Dios mío, estoy a punto de desmayarme. ¿Y si ahora resbalo, me caigo, se me abre el bolso y su padre ve la revista? ¿Qué pensará de mí'' Menos mal que, por suerte es él precisamente quien me echa un cable.
– Venga, déjala en paz… ¡Que haga lo que quiera! Si está cansada, que se vaya a dormir.
Exhalo un suspiro. Ufff… Su padre es, ni más ni menos, mi salvador.
– Vamos, sal, ya hemos llegado. -Y lo empuja fuera del ascensor-. Saluda a tus padres de mi parte, Carolina.
– Gracias-
La verdad es que no sé por qué le doy las gracias, pero ese estúpido de Biondi insiste:
– Nos vemos mañana en el colegio y… me cuentas.
No lo saludo, faltaría más. Me dirijo hacia el coche de mi madre y entro en él como un rayo. Me mira. A buen seguro se ha percatado de mi palidez.
– Eh, ¿qué te pasa? ¿No te has divertido en la fiesta?
– ¡Qué va! ¡Es que tenía miedo de que me echasen un cubo de agua desde arriba!
Mi madre no acaba de creerse lo que le he dicho. Se adelanta y escruta por el parabrisas. No hay ninguna terraza con las luces encendidas. Me mira fijamente a los ojos tratando de averiguar algo, de captar incluso un mínimo e imperceptible temblor en mis párpados. Yo miro hacia adelante. No me doy por aludida.
– Mmm…
Vuelve a escrutarme. No me puedo contener. Imaginaos si saliese ahora de mi bolso esa revista porno, le daría un ataque. De modo que me vuelvo lentamente hacia ella, curiosa, ingenua, un poco sonriente, aunque sin exagerar. Pero, sobre todo…, hipócrita a más no poder.
– ¿Qué pasa, mamá? ¿Por qué me miras así?
– Nada…
En estos casos conviene pasar siempre al contraataque porque los desconciertas, y la que podría haber sido su reacción adecuada se reduce a algo extraño que a todas luces habían advertido de forma equivocada. Y, en efecto, mi madre dice «bah», se encoge de hombros, a continuación enciendo el motor y se encamina directamente a casa. Mientras que yo, sin darme cuenta, exhalo un suspiro de alivio.
Paso la noche muy agitada. Me revuelvo en la cama y no consigo conciliar el sueño, controlo cada dos minutos la mochila, que he dejado bajo la silla, donde están los libros del colegio y, sobre todo…, ¡la famosa revista porno! ¡Pienso en el imbécil de Biondi, que se imaginaba que volvería a casa y me encerraría en el dormitorio a ojearla! Biondi…, ¡no todo el mundo es tan obseso como tú! ¡Ni siquiera he tenido valor para sacarla de la bolsa! La he metido en seguida en la mochila del colegio. Y también al día siguiente. ¡Por puro miedo! Miedo en el verdadero sentido de la palabra. Como de costumbre, voy al colegio en autobús. Pero no sé por qué, esa mañana tengo la impresión de que todos los pasajeros lo saben; sí, que de una forma u otra me tienen tirria. Como cuando ves esas caras astutas que parecen decirte: «Eh, guapa… ¿A quién pretendes engañar? Venga, enséñanosla también a nosotros… Sé lo que llevas ahí abajo, ¡¿qué te has creído?!» Y luego están los otros, los que son un poco más taimados, los más repugnantes… Ésos parece que te miran sólo a ti y que, por encima de todo, te dicen: «Te ha gustado, ¿eh? Ahora ya sabes lo que hacemos…»
En fin, que me siento culpable, hasta el punto de que me bajo una parada antes y echo a correr como una loca para llegar a tiempo al colegio, antes de que cierren la verja. Entro casi resbalando mientras Lillo, el portero, la está cerrando.
– ¡Buenos días! Corre, corre, Carolina… ¡que hoy hay lío!
