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– ¡Venga! ¡Adelante! ¡Sigue!

Y come sin cesar todos los trocitos posibles de chocolate que encuentra en el plato, unas briznas minúsculas que levanta apoyando sobre ellas sus dedos regordetes antes de llevárselas a la boca. Le sonrío.

– Y después… me tocó ahí.

– ¿Ahí… ahí? -pregunta Clod abriendo asombrada los ojos, estupefacta. Apenas puede creer lo que acaba de oír.

¡La verdad es que, a veces, es absurda!

Alis ha recuperado su autocontrol y da sorbos a su granizado con parsimonia, como si nada, como si todas las mañanas escuchase un sinfín de cosas parecidas. A continuación coloca el vaso en el platito con la mayor delicadeza. Luego me mira a los ojos.

– ¿Y te gustó?

Clod la secunda al instante:

– Eh, sí, sí… ¿Te gustó?

– Bah, no lo sé… Me hizo un poco de…

– ¿Un poco…?

– Un poco…

– ¿De daño?

– ¡No, de eso nada! Fue muy dulce.

– ¡En ese caso, te hizo sentir bien!

Alice y su sentido práctico: ¡si no está mal, está bien!

– No…, me hizo…

– ¿Te hizo…?

– Cosquillas.

– ¿Cosquillas?

– Sí, cosquillas, quiero decir que me entraron ganas de echarme a reír. ¡Claro que no me eché a reír en su cara mientras me tocaba! No obstante, dentro de mí apenas podía contenerme. No sabéis cómo estaba…

Alis cabecea.

– Oye, pero ¿dónde te tocaba?

– Ya te lo he dicho.

– Sí, lo sé, pero ¿por encima?

– ¿Qué quieres decir?

La miro interesada.

– Ahora te lo explico. Perdone -Alis llama a la camarera-. ¿Me puede traer un papel y un bolígrafo?

– Sí.

La camarera resopla. Como si no fuese su trabajo. Y por descontado, no lo es. En cualquier caso, le pagan. También para ser amable, ¿no? Mientras la esperamos, Alis da un nuevo sorbo a su granizado. Acto seguido nos sonríe segura de sí misma.

– Ahora os lo enseño. En cualquier caso, está más claro que el agua: es evidente que para Lore era también la primera vez.

– ¡Yo no se lo pregunte!

Alis se arremanga.

– Calma, calma, ahora os lo explico…

Justo en ese momento llegan a la mesa un papel y un bolígrafo.

– Aquí tenéis… Luego devolvedme el boli.

La camarera se aleja sacudiendo la cabeza. ¡Qué tía, no me lo puedo creer! ¡Pero si nos ha traído una especie de Bic! Sea como sea, Alis ha empezado su explicación.

– Bueno, supongo que sabéis que Laura, mi hermana mayor, es médico, ¿no? Se ha licenciado en medicina.

– ¿Y eso qué tiene que ver?

– ¡Pues que me lo ha explicado todo! Cómo se siente placer y no cosquillas, por ejemplo…

Y hace un extraño dibujo, una especie de óvalo. Cuando por fin entiendo a qué se refiere, me quedo patidifusa.

– Alis, ¿de verdad quieres darnos una lección sobre sexo aquí?

– Claro, ¿por qué no? El sitio es lo de menos…

– Vale, como quieras.

– Vamos, prosigue. -Pero después me viene a la mente otra cosa-. Pero tu hermana ¿no es ortopedista?

– Sí, ¿y eso qué tiene que ver?

– ¿Cómo que qué tiene que ver? Pues que te habrá explicado lo que se hace cuando uno se rompe un brazo o una pierna. ¡Pero yo todavía no me he roto nada en esa parte!

– ¡Mira que eres imbécil!

– Hola, chicas, ¿qué hacéis?

Rosanna Celibassi. La madre más esnob, ¿qué digo esnob?, más superesnob de todo el Farnesina. Se planta delante de nosotras y nos escruta curiosa como siempre. No tiene remedio, es igual que su hija, Michela Celibassi. Son idénticas. La hija siempre quiere saberlo todo de todos, se informa, hasta nos coge las agendas para saber lo que hacemos. Yo, por suerte, conservo todas las informaciones, los pensamientos, las reflexiones, las decisiones y, sobre todo, los noviazgos, en caso de que suceda algo, en mi móvil. Mi fantástico Nokia 6500 Slide. Lo adoro. Yo lo llamo Noki-Toki. Pero ésa es otra historia, un poco más triste o quizá más bonita, no lo sé; sólo sé que hoy no tengo ganas de hablar de eso. ¡En parte porque ahora nos enfrentamos al problema Celibassi!

