– Pues claro que hay pudín. ¿Cuándo te he servido yo una comida sin pudín? Ni una sola vez en toda nuestra vida de casados. Pero tengo un huequecillo y me parece que tendré que atacar el Camembert antes del postre, como hacen los franceses.
– ¿Sabe dónde está Brendan ahora, señora Panick?
– Bueno, seguro que no está con sus padres, querida. ¿En Nottingham, quizá? Vino a vemos hace un par de semanas… No, mentira, hace ya casi un mes, por algo relacionado con mariposas y sapos. Le encantan los animales. Su trabajo consiste en salvar animales, ¿sabe? Un poco como los de la protectora. En fin, vino a vemos una noche. Cenamos faisán, congelado, por supuesto, porque la temporada de faisanes no empieza hasta el mes que viene, pero estaba muy rico, y además preparé salsa de pan, salsa de naranja, patatas al homo, relleno y tarta de chocolate con nata. Llegó a las cinco, más contento que unas pascuas, y aparcó la caravana delante de la ventana de la cocina para poder oler la comida, dijo.
– ¿Vive en una caravana? -preguntó Hennessy, procurando no sonar demasiado horrorizado.
– Bueno, en realidad es una autocaravana Winnebago, querido. Se pasa la vida de aquí para allá; nunca se sabe por dónde anda.
– ¿No tiene domicilio fijo?
– No, fijo no, a menos que cuente éste.
– Le agradeceríamos que la próxima vez que aparezca nos avise.
– Así lo haré -aseguró Patsy Panick para sorpresa de Nicky Weaver.
– ¿Dónde tienes escondido el pudín, Patsy? -terció Bob.
– ¿No os han parecido demasiado buenos para ser verdad? -comentó Nicky Weaver mientras atravesaban Forby, designado (o condenado) en cierta ocasión como el quinto pueblo más bonito de Inglaterra.
– Nadie es demasiado bueno para ser verdad -replicó Hennessy, imitando el tono de Wexford, a quien admiraba sobremanera-. ¿Insinúa que tal vez estaban fingiendo?
– Supongo que no… En fin, tal como atacan la comida, Brendan Royall no tendrá que esperar mucho para recibir la herencia.
– Qué lástima que viva en una Winnebago -masculló Damon-. Qué mala suerte.
– ¿Quieres decir que te da envidia porque también te gustaría vivir en una Winnebago o que te exaspera porque será muy difícil de localizar?
– Ambas cosas.
Cuatro hombres, uno de ellos con un tatuaje, otro que olía a acetona, uno con guantes. Un Golf rojo, un sótano, un baño recién instalado, máscaras de tela de saco pintada con aerosol, esposas, un coche de color claro, una matrícula que empezaba por L y acaba en cinco siete. Un hombre con acento cockney adquirido. Tales fueron los datos que Wexford presentó a las cuatro, durante una reunión en el antiguo gimnasio, a los integrantes de su equipo que no se hallaban en Nottingham o Guilford. Éstos, a su vez, le hablaron de un joven paranoico que se había peleado con sus padres y una Winnebago que Nicky Weaver había empezado ya a buscar.
– Me gustaría mucho saber si Brendan Royall tiene un tatuaje -comentó Wexford-. Es probable que sus padres lo sepan.
– O la señora Panick -añadió Nicky.
Con cierta timidez, Lynn Fancourt intervino para decir que no quería parecer ignorante, pero ¿qué era una Winnebago? Burden le explicó que se trataba de una autocaravana de lujo, algo parecido a un bungalow con ruedas. Con ella, Royall podía recorrer el país entero y aparcar en apartaderos cuando le viniera en gana.
Acto seguido, Wexford les dejó escuchar las cintas. El jefe de policía llegó de forma inesperada al cabo de cinco minutos de dar comienzo la primera. Se sentó a escuchar, y al acabar acompañó a Wexford a su despacho.
– Su mujer debe de tener muchas más cosas que contarnos, Reg.
– Sí, señor, pero tengo miedo de que…
– Sí, lo comprendo, yo también. ¿Cree que la ayudaría contar con el apoyo de un psicólogo?
