Tina es una mujer gorda, rechoncha, con un pecho abundante y el pelo oscuro y ondulado. Es la que antes ha gritado a Nico. Aunque físicamente Nico haya salido a ella, los ojos los ha heredado de su padre. Esa mujer trabaja como una mula, a menudo la veo lavando los coches que le llevan. Ella es la que se ocupa de esa tarea: los hace pasar por el túnel de lavado y luego los seca. Se abalanza con dos grandes trapos encima del capó y prueba a secar el parabrisas y después el techo, aunque el tamaño de su busto no es que le facilite la labor precisamente. Resopla porque le aprieta el mono, pero ella sigue con el pelo cayéndole por la cara, sudando y jadeando, y aun así hace su trabajo con gran meticulosidad. Y Nico haciendo cabriolas con la moto mientras su madre se desloma… En fin, es asunto suyo.
Un día, sin embargo, mientras vuelvo del colegio noto que una moto se acerca a mí. Se pega tanto que casi me hace caer y me obliga a frenar. Hasta que se quita el casco no me doy cuenta de que es él.
– ¡Nico! ¡Me has asustado!
– Perdona… -Hace una pausa y luego dice-: ¿Por qué no quieres salir conmigo? ¿Por qué soy el hijo del gasolinero?
No sé qué responder. Lo veo ahí, delante de mí, con el pelo rizado y el semblante resuelto pero que deja entrever un buen corazón, diría que incluso parece un poco cortado.
– ¿Por qué dices eso? No tiene nada que ver.
– ¿Estás segura?
– Por supuesto.
– Demuéstramelo.
– Para empezar, no tengo que demostrarte nada. Y, por si te interesa, no salgo contigo porque quieres llevarme con esa moto tuya que conduces como un loco… Ahora mismo he estado a punto de caerme. Si conduces sobre una sola rueda, nunca montaré contigo.
Nico sonríe.
– ¿Y si te prometo ir muy pero que muy despacio? ¿Y que no haré el caballito?
– Si me lo juras…
– Te lo juro.
Permanecemos en silencio unos segundos.
– ¿Vamos a dar una vuelta?
– No puedo.
– ¿Ves? Lo sabía…
– No puedo porque tengo que estudiar. Hoy no he hecho nada aún.
– ¿Mañana por la tarde?
Veo que me mira arqueando las cejas. Me está poniendo a prueba.
– Vale. Sobre las cinco, siempre y cuando no llueva.
Nico está encantado. Parece un niño caprichoso que acaba de obtener cuanto quería.
– Dame tu dirección para que pueda pasar a recogerte…
– No, nos vemos en la escuela. En el Farnesina.
– ¿Por qué? Eso también me parece sospechoso.
– Porque mis padres no me dejan ir con nadie en moto. Y nunca se tragarían tu juramento.
– Juro que lo mantengo.
– Vale. Adiós… Hasta mañana.
Echa la moto un poco hacia atrás y me deja pasar-
– Adiós…
Pero mientras vuelvo a casa siento que me voy poniendo cada vez más nerviosa. Maldita sea. No debería haber aceptado. Quiero decir que me ha puesto entre la espada y la pared. No me he sentido libre de poder elegir. O sea, ¿sabes cuando te das cuenta de que tienes que hacer algo a la fuerza? ¿Que incluso, aunque en un principio te apeteciera, luego no tienes ningunas ganas? Siempre he sido libre de elegir a las personas con las que salir y ahora me pasa esto, todo porque quería que entendiera que el hecho de trabajar en la gasolinera no tenía nada que ver… Bueno, he de reconocer que el lío me lo he buscado yo solita. Maldita sea.
Por la noche sigo agitada Por suerte, Ale ha salido a cenar, porque, de no ser así, nos habríamos tirado los platos por la cabeza. Además, no tengo el número de móvil de ese tipo -ni siquiera consigo llamarlo Nico de lo nerviosa que estoy-, de modo que no puedo mandarle un sms con una excusa cualquiera… ¡Menudo coñazo!
– ¿Qué te pasa, Caro? Te noto muy nerviosa…
– No es nada, mamá.
– ¿Seguro?
Me mira a los ojos entornando levemente los suyos. Da la impresión de que consigue leer mis pensamientos, y la verdad es que, en cierto modo, así es. Pero no quiero que se preocupe.
