– Sí, eso dijo… ¿Qué pasa? ¿Por qué te ríes? ¿Es amigo tuyo?
– No. no.
– De todas formas, es un arrogante, se rió y después me colgó sin más.
Sólo se me ocurre decirle una cosa.
– Es que tenía mi móvil en la mochila, y él se lo llevó y no tengo su número.
No sé si me cree, pero la respuesta es en cualquier caso seca.
– Nosotros tampoco lo tenemos. Lo borramos… y lo olvidamos.
Acto seguido se da media vuelta y se aleja. Salgo y miro el escaparate. Nada, ya no se puede leer. Pruebo a mirar mejor. Lo han limpiado bien. Me pongo a contraluz. Me inclino a ras del cristal. Nada, lo han limpiado a la perfección y, por si fuera poco, detrás del escaparate veo que la dependienta me escruta. Nuestras miradas se cruzan y ella sacude la cabeza, se vuelve y me da la espalda de nuevo. Me levanto. Massi hizo bien al colgarle el teléfono. Afortunada ella que pudo llamarlo, sin embargo. Y, dicho esto, sólo me queda mi segunda y última oportunidad.
– Hola.
Detrás del mostrador de la caja de Feltrinelli hay una chica muy guapa con el pelo recogido en lo alto. Lleva también una tarjeta con su nombre: Chiara.
– Buenos días, dime.
Saco de la bolsa el CD que me regaló Massi.
– Ayer compré este CD…
La chica lo abre, mira uno de los lados, acto seguido le da la vuelta entre las manos y comprueba un pequeño sello plateado.
– Sí…, es nuestro. ¿Qué pasa? ¿Tiene algún defecto? Espera que llame a la persona que se ocupa de estas cosas.
Entonces pulsa un botón que hay a su lado. Antes de que pueda añadir nada, aparece él. Sandro. El tipo del libro sobre educación sexual. Por desgracia, me reconoce. Sonríe al verme.
– ¿Qué pasa? ¿Has cambiado de idea?
Chiara toma las riendas de la situación.
– Hola, Sandro, perdona que te haya llamado, pero esta chica compró ayer este CD y creo que tiene problemas. -Después, como si se hubiese acordado de repente-: ¿Tienes el ticket? De no ser así, no podemos cambiártelo.
Antes de que pueda contestarle, Sandro interviene.
– Perdona, ayer querías comprar un libro sobre educación sexual… -Mira a su colega y opta por ahorrarme una situación embarazosa -.
Después eligió el de Zoe Trope y, por lo visto, al final compró un CD… Así no aprenderás nada.
Me sonríe, alusivo y fastidioso.
– No era para mí.
– ¿Está defectuoso?, ¿se oye bien?
– De maravilla…
– Vale, pero ¿tienes el ticket?
– No quiero cambiarlo.
– En ese caso, ¿cuál es el problema?
– Pues…
Lo miro, ligeramente cohibida.
– Ya entiendo. Quieta. -Sandro me mira y se pone muy serio-. Burlaste la vigilancia. ¡Lo robaste, ahora te sientes culpable y quieres devolverlo! Sois todas iguales, lasbaby gang, vais por ahí atracando a la gente, les robáis el móvil, el dinero, incluso las cazadoras… ¿Eres la líder de una banda?
¡No me lo puedo creer! Y ya no sé cómo detenerlo. Sí, nos ha descubierto usted: somos Alis, Clod y yo. Las tres rebeldes del Farnesina. Incluso hemos dado un golpe: ¡media chocolatina para cada una!
– Perdone, ¿puede escucharme un momento?
Por fin se calma.
– Un chico me regaló ayer este CD.
Le cuento toda la historia, el escaparate, el número escrito en el cristal, a continuación el autobús, el robo de mi móvil, los dos chicos rumanos. Ésos sí que forman una auténticababy gang, si es que se la puede calificar de «baby». Hasta le cuento lo del regalo de Alis del día siguiente.
– Qué amiga tan enrollada, fue muy amable. -Luego Sandro se queda un poco perplejo-. Pero, entonces, ¿qué puedo hacer por ti?