¡Dios mío! ¡Él también lo sabe! ¡¿O lo habrá dicho por decir?! No lo pienso, sino que sigo subiendo a toda prisa los escalones, de dos en dos, y también de tres en tres, aunque esto lo logro sólo una vez, porque luego casi tropiezo en el segundo intento y llego jadeante al pasillo que conduce a mi clase. Aminoro el paso por un instante. Vuelvo a pensar en lo que me ha dicho Lillo. ¿A qué se refería? ¿Hoy hay lío? ¿Por qué me habrá dicho eso? ¿Me pillarán la revista? ¿Qué otra cosa puede suceder si no? De forma que, por si acaso, decido llamar a Jamiro. Tecleo a toda velocidad el número de su móvil, pero nada, lo tiene apagado. Uf, pero ¿es que mi cartomántico de confianza duerme hasta tarde? ¡¿Se puede saber para qué le sirven a uno las predicciones astrológicas pasado el mediodía?! ¡La mañana es la base de nuestra vida! Por desgracia, de cómo vayan las cosas en el colegio depende mucho lo que pueda ocurrir por la tarde y, aún más, si cabe, si existe o no la posibilidad de salir por la noche. De repente siento necesidad de ir al baño, y cuando salgo de él me siento mucho más ligera. Quizá porque me he quitado un peso fundamental, aunque no fisiológico, sino… digamos espiritual. El que tenía en mi conciencia. He dejado la revista en lo alto, detrás de la cisterna del baño. ¡Sé cómo es porque una vez ayude a mi hermano R. J. a arreglar la de casa! Fue muy divertido. ¡Él hacía de fontanero y yo era su ayudante, y al final nos empapamos por completo porque se rompió una tubería! Pero no sabéis que risa, fue una de esas cosas que nunca se olvidan. Pese a que el agua salpica y causa daños y coges cubos y trapos e intentas encontrar una solución, al final resbalas, te caes y te apoyas o te agarras a una cortina y la arrancas o la rompes o cualquier otra cosa, y después, quizá se vuelca sin más un cubo que acababas de llenar de agua y te echas a reír como una tonta. Y algo le pasa también a él. Y os reís aún más. Y os miráis y os parece que todo esté diseñado para haceros reír, y entonces te ríes, te ríes sin cesar, y da la impresión de que el destino está de tu parte, sí, que vale realmente la pena reír sin parar. Creo que todavía hoy ésa sigue siendo una de las cosas que recuerdo con mayor placer, porque los dos pasamos una tarde de ésas en las que, de verdad, la barriga se tensa y te duele de lo mucho que te has reído. En esos instantes no hay nada más hermoso que esa risotada, te olvidas de todo lo que te ha salido mal y te sientes de verdad reconciliado con el mundo. Y entonces dejas de reírte, sueltas aún alguna que otra risita nerviosa, pero después te sientes casi satisfecha y exhalas un largo suspiro, como de alivio. Pues bien, eso es vivir, partirse de risa con una persona a la que quieres y que te hace sentirte querida, ¡Y, si bien confío en que me sucedan cosas mejores, sé que la historia del cubo del agua será uno de los recuerdos más bonitos de mi vida!
Sea como sea, entro corriendo en clase, justo a tiempo, porque en ese momento llega el profe de la primera hora. No. ¡No me lo puedo creer! No me acordaba. ¿Os dais cuenta del absurdo? ¡Es don Gianni! Habría pasado la clase de religión con el pecado justo a mi lado. Le habría bastado mirarme, notar mi rubor, y se habría producido el desastre, seguro que habría hecho un registro en toda regla.
– Eh, Clod…
– ¿Qué pasa?
– Llama a Alis.
– ¿Qué quieres decirle?
– Una cosa que quiero contarte también a ti.
– Vale… ¡Alis!
Alis se vuelve y ve que la estamos escrutando.
– ¿Qué queréis? De comer ahora ni hablar.
– No -la miro negando con la cabeza- ¡Nada de eso! En cuanto suene la campana del recreo tengo preparada una cosa increíble para vosotras. No bajéis en seguida, quedaos en este piso porque tengo que enseñaros algo.
De modo que las tres primeras horas pasan en un abrir y cerrar de ojos. No lo resistía más, veía que, de vez en cuando, Alis y Clod me miraban tratando de entender. Pero yo como si nada. He logrado contenerme y, al final, ha llegado la hora del recreo.
– Venid, venid conmigo…
Cruzamos los pasillos casi pegadas a la pared, parecemos las protagonistas de esa serie que me gustaba tanto, «Los ángeles de Charlie» o, aún peor, y para no salirnos del tema, las de «Sexo en Nueva York», con alguna que otra diferencia, claro… ¡Nosotras somos más jóvenes!