– Oye, Lore, pero…
– Chsss… -susurra mientras me tapa la boca con una mano. Justo a tiempo, porque el vigilante se asoma entre los tablones de la entrada y escruta a derecha e izquierda mientras nosotros nos aplastamos aún más contra la pared. No ve nada, de manera que retira la cabeza y se aleja. Pasados unos segundos, Lore me quita la mano de la boca.
– Uff.
Exhalo el aire que había contenido hasta ese momento.
– Menos mal.
– ¿Has sentido miedo?
– No, contigo no.
Le sonrío. Y veo sus ojos en la penumbra, se iluminan apenas y son grandes y profundos y preciosos, y no consigo dilucidar si me está mirando o no, pero sonríe. Veo sus dientes blancos en la oscuridad de la cueva. Y la verdad es que un poco de miedo sí que he sentido. Un poco, no. Sea como sea, no quiero decírselo.
– Venga, sí que has tenido un poco de miedo. Si nos hubiera descubierto…
– ¡Bueno…!
Pero no me da tiempo a proseguir porque se acerca a mí… y me besa. ¡Sí, me besa! Siento sus labios sobre los míos y permanezco un instante con la boca quieta sin saber muy bien qué hacer. Pero siento que él hace presión. Y su boca es blanda. Y, que extraño, la va abriendo lentamente… y yo también lo hago. ¡Y lo primero que pienso es que, por suerte, no llevo el corrector dental! Lo llevé hasta el invierno pasado y ahora mis dientecitos están bien alineados. Pero, en caso de que lo hubiese llevado, Lore se habría dado cuenta. Es un chico atento. Sí, me gusta mucho porque es atento, es decir, piensa en ti, en si tienes miedo, en si te apetece, si te gusta ir al castillo, en fin, que le interesa lo que opinas.
Pero ¿qué ocurre? Siento algo raro en la boca. Estamos en la oscuridad de la cueva, tan cerca el uno del otro que ni siquiera sé si me está mirando o no. Abro lentamente un ojo, echo un vistazo pero no se ve nada, de manera que vuelvo a cerrarlo, ¡Es su lengua! Socorro… Sin embargo…, no me molesta. Menos mal. Qué bonito. Siempre me he imaginado este momento; quizá demasiado, en serio, porque al final los demás te cuentan tantas cosas que acabas preocupándote más de lo que harías por ti sola.
Así que por fin me abandono y lo abrazo mientras seguimos besándonos. Y sus labios son suaves y de vez en cuando nuestros dientes chocan, nos echamos a reír y volvemos a empezar, ligeros, sonreímos en la penumbra y él me besa mucho y tengo el contorno de la boca mojado. Pero no me molesta… De verdad, no me molesta.
Alis y Clod están delante de mí, ambas con un granizado en la mano, el vaso suspendido en el aire justo delante de la boca. La camarera se acerca a nosotras.
– ¿Queréis algo más, chicas?
– ¡No! -respondemos al unísono sin dignarnos siquiera mirarla. La camarera se aleja sacudiendo la cabeza.
Alice deja el vaso sobre la mesa.
– No me lo creo.
– Yo tampoco…
Clod, sin embargo, da un buen trago.
– ¿Y después? ¿Y después?
– Pero si decís que no me creéis…
– Bueno, tú cuéntanoslo de todos modos, sí, ¡sea como sea, nos encanta!
Cabeceo. Alis no tiene remedio, es demasiado curiosa.
– Vale, vale, ¡pero que quede claro que todo es verdad! En fin, ¿por dónde iba?
– ¡Te estaba besando! -me contestan las dos a coro.
– Ah, sí… Claro.
De modo que regreso a la cueva. Oscuridad. Parece una película. Y siento que me estrecha entre sus brazos con fuerza, con más fuerza aún… Y yo lo abrazo. Y él desliza su mano por debajo de mi camiseta, pero por detrás, por la espalda. Y no me molesta. Me siento extrañamente serena. Me gusta estar entre sus brazos…, pero permanece quieto, no se mueve, no sube para desabrochar mi pequeño sujetador. Ahora no, por lo menos. Empieza a acariciarme, eso sí. Y sigue besándome. Después se aparta un poco y me pasa la lengua por los labios. Siento como si me los picotease y justo entonces su mano empieza a ascender por la espalda, lo sabía … Pero no me preocupo. De repente oímos unos pasos apresurados. Nos separamos y miramos hacia la entrada de la cueva. Isafea pasa corriendo por delante de la puerta. Corre cada vez más de prisa, fuera, entre la hierba alta y, de repente, ¡se cae al suelo!