– Me gustaría saber quién es ese chico, quizá pagó con la tarjeta de crédito y salga allí su apellido, o a lo mejor pidió una factura y aparezcan en ella sus datos, su dirección…
Sandro me mira curioso, desconcertado, al final hasta un poco sobrecogido. A continuación arquea una ceja, puede que no acabe de tenerlas todas consigo. Intento convencerlo de que lo que le estoy contando es verdad y de que la única solución que tengo es decírselo.
– Ese chico, el que me regaló el CD, me gusta muchísimo.
Lo veo sonreír por primera vez. Tal vez porque piensa que podría ser su sobrina o que, en el fondo, está a punto de empezar una historia de amor o, sencillamente, porque esta vez se cree que no le he contado una mentira.
– Ven conmigo, vamos al despacho que hay ahí detrás.
Recorremos un largo pasillo. Encima de la puerta hay un cartel que reza: «Oficinas. Prohibida la entrada.»
– Venga, ven…, no te preocupes.
Abre la puerta y me deja pasar. Acto seguido, se sienta tras un escritorio, enciende un ordenador, saca unos recibos de un cajón y empieza a comprobarlos.
– Veamos, 15 de septiembre… Libros, libros, películas, CD dobles, más libros, libros… Aquí está. Esa persona sólo compró un CD, James Blunt,All the lost souls, recibo número 509. -Mira la pantalla-. Lo adquirió a las 18.25.
Sí, la hora es exacta. Es él. Yo había salido unos segundos antes. Sandro desplaza el cursor hacia abajo por la pantalla para averiguar cómo se efectuó el pago. Siento que mi corazón late cada vez más de prisa, cada vez más fuerte. Sandro sonríe. Es un visto y no visto, un instante. Porque después la sonrisa se borra de su rostro. Se asoma desde detrás del ordenador y me mira con seriedad.
– No. Lo siento. Veinte euros y cuarenta céntimos. Pagó en efectivo.
– Gracias de todas formas.
Salgo acongojada de Feltrinelli. Nada. Ya no me queda ninguna posibilidad. No volveré a ver a Massi. No sé hasta qué punto mis temores son infundados.
Subo al autobús de nuevo y todo me parece más triste, la realidad ha perdido color, se aparece casi en blanco y negro. Hay poca gente y todos dan la impresión de sentirse ofuscados, ni siquiera una pareja, alguien riéndose, alguien escuchando un poco de música, que siga el ritmo moviendo la cabeza. No hay nada que hacer, cuando un sueño se desvanece incluso la realidad pierde su belleza. Eh… ¡Caramba!, esa frase merece figurar en mi diario de citas. La verdad es que todavía no tengo uno, ¡pero me encantaría comprármelo! He recopilado ya alguna que otra, pero las he escrito en la agenda del colegio o en el móvil que aquellos dos tipos me robaron.
De improviso me viene a la mente el e-mail que Clod me escribió ayer. Está leyendo un libro de Giovanni Allevi, quien, entre paréntesis, a ella le gusta a rabiar, no tanto por su manera de tocar, sino por su forma de ser; se titulaLa música en la cabeza. Me ha copiado una cosa que a mí me parece muy fuerte y que ahora viene al caso: «Cuando persigues un sueño, encuentras en el camino muchas señales que te indican la dirección, pero si tienes miedo no las ves.» Eso es, no las ves. Miro con desconfianza detrás de mí. ¿Acabará de la misma manera el móvil que me ha regalado Alis? De modo que, para estar más segura, lo paso del bolsillo trasero al delantero. Ahora me siento más aliviada. ¿Cómo era esa frase que tenía en el móvil? Sí, porque sólo había una realmente sincera. Eso es: «¡No hay nada más bonito que lo que empieza por casualidad y acaba bien!»
Me gusta un montón y, no sé por qué, me hace pensar de nuevo en Massi y en todo lo que podría haber ocurrido entre nosotros y… ¡Eh, pero si ésta es mi parada! En cuanto toco el timbre, el autobús se detiene con brusquedad. El conductor me mira por el espejito y a continuación sacude la cabeza. Una señora un poco regordeta no consigue agarrar a tiempo la barra de hierro y cae en brazos de un anciano. Pero él no se enfada. Al contrario, sonríe. La señora se disculpa de todas las maneras posibles. Y él sigue sonriendo.
– No se preocupe. Estoy bien.
Mientras tanto, me apeo y al final yo también esbozo una sonrisa. ¿Quién sabe?, quizá mi distracción haya cambiado el destino de dos personas.