Se durmió mientras intentaba recordar el nombre de la casa de Catherine de Burgh. Se durmió a causa del alcohol y la fatiga, pero aun cuando estaba a punto de caer en los brazos de Morfeo, supo que el sueño no duraría mucho.
La luna que la noche anterior había permanecido oculta se asomó por entre las nubes tenues, recortada contra el océano de la noche. Era una luna blanca y llena, con iridiscencias verdosas, de luz intensa y fría. Wexford creyó que fue la luna, el rayo reluciente que se filtró entre las cortinas medio corridas, lo que lo despertó. Una franja de luna le atravesaba el rostro y el cuello como un brazo blanco.
Se levantó y corrió las cortinas del todo. Si lo hubiera hecho antes de acostarse, quizá no se habría despertado. Bien podía ser que la hora que acababa de dormir fuera el único sueño que se le concediera aquella noche. Paseó la mirada por la habitación bañada en una luz grisácea, casi perlada. Había cosas de Dora por todas partes. Cepillos y un frasco de perfume sobre el tocador, una bufanda colgada sobre el respaldo de una silla, sobre su mesita de noche una caja de pañuelos de papel y su otro reloj, el que no llevaba. Al cerrar el armario había pillado sin querer la tela de una de sus faldas. El tejido pálido y sedoso relucía en la penumbra. Abrió la puerta del armario, empujó la tela hacia el interior, deslizó una percha por la barra, aspiró la fragancia de su mujer y volvió a cerrar la puerta.
Oyó el ruido en cuanto se acostó y supo de inmediato que lo había oído antes, un minuto antes, y que era eso lo que lo había despertado, no la luz de la luna.
Se incorporó en la cama y aguzó el oído. Un crujido que se repetía, pasos sobre la gravilla del sendero. Se levantó y recogió la ropa que se había quitado, los pantalones y los calcetines. Sobre el respaldo de la silla había dejado un jersey de cuello redondo. Se lo pasó por la cabeza, caminó de puntillas hasta la puerta del dormitorio y la abrió con sigilo. De la planta baja le llegó otro sonido, una especie de chasquido metálico. Alguien intentaba abrir la puerta trasera.
Pero estaba cerrada por dentro. ¿Qué creían? ¿Qué era un policía que dejaba la puerta trasera abierta toda la noche? Eran los de Planeta Sagrado, no le cabía la menor duda. Tal como había supuesto, enviaban a un representante, y además a su casa y en plena noche. El reloj digital de la mesita de noche de Dora señalaba la una menos siete minutos.
La luna no lograba filtrarse por entre las espesas cortinas del rellano, que estaba sumido en la oscuridad. Sus ojos se acostumbraron a ella mientras esperaba. Ya distinguía los contornos de las ventanas, el brillo pálido de la luna en el vestíbulo, la ventana situada junto a la puerta, la puerta abierta del salón. Bajo la ventana del rellano, en el costado exterior de la casa, se oyeron más pasos. No habían logrado abrir la puerta trasera, de modo que se dirigían a la delantera. Tap, tap, pasos silenciosos, pero no lo suficiente. A todas luces, el silencio no era su máxima prioridad. Fueran quienes fuesen, quisieran lo que quisiesen, no temían a Wexford, de eso estaba seguro.
¿Cómo conseguirían que los dejara entrar? Probablemente llamarían a la puerta. Entonces, ¿por qué habían intentado abrir la puerta trasera? De repente se le ocurrió una idea. Tenían las llaves de Dora.
Tenían la llave de ambas puertas, y por alguna razón habían intentado abrir primero la trasera, pero Wexford la había cerrado por dentro.
Así pues, se dirigían a la puerta principal.
No quería que lo vieran todavía. Entró en el dormitorio de la parte delantera de la casa, pero el tejado del porche le bloqueaba la visibilidad. De repente oyó una llave al girar en la cerradura de la puerta principal. La puerta se abrió, y alguien entró en la casa antes de cerrar con suavidad, casi sigilosamente.
