Bingo. Nico sonríe esperanzado.
– Bueno, una de estas noches podríamos salir a cenar…
Me mira muy seguro de sí mismo. Eso sí que no. Basta. El hecho de que no te importa que sea hijo del gasolinero se lo has demostrado ya. Ahora basta.
– Lo siento… -Entonces se me ocurre algo genial-. Pero ya salgo con un chico…
– ¿Qué?
Vaya, no lo había pensado, ahora es capaz de decirme de todo, reprocharme que no se lo haya contado antes.
– Bueno, en realidad hemos roto. Nico…, es que no puedo dejar de pensar en él… En fin, que quería probar a salir contigo… Creía que podría…
Me viene a la mente una de esas estupideces que se oyen decir a veces.
– Ya sabes…, un clavo saca otro clavo…
Silencio. Sin embargo, Nico sigue sonriendo, todavía abriga alguna esperanza. ¡Y, de repente, me veo gorda, obesa, con un pecho enorme, embutida en un mono de gasolinero y lavando los cristales de los coches junto a la madre de Nico! A continuación, como en una especie de rápida metamorfosis, adelgazo en un abrir y cerrar de ojos, vuelvo a llevar puesta mi ropa, vuelvo a ser yo misma, la de siempre, libre…
– Pero, en lugar de eso, he comprendido que no hay nada que hacer, que todavía estoy obsesionada con él…
De nuevo, silencio.
– ¿Lo entiendes, Nico? Es lo que hay, lo siento.
Poco después nos bajan y abandonamos la cabina. Me acompaña a casa sin pronunciar una palabra durante todo el trayecto.
– Gracias, me he divertido mucho. -En ocasiones se impone la mentira-. Ya nos llamaremos, ¿no?
– Sí, adiós. -Se despide con la boca pequeña y la espalda encorvada, disgustado.
Luego se aleja lentamente con la moto y me deja así, con el pececito en la mano.
Cuando llega al extremo de la calle, hace el caballito, alza la moto y echa a correr con una sola rueda, acelerando y frenando. Por suerte, no se cae. Sólo me habría faltado tener que acompañarlo al hospital.
Amy Winehouse.Me & Mr. Jones. Alegre, bonita, efervescente. Voy circulando con la moto y el pez casi parece bailar al ritmo de la música, hasta tal punto se balancea en su bolsa llena de agua, que he colgado en el perno del parabrisas. ¡Madre mía, menuda tarde! Nunca más. En serio, no me gustaría volver a repetir una salida similar, aunque la verdad es que no estoy muy segura de que, si me vuelve a ocurrir, sea capaz de tener la lucidez y la determinación que he demostrado hoy. Ya está: Lo llamaré el Día de la Cebolla. Quiero ver si de verdad seré capaz de olvidarlo cuando me vuelvan a proponer un «Día de la Cebolla».
Antes de regresar a casa paso por Valle Giulia. Está lleno de curvas y debo prestar mucha atención para no acabar con la rueda de la moto dentro de los raíles del tranvía… ¡De lo contrario, puedo salir volando! Llego frente a la Galería Nacional de Arte Moderno, giro a la derecha y subo por Villa Borghese.
Bajo de la moto y me quito el casco. Prácticamente ha oscurecido ya, pero la fuente está iluminada.
– Mira, aquí dentro encontrarás un montón de pececitos como tú… Ya verás cómo vas a estar fenomenal…, ¡Sam!
Lo llamo así, pese a que no sé si es un macho o una hembra. Lo único que sé es que el Día de la Cebolla ha servido para salvar a alguien, al menos por el momento. Vierto el contenido de la bolsa de plástico en la fuente. Plof.Sam da un buen salto, se hunde y se detiene por un momento como si estuviera aturdido, pero acto seguido se libera de la estrechez de la bolsa de plástico, sacude la cabeza y, poco a poco, empieza a nadar con alegría
– Eso es,Sam, diviértete… Vendré a verte pronto.
La verdad es que no sé si lo haré durante los próximos días, el mes que viene o incluso a lo largo del año, pero me gusta la idea de tener un amigo pez que de nuevo nada libre en esa fuente tan bonita. Lo reconoceré porque es rojo y tiene una pequeña mancha en el dorso, justo debajo de la aleta, y me encantará acercarme a él y decirle: «Eh, Sam Cebolla, ¿cómo te va?» Y verlo llegar procedente de cualquier rincón de la fuente y aproximarse a mí moviendo la aleta, pese a que no es un «pez-perro». Sí, ya sé que eso nunca ocurrirá, pero me gusta imaginar que podría ser así… por otra parte, si tú no crees en tus propios sueños, ¿cómo puedes esperar que otra persona lo haga por ti?
