro la puerta y todos se vuelven de golpe, asombrados, atónitos, mudos, casi asustados.
– ¿Se puede saber qué estáis haciendo?
Matt es el más rápido de todos.
– No, no. nada… -dice mientras trata de tapar lo que hay sobre la cama, en medio del grupo. Sólo que alguien lo sujeta adrede y, gracias a eso, puedo verlo. Unas imágenes, unas fotografíasy, sin poder evitarlo, me quedo boquiabierta.
– Noooo. No me lo puedo creer.
Mujeres desnudas y hombres y más mujeres que tienen en la mano su «cosa» y otras que hacen de todo.
Matt intenta cerrar de nuevo la revista, pero Pierluca Biondi, que siempre ha sido un cerdo muerto de hambre al que conocemos de sobra todas mis amigas y yo, le sujeta el brazo.
– De eso nada, que mire, quizá así nos pueda dar su interpretación… -Y luego me escruta con cara de lobo, como los de los dibujos animados, arqueando las cejas y babeando por la comisura de los labios. Y sonríe, el muy cerdo-. ¿Y bien, Caro? ¿Qué te parece? Dinos, ¿qué piensas?
Hago una mueca y sonrío con más malicia que él.
– Ah, eso… Es vieja. Deberíais ver la última, ¡en esa sí que salen unos buenos polvos!
Justo en ese momento siento una mano en mi hombro.
– ¿Qué estáis haciendo, chicos?
Es la madre de Matt.
Esta vez la revista desaparece como por encanto, acaba bajo la almohada de la cama y Pierluca Biondi poco menos que se tira para sentarse sobre ella.
– ¿Y tú, Carolina, qué estabas diciendo?
– Decía que no está bien que os marchéis de esta manera…
– Pues sí, tiene razón.
– Sí, mamá, estábamos poniéndonos de acuerdo para el partido de fútbol que celebraremos el domingo en el campo del colegio…
– Sí, lo sé, Matteo, pero no es de buena educación. Vamos…, el resto del grupo está en la sala, venga, id a hablar allí.
De manera que, lentamente, uno detrás de otro, Pierluca, Matteo y el resto de los cachondos abandonan el cuarto y la madre cierra la puerta después de que hayan salido todos.
– Vamos, id a la sala, que os llevo los pasteles.
– Sí, mamá.
Y ella esboza una sonrisa. Y Matteo vuelve a ser uno de los mejores niños de este mundo. Al menos, eso es lo que cree su madre.
Al entrar en la sala veo que Bertoliní ha logrado, por fin, limpiar el canapé. Contempla orgulloso su trabajo, pero, cuando está a punto de llevárselo a la boca, Pierluca le da una palmada en la espalda.
– Hola, Silvie.
Lo hace volar de nuevo y, esta vez, cae al suelo boca abajo.
Bueno, que alguien me explique por qué cada vez que algo debe permanecer limpio se cae al suelo y. sobre todo, se cae boca abajo y se ensucia de manera irremediable. Vaya historia extraña. Es un poco como ese libro de la ley de Murphy, ese que hace reír tanto a Rusty James y a sus amigos. El de las reglas tontas, como la de que si una cosa debe ir mal, va mal… Y otras más. Bah. Ellos se ríen a mandíbula batiente. Me acerco a Matt en la sala.
– Eh.
– Eh -No me mira a la cara, puede que esté algo avergonzado-. ¿Qué pasa? ¿Qué quieres? -Por fin me mira-. ¿Estás contenta de haber ido a la habitación, de habernos descubierto?
Niego con la cabeza.
– De eso nada, pero da gracias a Dios de que tapaba la puerta… Os he dado tiempo: si tu madre llega a entrar y os encuentra mirando esa revista todos cachondos… ¡Imagínate lo mal que habrías quedado, precisamente el día de tu confirmación!
– ¡Y eso qué tiene que ver, no es pecado! Era un entretenimiento, y con los amigos…
– Como quieras, pero cuando ella te ha preguntado qué estabais haciendo, tú le has mentido… Precisamente el día de tu confirmación…
– Oye, ¿has acabado ya de dar el coñazo? Sí, me fastidia, me siento culpable por eso, lo admito. Pero ¿qué quieres? ¿A qué se debe toda esta historia, eh? ¿Qué quieres de mí?
– La revista.
– ¿Ésa? -Me mira de hito en hito; después vuelve a sonreír-. Pero ¿no decías que la habías leído ya?
– Venga…
No quiero que se dé cuenta de que estoy avergonzada, así que esta vez soy yo la que no lo mira.
– Vale, Caro, te la doy… pero ¿puedo preguntarte una cosa?
– ¿Qué?
Lo miro de nuevo a los ojos.
– ¿Para qué la quieres?
– No me gusta la idea de que las mujeres lleguemos sin la debida preparación.
– Ahhhh.
Asiente de manera extraña con la cabeza, como si de verdad hubiese entendido algo.
El resto de la tarde transcurre con tranquilidad, quitando alguna que otra mirada estúpida que me lanza Biondi antes de que termine la fiesta aludiendo a lo que hemos visto en la habitación. Al acabar el día, voy al dormitorio de Matt. Él me espera ya allí. Ha metido la revista en mía bolsa y se apresura a pasármela.
– De prisa, métela en el bolso.
Yo la guardo rápidamente, pero antes de marcharme simulo que tengo que entrar en el cuarto de baño. No me gustaría llegar a casa y encontrar que en realidad llevo en el bolso unTopolino o un Dylan Dog o, peor aún, uno de esos cómics manga que abarrotan la habitación de Matt. De forma que, una vez allí, abro el bolso y veo que dentro de la bolsa está esa revista obscena repleta de cosas prohibidas a los menores de dieciocho años. Me apresuro a cerrarla, como si alguien pudiese verme, y cuando salgo oigo que me llaman.
– Carolina, ha llegado tu madre, te espera abajo.
Así que me precipito hacia la puerta del salón y me marcho sin apenas despedirme de nadie, hasta tal punto se me ha acelerado el corazón. Salgo al rellanoy me siento feliz porque estoy a punto de coger sola el ascensor. Pero de repente aparece Biondi con su padre y no me da tiempo a salir antes de que él pulse el botón del 0.
– ¿Bajas con nosotros?
– Sí, claro.
De modo que bajo todos esos pisos con Biondi, quien no deja de escrutarme risueño. Y de repente…
– ¿Qué piensas hacer cuando llegues a casa, Carolina? ¿Te irás en seguida a la cama o verás un poco la televisión?
– Bah, no lo sé, ¿por qué?
Tengo la boca seca.
– Bueno, porque nunca se sabe. Pensaba que quizá leerías un rato en la cama… -Y cuando sonríe me siento morir. ¡Matt se lo ha dicho! Me mira y a continuación mira el bolso y alza la barbilla como si lo estuviese señalando-. ¿No te gusta leer?