– Te repito que no es nada… He discutido con Alis.
– Siempre he dicho que esa chica es extraña, ¡sois demasiado distintas!…
– Sí, lo sé… Tienes razón, pero ya verás cómo se me pasa en seguida
Y así es. Después de lavarme los dientes y de arrebujarme entre las sábanas, me tranquilizo un poco. Pues sí, ¿qué más da? En el fondo sólo se trata de salir un rato mañana por la tarde, nada más. Puede que hasta me divierta. Sea como sea, es guapo y, además, a saber adónde me llevará. Y con estos últimos pensamientos, me voy calmando poco a poco y me duermo.
Sin embargo, cuando me levanto a la mañana siguiente vuelvo a sentirme inquieta. Es una agitación extraña, como cuando te das cuenta de que has tenido una pesadilla pero no recuerdas nada, tienes ganas de comer algo para desayunar pero no sabes qué, querrías estar sentada en el pupitre sin moverte y, en cambio, no dejas de toquetear el estuche y de sacar un lápiz tras otro, o de abrir la bolsa y buscar lo que sea, no importa qué…
– ¿Qué te ocurre, Caro?
– ¿Por qué lo dices?
– No paras de moverte. -¡Uf!
Incluso tu compañera te lo dice, y tú sabes que ha acertado pero aun así te molesta, en particular porque no le falta razón. En fin, por la tarde, después de haber estudiado lo justo, me planto delante del espejo. Me pruebo varios vestidos y al final elijo lo que me parece más adecuado: un par de vaqueros, una camisa azul oscuro de cuadros celestes y blancos, una sudadera Abercrombie azul claro, unas zapatillas Nike negras, un cinturón ancho D &G y una cazadora azul oscuro Moncler. En pocas palabras, que no quiero ni pasarme ni quedarme corta. Hasta me he recogido el pelo y estoy sentada en la cama mirando fijamente el radiodespertador que hay sobre la mesa donde, a esta hora y en circunstancias normales, seguiría estudiando.
16.10.
16.15.
16.18.
Me recuerda a algo que me contó Rusty James una vez. Cuando hacía el servicio militar se despertaba prontísimo y siempre tenía el día muy ocupado, pero una hora antes del permiso de salida, se quedaba de brazos cruzados. El tiempo se le hacía eterno. Algunos se sentaban sobre un muro con las piernas colgando, otros paseaban arriba y abajo, fumaban un cigarrillo u hojeaban el único periódico disponible, casi reducido a jirones, por enésima vez. ¡Luego, por fin, sonaba la trompeta! Y entonces todos se precipitaban hacia la pequeña puerta, que era la única salida del cuartel. Pues bien, yo me siento exactamente así. Sólo que yo no salgo de permiso. ¡Salgo con el «coronel Nico»! Es como si el reclutamiento fuese de nuevo obligatorio sólo para mí. Bueno, al final, de una manera u otra, incluso ordenando mi habitación por segunda vez, se hacen las 16.50 y yo también puedo salir a toda prisa.
Dejo una nota para mi madre: «Vuelvo en seguida, Caro.» Quizá esta sea la única vez que será cierto. Al menos, ésa es mi intención. Cuando llego delante del colegio, él ya está allí, apoyado en la moto con dos cascos idénticos, uno sobre el depósito y otro a su lado, sobre el sillín.
– ¡Hola!
Está exultante.
– Hola…
Espero que el tono de mi voz no me haya delatado. Veo que no. No arranca la moto y se marcha, de manera que no tiene ni idea de lo que pienso.
– Pongo el candado y en seguida estoy contigo…
– Claro, no hay prisa…
Mientras pongo la cadena me inclino junto a la rueda delantera y, como si se tratase de un pequeño detalle situado entre el carburador y el caballete, veo asomar sus zapatos: son de ante, con unos flecos peinados hacia adelante y una pequeña hebilla en un costado. Dios mío, ¿de dónde los habrá sacado? Ni siquiera buscándolos en internet se puede dar con algo semejante, ni aun entrando en eBay y escribiendo en el buscador: «La cosa más horripilante del mundo.» ¡Ni siquiera allí son capaces de llegar a ese extremo! En cualquier caso, da igual. Ahora ya no tiene remedio.