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– ¿Cómo averiguaron quiénes erais si no hablaban? -inquirió Wexford.

Dora tenía unas ojeras enormes y unas arrugas en torno a la boca que no recordaba haberle visto con anterioridad. Por lo menos había dejado de temblar, y mantenía las delgadas manos apoyadas sobre el regazo.

– Después de traer a los Struther -comenzó con voz firme-, el del tatuaje volvió y nos dio a cada uno un pedazo de papel. Eran trozos arrancados de un cuaderno de papel pautado. No dijo una palabra, pero como ya he dicho, ninguno de ellos hablaba. Kitty Struther estaba tumbada en la cama, llorando y gimiendo que quería irse de vacaciones. Era surrealista. Ahí estábamos, en una situación espantosa, y ella quejándose de que le habían echado a perder las vacaciones. El del tatuaje dejó un papel junto a ella, pero fue su marido quien lo rellenó por ella. En el papel ponía sólo «nombre», por lo que concluimos que querían saber nuestros nombres. Owen Struther dijo que eran unos criminales y unos terroristas, y que no pensaba facilitar las cosas a semejantes elementos, pero cuando Roxane le contó que le habían pegado (por entonces ya tenía un enorme cardenal en un lado de la cara), dio su brazo a torcer. Dijo que accedería en aras de su esposa. Anotamos nuestros nombres, y al cabo de un rato, el del tatuaje volvió para recoger los papeles.

– ¿No le dijiste quién eras?

– Escribí que me llamaba Dora Wexford, si te refieres a eso -repuso su esposa, mirándolo con expresión interrogante-. Ah, ya entiendo… No les dije que estaba casada contigo. Supongo que imaginé que lo sabrían…, pero puede que no.

¿Cuántas personas reconocerían su nombre? No demasiadas. Cierto era que en el pasado había salido varias veces por televisión en relación con casos anteriores, para pedir en público la colaboración de testigos o la ayuda de los ciudadanos, pero nadie recuerda cómo se llaman los policías que salen en tales retransmisiones ni aquellos cuya fotografía aparece en los periódicos.

– Recuerda que no hablaron con nosotros en ningún momento, Reg -señaló Dora-. Y nosotros tampoco hablábamos mucho con ellos. Bueno, Roxane sí. La primera vez que trajeron comida, Kitty les dio las gracias, y eso hizo reír a Roxane, pero el del tatuaje la agarró por los hombros y la zarandeó hasta que se calló. Los demás apenas hablábamos con ellos. No creo que supieran que el jefe de la investigación era mi marido.

El viernes por la tarde ya lo sabían, se dijo Wexford, y por eso la dejaron marchar. La idea de tener a su esposa entre los rehenes era demasiado para ellos. Sin duda se llevaron un buen susto al enterarse. Además, al liberarla se aseguraban de que le transmitiría el mensaje, pero ¿cómo se habían enterado?

– Dices que el del tatuaje pegó a Roxane Masood cuando intentó atacarlos a él y al de la cara de goma, ¿no? ¿Por qué él o alguno de los demás no intentó pegar a Kitty Struther?

– Kitty no los atacó -repuso Dora tras un instante de reflexión-; sólo gritaba y gemía.

– Pero le escupió. A la mayoría de la gente le parecería algo intolerable. Más tarde, el del tatuaje agarró a Roxane y la zarandeó sólo por reírse cuando Kitty le dio las gracias por la comida.

– No tengo ni idea, Reg. Sé que no les gustaba Roxane porque les ocasionó problemas desde el comienzo. Owen Struther hablaba mucho de no hacer ningún gesto conciliatorio, de «no dar cuartel al enemigo», como solía decir. No es lo bastante viejo para haber luchado en la Segunda Guerra Mundial, pero hablaba como si fuéramos prisioneros de guerra. Sin embargo, era Roxane quien oponía más resistencia. Al día siguiente, la segunda vez que el conductor y el de la cara de goma nos trajeron comida, Roxane se quedó mirando el plato y dijo: «¿Qué es esta bazofia?». Y luego lo tiró al suelo. Eran alubias frías y pan, lo que no está tan mal cuando tienes hambre, que era nuestro caso, pero Roxane lo tiró todo al suelo. El de la cara de goma volvió a pegarle, y Roxane se dispuso a contraatacar. Fue horrible, pero en aquel momento Owen Struther intervino y consiguió detener la pelea. No hizo gran cosa, sólo decirles que pararan y apoyar una mano en el hombro de Roxane, pero supongo que debía de irradiar una autoridad que surtió efecto. Kitty empezó a llorar otra vez, y Owen se sentó junto a ella para acariciarle la cabeza y cogerla de la mano. Al cabo de un rato llegó el del tatuaje y limpió la porquería.