– ¡Ahhh! -grita con todas sus fuerzas-. ¡Socorro! ¡Ay! ¡Ahhh! -y sigue gritando. Parece la sirena de una ambulancia.
Pasado un segundo llega el vigilante y la ayuda a levantarse.
– ¿Qué te ha pasado?¿Qué te has hecho?
Isafea le enseña la mano.
– Me ha mordido un animal aquí, me hace un daño tremendo, era una serpiente, ha sido una víbora, moriré, ¡socorro! ¡Socorro! -dice chillando y pateando.
El vigilante le coge el brazo, le aprieta la muñeca con ambas manos y los dos desaparecen detrás de unos árboles. ¡Ya no podemos verla! Lore y yo nos miramos durante unos segundos.
– ¡Ven, vamos!
Corremos hacia la salida de la cueva y, una vez fuera, apenas nos da tiempo a ver el viejo Seiscientos que dobla la esquina. Unos instantes después llegan Giacomo y Stefania.
– Pero ¿dónde estabais?
– En la cueva.
– ¿En la cueva? ¿En serio? -Giacomo no nos cree-. ¿Y se puede saber qué hacíais?
Nos miramos fugazmente, acto seguido Lorenzo le da un empujón a Giacomo.
– ¿Y qué se supone que debíamos hacer? ¡Estábamos escondidos!
– Ah, bueno. ¿Habéis visto al vigilante? ¡Se ha llevado a Isa! ¿Qué os parece? ¿La habrá secuestrado? Da igual que sea fea, ese lo que pretende es exigir un rescate, quiero decir que los padres de Isa son de Milán, ¡son riquísimos!
Gíacomo está fuera de sí. Dios mío, antes casi nos pilla con lo de la cueva… ¡Pero esto!
– Venga…, a Isa le ha mordido una víbora.
Stefania esboza una sonrisa.
– Anda ya…, no es posible.
– ¡La hemos visto!
– ¡Las víboras desaparecen cuando anochece!
– Bueno, eso es lo que ha dicho, y el vigilante le apretaba el brazo con todas sus fuerzas, quizá para impedir que el veneno pasase a la sangre.
Stefania se encoge de hombros.
– Bah, ni siquiera el vigilante sabe de qué va la cosa. Como mucho, habrá sido una culebra.
Lore y yo nos miramos.
– ¿Eh? -Incluso con cierto asco-. ¿Una culebra?
– Sí, una culebra, muerden, salen también al atardecer y no son venenosas.
– Ah, claro.
– Sea como sea, volvamos a la entrada de Villa Borghese, está oscureciendo.
De modo que echarnos a correr por el bosque hacia el bar que está a la entrada del parque, donde se encuentran también las pistas de tenis y la secretaría del club. Cuando llegamos, jadeantes, vemos a un montón de gente alrededor de una mesa. Isafea está echada encima de ella. Parece medio muerta. Pero luego, cuando nos acercamos, nos damos cuenta de que en realidad está medio viva. Llora y sorbe por la nariz y se aprieta la mano. Un señor que está allí cerca le ha pinchado en un brazo. Debe de ser médico.
– ¡Bueno, ya está! -dice acariciándole el pelo y despeinándola mientras Isa esboza una sonrisa-. Así nos evitamos posibles problemas-
Echa la jeringuilla en una papelera cercana.
Y yo me pregunto: ¿por qué cada vez que uno está mal y después sale bien parado o, en cualquier caso sobrevive o, en fin, supera el drama, todo el mundo te despeina? Porque, además, puede que incluso estés sudado y, sea como sea, a mí me molestaría que alguien a quien no conozco me alborotase el pelo. En fin. Después se aproxima un tipo que está siempre en la secretaría del club y que hasta el año pasado daba clases de tenis, y coge la mano de Isa.
– ¡Enséñamela!
Mira el punto donde mi amiga asegura que le ha mordido la serpiente. El hombre sonríe y sacude la cabeza, y coloca poco a poco el brazo de Isa junto a su costado.
– Puedes levantarte ya, no corres ningún peligro, te ha mordido una culebra. -Después se dirige al vigilante-: Hemos desperdiciado una ampolla de antídoto