De manera que vuelvo a casa muy satisfecha y algo hambrienta. Pero cuando entro no encuentro a nadie. Sólo una nota: «Ve cuanto antes a casa de los abuelos. Todos estamos ahí. Tu madre.» Esa firma, esa poca información, ese «Ve cuanto antes», esa prisa repentina incluso en la escritura… Esa manera de recalcar que esmi madre. Como si una chica de catorce años todavía no estuviera preparada, como si con los años no hubiese ido desarrollando las emociones, la manera de sentir, como si sólo fuera un motivo de preocupación y hubiera que temer su manera de reaccionar. Y mientras me dirijo hacia allí con la moto no dejo de pensar, de razonar, trato de entender. Pero no alcanzo a imaginar qué puede haber sucedido. No sé que en unos instantes oiré el silencioso sonido que produce la ruptura de un sueño.
Qué extraño. La puerta está abierta.
– Hola… Estoy aquí… ¿Mamá?
La veo al fondo del pasillo. Está mirando dentro de una habitación. A continuación me ve y esboza una sonrisa. Frágil. Leve. Cohibida. Llena de dolor. A un paso de las lágrimas. Una sonrisa que cuenta una historia. Que no entiendo. Que no quiero entender. Se acerca a mí, primero lentamente, después cada vez más veloz, hasta que casi echa a correr. Me abraza, me estrecha y cierra los ojos respirando profunda y prolongadamente. Pretende ser una madre, grande, fuerte. Y, en cambio, sólo es una hija con los ojos anegados en lágrimas.
– El abuelo ha muerto.
– ¿Cómo?
Me entran ganas de gritar y rompo de inmediato a llorar.
– Chsss…, chsss…, tranquila, pequeña…
Mi madre me acaricia el pelo, me estrecha entre sus brazos, después me lleva consigo sin soltarme por el pasillo hasta que llegamos a la última habitación, la misma frente a la que ella se encontraba antes. El abuelo yace en la cama con un semblante sereno, aunque condenado al silencio. Siento cierto temor. No sé qué hacer. Alzo la mirada. Tengo los ojos llenos de lágrimas. Empañados. Como si fuesen unas lentes que cambian mi manera de verlas cosas.
En la habitación hay varias personas. Parientes. Parientes que hace tiempo que no veía. Alessandra. Rusty James está en un rincón. Mi padre habla al otro lado con su hermana. Me separo de mi madre. Me libero de ella y me acerco al abuelo. Me detengo junto a una de las esquinas de la cama. Después me armo de valor y me aproximo cada vez más. Siento sobre mí los ojos de los presentes. No levanto la mirada. La mantengo fija en el abuelo.
Lo siento mucho. Te echaré de menos. Siempre me hacías reír, y dibujabas tan bien. Me habría encantado llegar a ser tan buena como tú, que tú me enseñases. Siempre te mostrabas paciente, tranquilo, nunca alzabas la voz y me contabas cosas que me mostraban todo cuanto tú habías visto y yo desconocía. Además, ese amor tan grande que sentías…, como el dibujo que hiciste hace tan sólo unos días. Tu amor por la abuela. Alzo la mirada. Ella está sentada delante de mí en una silla pequeña. Tiene el pecho encogido, la cara lavada, sin una gota de maquillaje, está pálida y en silencio. Me mira sin decir nada. Luego mira de nuevo al abuelo. Y yo no aparto los ojos de ella. Primero ella, después él, a continuación los dos. ¿En qué estará pensando la abuela? ¿En alguno de los recuerdos que les pertenecían sólo a ellos dos? ¿Dónde está ahora? ¿En qué tiempo, en qué lugar? ¿En qué momento de los innumerables en los que ha sido amada? Me gustaría decirle: «¡Ha sido magnífico, abuela! Hacíais una pareja fantástica, siempre cogidos de la mano. ¡En vuestro amor no se percibía la menor huella de vejez! ¡A veces vuestros besos me obligaban a volverme! Emanaban el aroma del amor. ¿Qué vas a hacer ahora, abuela?'» Se me encoge el corazón. Extiendo la mano, hago acopio de valor y la apoyo sobre la del abuelo. Está fría. De repente me siento sola. Al cabo de unos instantes veo cómo se desvanece un sueño: yo, llevándolo a él en la moto. El abuelo que me abraza y se ríe, con sus piernas largas y las rodillas tan altas que casi puedo apoyar en ellas los codos mientras conduzco. Nos lo habíamos prometido. Era una promesa, una promesa, abuelo. Menuda faena. Y me echo a llorar a lágrima viva.