– ¿Todos dormisteis en el sótano aquella noche?

– Hacia las diez, el de la cara de goma y el del tatuaje entraron, apagaron la luz y desenroscaron la bombilla…, ah, y también la del baño. Siempre venían de dos en dos, por cierto. A fin de cuentas, éramos cinco, aunque no creo que Kitty o yo pudiéramos haber hecho gran cosa. Todo quedó a oscuras, pero al cabo de un rato se filtró un poco de luz por la conejera pegada a la ventana.

– ¿Quieres decir luz artificial?

– Tal vez una farola, la luz exterior de una casa o de un porche… No era luz de luna, que sí vimos el jueves por la noche. Sobre cada cama había una manta, pero ninguna almohada. No hacía frío. Ninguno de nosotros se quitó la ropa. No era el sitio más indicado. Bueno, yo me quité la chaqueta y la falda. Ah, una cosa que te hará gracia…

– Lo dudo.

– Que sí, Reg. Llevaba un cepillo de dientes en el bolso. Al día siguiente me lo quitaron, pero aquella noche aún lo tenía. Había comprado tres tubos de dentífrico el día antes, con una de esas ofertas en las que compras tres tubos y te regalan un cepillo, otro tubo pequeño de dentífrico y un neceser de plástico para llevártelo todo de viaje. Bueno, no sé por qué, pero lo había metido en el bolso, y allí estaba, así que lo compartimos. Si me hubieran dicho que alguna vez llegaría a compartir el cepillo de dientes con otras cuatro personas, no lo habría creído ni en pintura. Ahí estábamos, tendidos a oscuras en nuestras camas, y Owen Struther empezó a decir que el primer deber de un prisionero es escapar. Por el baño no se podía salir, así que sólo quedaban la puerta principal y la ventana con sus barrotes y su conejera, pero Owen dijo que era una posibilidad y que a la mañana siguiente la examinaría. Ryan Barker apenas había abierto la boca mientras la luz estaba encendida, pero por lo visto hizo acopio de valor en la oscuridad. En cualquier caso, dijo que le gustaría intentar escapar y que ayudaría en lo que pudiera. Owen contestó «buen chico» u otra estupidez parecida, y Ryan explicó que su padre había sido soldado. Era como si hablara consigo mismo en la oscuridad. Dijo que su padre había luchado en una guerra, aunque no especificó en cuál, y que había dado la vida por la patria. Fue bastante raro oírle decir eso en la oscuridad. «Mi padre dio la vida por la patria.» Kitty estaba llorando de nuevo. Quería que Owen «la abrazara», según dijo, lo que a los demás nos resultó algo embarazoso, y además Owen no podía, porque aquellas camas no medían más de sesenta centímetros de anchura. Kitty no dejaba de gemir que Owen tenía que cuidar de ella, que estaba muy sola y tenía mucho miedo. Yo creía que no podría pegar ojo, pero al cabo de un rato me dormí. Antes intenté comprender cómo lo habían hecho, cómo habían conseguido montar lo de Contemporary Cars, quiero decir. Entre cuatro no debía de haber sido muy complicado, y además eran más de cuatro, luego te lo explico. Mientras pensaba en ello me dormí, pero me desperté porque la cama contigua temblaba. Qué curioso…, o quizá no, que hablar contigo me haya hecho dejar de temblar. La verdad es que me encuentro bastante bien. En fin, no era yo la que temblaba, sino Roxane. Extendí la mano, y se aferró a ella. Me dijo que lo sentía, que no podía dejar de temblar, que no era por miedo…, quiero decir miedo como el de Kitty, sino por la claustrofobia.

– Ah, sí.

– ¿Lo sabías?

– Su madre me dijo que padece una forma de claustrofobia bastante grave.

– Cierto. Me susurró que con la luz encendida no pasaba nada, pero que la oscuridad la afectaba mucho. Todo habría ido bien de estar la puerta abierta, pero claro, no era el caso. Es una chica muy sensata, Reg, aunque demasiado valiente para su propio bien. Acercamos las camas un poco más, y seguí sosteniéndole la mano, lo que por lo visto la calmaba. Al cabo de un rato nos dormimos. A la mañana siguiente nos trajeron el desayuno el de los guantes y el de la cara de goma. Era la primera vez que veíamos al de los guantes. Llevaba un arma.