– Oh, hola, señora, nada… Estábamos tomando un granizado… -Alis dobla a toda velocidad el papel y lo esconde dentro de su agenda Comix-. Charlando…

– ¿Recuerdas lo de mañana por la noche, Alis?

– Por supuesto, señora.

– A las nueve. Voy ahora mismo a encargarlo todo… -La señora Celibassi vuelve a meter su elegante cartera en el bolso-. A Michela le gustará, ¿verdad? Ella también me ha hablado de ese sitio, dice que hacen las tartas de sabayón y chocolate más ricas de Roma. ¿Sabes si le gusta algo más en especial? Desearía que se sintiese lo más feliz posible…

Alis sonríe y ladea un poco la cabeza.

– No, con eso será suficiente, no se me ocurre nada más.

– Bien, en ese caso nos vemos mañana.

La señora Celibassi se aleja emitiendo un ruido de colgantes, cadenas, pulseras y varios objetos de oro que se balancean por todas partes. Si alguien la desnudase, podría pasar con eso dos semanas en las Maldivas, una vez superado el susto inicial. Clod espera a que se haya marchado.

– Eh, no nos habías dicho nada.

Alis parece algo avergonzada. -¿De qué?

– Sí, ahora finge que no me entiendes.

– ¿Michela celebra una fiesta mañana por la noche?

– Es que no quería que os sentara mal.

Clod se encoge de hombros.

– Ya ves, no habría ido de todos modos… Os aburriréis.

Alis asiente con la cabeza. Clod la mira fijamente.

– ¿Sabes a quién ha invitado?

– Ni idea. -Alis se encoge de hombros-. No lo sé. A varios de la clase…

– Pero ¿irán también Marchetti, Pollini, Faraoni y todos ésos?

Clod se ha puesto nerviosa. «Todos ésos» son los Ratas. ¿Creéis que un grupo de chicos más o menos imbéciles puede tener como apodo los Ratas? Bueno, la verdad es que van a otra clase, la D. Sólo arman bulla y son unos idiotas. Aunque he de reconocer que a veces me hacen reír mucho. Fueron a la fiesta de Bezzi, de Arianna, esa que se cree casi más que Celibassi, y uno de ellos, todavía no se sabe quién fue (aunque yo abrigo alguna que otra sospecha), hizo una cagada increíble. Pero no una cagada en sentido figurado, sino una cagada de verdad, que después metió en la lavadora, que estaba llena de ropa blanca: camisas, camisetas y jerséis de toda la familia. Luego la puso a centrifugar a todo meter. Supongo que os imaginaréis la especie de batido que salió de ahí. Los Ratas han gastado también otras bromas muy divertidas que ahora no recuerdo. Y, de todas formas, el que me lo contaba siempre todo era Matt. Matt, nombre verdadero Matteo, más bien rechoncho pero mono de cara, el pelo largo y castaño claro, un poco más oscuro que el mío. Iba hecho un guaperas, tenía siempre las camisetas y los pantalones justos o, al menos, era así cuando dejamos de vernos el verano pasado. No lo he vuelto a ver, Él fue quien me dijo que se apodaban los Ratas. Yo le pregunté de dónde venía el nombre, pero no quiso darme muchos detalles.

– Quizá te lo cuente algún día-

Fue más bien vago, daba la impresión de que me ocultaba algo, pero, aun así, yo me hice una ligera idea sobre el apodo, aunque temo que sea una supermacarrada. Por otra parte, si esos Ratas no dicen guarradas, no se divierten.

En cualquier caso, la historia de la fiesta de Celibassi se me ha quedado atravesada. Alis se apresura a coger la cuenta.

– Pago yo.

Casi me la arranca de las manos cuando llega la camarera. Tengo la impresión de que se siente culpable. ¡Aunque la verdad es que es ella la que paga siempre!

Clod se ha comido un último trozo de chocolate tras robarlo de mi platito y, al final, hemos salido. Nos tambaleábamos un poco al caminar, como esas amigas que comparten cierta amargura. En fin que, pensándolo bien, quizá Clod tiene razón: Alis debería habérnoslo dicho.