– Con franqueza, señor, hablar conmigo es su terapia. Hablar y que yo la escuche. Esta noche seguiremos hablando en casa.
El jefe de policía miró el reloj como hace la gente cuando está a punto de hablar de plazos.
– ¿Recuerda que me dijo que los periódicos no mostrarían ningún interés si se levantaba la prohibición sobre este asunto un viernes o un sábado? ¿Que lo que más les gustaría era que se levantara a última hora de un domingo?
Wexford asintió con un gesto.
– Pues entonces la levantaremos mañana.
– De acuerdo, si usted lo dice…
– Así es. Vendrán en jaurías, recibiremos cientos de llamadas durante todo el día de personas que afirmarán haber visto a los Struther en Mallorca o Singapur, de gente que sabrá que el sótano en cuestión está en casa de sus vecinos, etcétera, etcétera, pero puede que también averigüemos algo útil. Y eso es precisamente lo que necesitamos ahora, Reg.
– Lo sé, señor.
– A veces creo que deberíamos atenemos más al sistema continental, como el francés, por ejemplo. Mantener las investigaciones en secreto, convertirlas casi en operaciones de incógnito en lugar de informar de todo a la opinión pública. En definitiva, mantener al margen a la prensa, la opinión pública y los familiares de las víctimas mientras dura la investigación. En cuanto la opinión pública se entera de todo, la presión a que nos vemos sometidos aumenta.
Reminiscencias de aquel congreso sobre métodos continentales…
– Esperan resultados inmediatos -comentó Wexford.
– Exacto, y eso conduce a errores.
Al término de la conversación, Wexford se fue a casa. En High Street pasó junto a una desordenada fila de moradores de los árboles que, cargados con sus bártulos, se dirigían a los mejores lugares para ir a alguna parte en autoestop. Algunos de ellos se marchaban a protestar a otra parte mientras durara la evaluación medioambiental.
El Golf rojo aparcado delante de su casa le causó un sobresalto, pero por supuesto, era el de Sylvia. Estaba tan inmerso en aquel asunto que ni siquiera reconocía el coche de su hija. Entró en la casa y vio que no estaba sólo una de sus hijas, sino ambas. Dora sostenía en brazos a la pequeña Amulet. Wexford recordó que era la primera vez que veía al bebé.
– No te preocupes, papá; pasaré la noche en casa de Syl, papá -anunció Sheila.
– Jamás me preocupa verte, cariño -mintió antes de dedicar una sonrisa a Sylvia-. Veros a las dos.
– En fin -suspiró Sylvia al tiempo que se levantaba-. Nos vamos; sólo hemos venido a ver a mamá. ¿No te parece que nos hemos portado bien? No hemos hablado de todo esto con nadie. Sheila conoce a cientos de periodistas y se le podría haber escapado algo en cualquier momento, pero hemos sido auténticas tumbas.
– Os habéis portado de maravilla -aseguró Wexford-. El lunes podréis hablar cuanto queráis -Lanzó una mirada severa a Sheila-. Es la primera vez que sé de una mujer que se pasa la vida deambulando por la campiña con un bebé de una semana. Hala, dadme un beso y marchaos.
En cuanto se fueron, abrazó a Dora y comprobó que el corazón le latía con violencia. Asimismo reparó en que la mano que alzó para acariciarle el hombro temblaba.
– ¿Te apetece una copa? -propuso-. ¿O algo para comer? Si quieres salimos a cenar. Es tarde, pero no demasiado para ir a La Méditerranée.
Dora sacudió la cabeza.
– Me he puesto a temblar al llegar a casa. Karen me ha traído y ha entrado para prepararme una taza de té, pero en cuanto se ha ido he empezado a temblar. Entonces han llegado las chicas. Sheila ha venido desde Londres en un coche alquilado. No quiero volver a temblar, Reg; me desconcierta.
– ¿Crees que te ayudaría seguir hablando del secuestro? ¿Del sótano y de esa gente?
– Es posible.
– Tendré que grabarte.
– No importa. La verdad es que ya me he acostumbrado -bromeó con una carcajada algo forzada-. No quiero volver a sostener una conversación a menos que me la graben.
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