Lo último que esperaba era que el intruso encendiera la luz. Oyó el chasquido del interruptor sin darse cuenta de que se trataba de eso, y la luz del vestíbulo inundó el rellano. Salió del dormitorio y corrió a la escalera, listo para enfrentarse a ellos.
Dora estaba de pie en el vestíbulo, con la vista alzada hacia él.
12
La mantuvo abrazada. Tenía miedo de que volviera a desaparecer si la soltaba. No podía tratarse de un sueño porque tenía su verdadera edad, y él también. Dora rió débilmente cuando Wexford le contó que, en sus sueños, ambos eran jóvenes, pero su risa no tardó en trocarse en llanto. Wexford la abrazó con fuerza y apretó la mejilla contra el rostro empapado de ella.
– ¿Qué puedo hacer por ti? ¿Te apetece algo? ¿Quieres que te lleve arriba? Antes podía. ¿Quieres que lo intente?
– Como Rhett Butler -musitó Dora entre sollozos-. No seas tonto, Reg.
– Ya sé que soy tonto… Dios, estoy tan contento…
– Yo tampoco estoy descontenta precisamente -replicó Dora con fingida sequedad.
– Una copa -propuso él-. Una copa bien cargada. ¿Has comido bien? Esta noche no te preguntaré sobre lo ocurrido. Toda la policía de Mid-Sussex querrá interrogarte mañana, pero esta noche quiero que estés tranquila.
Dora se apartó un poco de él para mirarlo a los ojos.
– ¿Por qué no estabas en la cama, Reg? ¿Qué ha sucedido?
– Creía que eras un representante de Planeta Sagrado y no tenía intención de presentarme ante ellos en bata.
– ¿Así es como se llaman? Bueno, supongo que soy una representante, aunque no precisamente oficial. No sé por qué me han liberado; nadie me ha dicho nada. Se limitaron a cubrirme otra vez la cabeza con aquella capucha asquerosa y a traerme aquí.
– No tienes que hablar de ello ahora. Dios mío, nadie ha estado jamás tan contento de ver a alguien como yo… ¿Qué te apetece?
– Bueno, lo que más me apetece es un baño. Las instalaciones sanitarias dejaban bastante que desear, así que me gustaría bañarme y que me trajeras un gin tonic bien cargado a la bañera. Y luego me gustaría dormir.
Cuando regresó con la copa, encontró toda la ropa de su mujer tirada en el suelo del dormitorio. Era la primera vez que hacía algo así, se dijo Wexford. Esbozó una sonrisa, luego estalló en carcajadas y por fin recogió todas las prendas para meterlas en una gran bolsa de plástico esterilizada.
Las seis y media. Era demasiado temprano para llamar al jefe de policía, pero Wexford lo llamó de todas formas.
Montague Ryder daba la impresión de llevar levantado varias horas y haber dado un par de vueltas al término municipal de Myringham.
– Supongo que no hace falta que le diga que tendremos que hablar largo y tendido con su mujer, y que deberá contarnos todo lo que sepa. Habrá que grabar su declaración y con toda probabilidad, repasarla para asegurarnos de que no se nos escapa nada.
– Lo sé, y ella también lo sabe.
– Bien, estupendo. El tiempo es oro, así que cuanto antes empecemos, mejor. Pero no la despierte, Reg; déjela dormir hasta las nueve si es posible.
Dora dormía a pierna suelta cuando Wexford salió del dormitorio para llamar. Él no había dormido mucho, sólo a ratos inquietos, porque no había cesado de despertarse para comprobar que todo era real, que Dora había regresado y yacía en la cama junto a él. En la cocina preparó té, zumo de naranja y también café, por si acaso. El tiempo pasaba volando ahora. Pensó en la mañana anterior, cuando paseara con Amulet por la casa, esperando el inicio de las noticias. Los minutos se le habían antojado eternos, como si el tiempo se hubiera detenido. El tiempo avanza a ritmos distintos con personas distintas. Te diré con quién camina pausado el Tiempo, con quién echa a correr y con quién se detiene por completo…